Desde la tienda de periódicos y revistas, Aldous remó para doblar la esquina y tomó el camino que los llevaría a la puerta lateral de Withern.
– No pasará por la puerta -le recordó la voz ahogada de Ursula.
– Ya lo sé. Bajaré hasta el río y desde allí subiré al jardín.
Mientras Larissa y los niños hacían el bobo con sus máscaras, meciendo peligrosamente el bote de vez en cuando, Aldous siguió remando hasta dejar atrás las parcelas, el cementerio y el muro norte de Withern. Desde allí pasó por encima de la orilla sumergida del río y a la parte más ancha del cauce, donde viró y remó en paralelo al jardín y el embarcadero hasta que llegó al gran sauce que se alzaba en la esquina del jardín sur.
Faltaban veinte minutos.
Jueves:9
La esperanza de Alaric de que se diera alguna clase de sincronización psíquica entre él y Naia no iba a hacerse realidad. A las cinco y cinco, mientras él trepaba por el tronco del árbol, ella estaba sentada en el sofá de la sala del río; teóricamente estaba leyendo un libro, aunque en la práctica tenía la mente en otra parte, acosada por infinidad de preguntas. Una de las más insistentes era la de por qué ellos dos eran capaces, de pronto, de zambullirse en el pasado sin proponérselo siquiera. Cualquiera que fuese la razón, y tenía que haber una, supongamos que les hubiera ocurrido lo mismo a otros. ¿Cuántos podían haberse encontrado inesperadamente en una realidad-del-tiempo que no era la suya? Algunos podían no haber vivido en la era moderna y ser de cualquier época. Allí estaban, ocupándose de sus propios asuntos en el siglo XIV, y un minuto después se veían proyectados al XVI o XVIII. A su regreso, asustados y perplejos, contarían su historia a todas las personas con las que se encontrasen, a expensas suyas. Lo más normal es que los tomaran por lunáticos, pero en algunos siglos, algunas culturas, a personas como aquéllas se las metería en una mazmorra o serían ejecutadas por subversivos por la oligarquía o el régimen del momento. Menos mal que ella vivía ahora, y aquí. Aunque, de todos modos, no tenía ninguna intención de soltar su historia al par de oídos más próximos.
Una pregunta todavía más pertinente que la de por qué ella y Alaric eran capaces de pronto de viajar a otro período de tiempo era la de por qué siempre se trataba del mismo período. ¿Por qué, tres días seguidos, al subir a los respectivos árboles Genealógicos, habían sido transferidos a una misma versión del árbol, sesenta años atrás? El árbol. ¿Qué era? ¿Alguna clase de conducto que permitía acceder a otros días de la existencia del árbol? De ser así, ¿por qué se hallaba activo ahora, cuando no había mostrado semejante capacidad en las numerosas ocasiones en que ella y Alaric, sin duda, habían trepado a él cuando eran más jóvenes? ¿El árbol Genealógico era un punto de embarque con destino a otros días? ¿Qué sería lo próximo? Un momento, se dijo Naia. Quizá no se tratara de eso. Puede que el árbol no fuera un puesto de aduanas no oficial entre el presente y el pasado, sino una especie de barrera que ahora no estaba funcionando demasiado bien. En aquellos momentos el árbol no tenía muy buen aspecto. La inundación podía haberlo debilitado; reducido su efectividad en tanto que una barrera…
La mente de Naia ya era caprichosa por naturaleza, pero ahora la asaltaron recuerdos del agosto pasado, cuando ella y sus padres habían ido de vacaciones a la isla de Rodas. Se habían alojado en Lindos, un pueblecito asfixiante como un horno que en ese momento del año acogía a los turistas procedentes de todas las partes del mundo. Una mañana, desesperados por una brisa, habían ido a Prasonissi, en el extremo sur de la isla, más allá del cual un banco de arena de un millar de metros de longitud separaba el Mediterráneo del Egeo, con ambos mares convergiendo el uno hacia el otro en largas olas de estrechas crestas. El Egeo se hallaba un poco embravecido a cierta distancia de allí, para el deleite de los practicantes del windsurf, mientras que el Mediterráneo se hallaba prácticamente en calma. Ese día, Naia, contenta de que aquel aire más fresco hacía que el intenso calor azul fuera mucho más soportable, dejó a sus padres en su coche alquilado y fue a dar un paseo a lo largo del banco de arena, disfrutando con la sensación de los finos y cálidos granos entre los dedos de sus pies descalzos. Un poco más allá, la arena se estrechaba en una forma de punta de lanza antes de desaparecer por completo, lo que permitía que los dos grandes mares se encontraran y se confundiesen. Naia se detuvo justo ante el punto de convergencia de ambos, con un pie a cada lado del banco de arena, mientras.comparaba las temperaturas de las aguas. El Mediterráneo, decidió, era unos dos grados más frío que el Egeo.
En tanto que analogía, aquella apreciación no era muy precisa, pero diez meses después, en la sala del río de un Whitern Rise que ella nunca había imaginado en aquel momento, Naia se preguntó si la barrera que mantenía separadas las realidades sería tan distinta del banco de arena entre los dos mares. ¿No podía existir un punto en el que la barrera llegara a volverse tan poco efectiva que las dos realidades se unieran? ¿Podía suceder tal cosa? Dos realidades similares, discurriendo la una al lado de la otra, como la de ella y la de Alaric, que de pronto se entremezclaban sin previo aviso para pasar a ocupar un solo espacio. De pronto había dos de casi todo. De todos. Una inesperada duplicación de la población mundial daría como resultado un planeta bastante atestado, y habría sosias por todas partes, con todos intentando ocupar la misma casa, los mismos empleos, tomar las mismas vacaciones. Los países pobres, en los que ya había multitudes desnutridas