Para ir a la biblioteca tuvo que atravesar el pueblo, entrando en Parable Road por Santa Cecilia, dejando atrás el patio de un cantero, un pequeño estudio de diseño gráfico y una magnífica residencia georgiana que había sido convertida recientemente en la sede de un bufete de abogados. A su izquierda, allí, el estrecho afluente que antes había proporcionado agua al almacén de maderas quedaba contenido por una escarpada orilla de tierra y hierba. Otras partes del pueblo no habían estado tan bien protegidas. Al final, donde la carretera giraba bruscamente hacia la derecha en dirección al cruce con High Street, Alaric se detuvo ante una gran losa de pizarra gris incrustada en la pared junto a los escalones del puente del puerto deportivo. Talladas en la pizarra había líneas que indicaban cuáles habían sido los niveles alcanzados por las aguas en junio de 1945 y marzo de 1947. El último nivel excedía un poco al anterior, lo cual significaba que la inundación de 1945, que había llegado más arriba que la suya, se vería superada sólo dos años más tarde.
Siguió su camino hacia la biblioteca.
Jueves:3
Naia no tenía ni idea de dónde buscar al anciano. Podía estar en cualquier parte. Lo único que podía hacer era dar vueltas por ahí y abrigar la esperanza de cruzarse con él. Hoy el nivel del agua estaba un poco más bajo. Plantas que habían quedado completamente cubiertas se esforzaban por volver a revelarse. Después de haber ido alrededor del huerto y salir por la puerta lateral, se disponía a subir por el camino que llevaba al pueblo cuando fue interpelada por una voz.
– ¡Naia! ¿Tomando las aguas?
Miró atrás. El señor Knight había doblado la esquina, allí donde hacía unos días estaba el camino del río. Naia titubeó. El señor Knight era encantador, pero a veces costaba pensar en algo que decir a alguien tan mayor. La razón por la que no salió corriendo era que lo había visto con el hombre al que estaba buscando, así que, sin pensárselo mucho, fue directamente al grano cuando el señor Knight se reunió con ella.
– ¿Te refieres a Aldous? -dijo el señor Knight en cuanto Naia le hubo formulado su primera pregunta.
– Sí. Si ése es su verdadero nombre.
– ¿Por qué no debería serlo?
– Bueno… ya sabe… -balbuceó Naia-. ¿Se apellida Underwood?
– No lo conozco tan bien para saberlo -dijo el señor Knight-. De vez en cuando damos un paseo juntos. En realidad la cosa se reduce a eso. No vamos a pasar las horas en los pubs o a las carreras de perros.
– Pero hablan -dijo ella-. Mientras van andando.
– Oh, sí, somos muy habilidosos…
– Bueno, pues él tiene que haberle contado cosas.
– ¿Cosas? -preguntó el jardinero.
– Acerca de sí mismo -concretó Naia.
El señor Knight la miró desde arriba. Naia era alta, pero él lo era más, con los hombros muy anchos y una abundante cabellera gris, que llevaba recogida hacia atrás, una nariz prominente y una boca que siempre parecía estar a punto de sonreír pero rara vez lo hacía. El suyo era un rostro generoso y lo suficientemente afable, pero también el de una persona que acostumbraba ser bastante reservada.
– ¿Por qué no te dejas de rodeos y me dices de una vez detrás de qué andas, muchacha?
– No sé detrás de qué ando -confesó ella.
– Bueno, eso ya es algo.
El señor Knight siguió caminando por el sendero. Naia se apresuró a alcanzarlo, adaptando su paso al de él por el agua.
– Pero su nombre… -dijo-. Si realmente se llama así, y es de por aquí, ¿no tendría que ser un… pariente?
– Parece probable -respondió el jardinero.
– Oh, por favor, cuénteme lo que pueda.
Él la miró, pero no se detuvo.
– Sea lo que sea lo que puede haberme contado Aldous, no me dio permiso para difundirlo a los cuatro vientos.
– No se lo contaré a nadie -dijo Naia.
– Tal vez no, pero si quieres saber más de él, pregunta al propio Aldous.
– Es que no lo conozco -dijo Naia-. Sólo he hablado con él en una ocasión.
– Es completamente inofensivo -le aseguró el señor Knight.
– Tenía ciertas dudas al respecto.
– No está acostumbrado a tratar con la gente, eso es todo. Es tímido. Ha tenido una vida muy triste.
Eso avivó todavía más el interés de Naia.
– ¿Triste? Cuénteme.
El señor Knight sacudió la cabeza.
– No soy quién para hacerlo. No me parecería correcto. -Habían llegado al final del sendero y el jardinero se disponía a dejarla, pero entonces se detuvo-. ¿Sabes en qué condiciones vive? -dijo, y Naia sacudió la cabeza-. Vive al aire libre. Al otro lado del río, enfrente de tu casa.
– ¿Que qué?
El señor Knight explicó a Naia lo de la hamaca, y dónde estaba colgada. Ella se quedó atónita.
– ¿Tan pobre es que ni siquiera puede permitirse pagar una habitación?
– No creo que viva al aire libre debido a la pobreza -dijo el señor Knight.
– ¿Y por qué vive así, entonces?
– No le gusta sentirse encerrado. Y no está tan mal ahora que los árboles están cubiertos de hojas. Allí se encuentra bastante resguardado.
– Pero toda esa agua -dijo Naia.
– No parece preocuparle.
El jardinero dio media vuelta y, con un gran ademán de despedida, se alejó por la calle del pueblo.
Jueves:4
La biblioteca de Stone, de ladrillo rojo, imponente y elevada sobre el nivel del agua por una serie de escalones, se remontaba a mediados de la época victoriana. No era inmensa pero se encontraba razonablemente bien surtida, y el personal siempre se mostraba dispuesto a ayudar. Alaric fue remitido a una sección en la que encontró toda una serie de libros de información sobre la zona. Entre ellos figuraba un puñado de delgados volúmenes escritos por «autores locales» que versaban sobre las historias de Stone, Eynesford, Eaton Fane y los pueblecitos cercanos. En uno de ellos había un capítulo entero dedicado a las inundaciones del 1945 y 1947. Una de las razones que se daban para explicar la tendencia del río a subir de nivel tan rápida y significativamente durante aquellos años era el puente del pueblo. Había sido construido en un período de menor actividad, cuando se le planteaban menos exigencias, y en aquel entonces el puente se hallaba sostenido por una serie de estrechos arcos que impedían que el río pudiera fluir tan libremente como habría necesitado hacerlo después de unas lluvias copiosas. A principios de la década de 1950 el puente fue reconstruido, con menos soportes, y las inundaciones dejaron de ser una amenaza… hasta ahora.
Las inundaciones de verano nunca habían sido algo que ocurriera demasiado a menudo, pero hasta tiempos modernos el Gran Ouse crecía más allá de sus orillas durante muchos inviernos. El invierno de 1947 presenció una inundación de proporciones épicas. La abundancia de nevadas y la acumulación del hielo desde enero en adelante hicieron que la actividad quedara prácticamente paralizada en una gran parte de la zona. Pero entonces, a mediados de marzo, se inició un deshielo muy veloz. La nieve y el hielo se derritieron con gran rapidez y el nivel del río subió de manera dramática, y en cuestión de dos días el área quedó severamente inundada. Las aguas de aquella inundación y la de dos años antes lograron entrar en más de la mitad de los edificios de Eynesford y Stone. Tiendas y locales comerciales hubieron de ser cerrados, y los propietarios tuvieron que buscar refugio en los niveles más altos de sus hogares. El agua llegó a alcanzar tal altura que en un lugar (una casita en un prado cerca de la iglesia en Eaton Fane) una anciana, una tal señora Grieves, oyó un sonido de golpecitos en la ventana de su dormitorio y, al volverse, se encontró con que un cisne estaba picoteando el cristal. Fue necesario traer carros de granja con ruedas enormes tirados por caballos para transportar a la gente a las distintas partes del pueblo, y entre las aldeas. Allí donde las aguas eran algo menos profundas, se utilizaban camiones como autobuses. Muchas personas se desplazaban en barca. Los tenderos iban de casa en casa a bordo de esquifes, chalanas y botes de remos, haciendo sonar campanas para que la gente acudiera a las ventanas de los pisos de arriba. Las provisiones eran remolcadas o elevadas mediante pértigas, escobas u otros utensilios que pudieran ser utilizados para dicho fin. Un panadero emprendedor subía sus mercancías dentro de un capacho que le había pedido prestado a su cuñado, que se ganaba la vida como albañil.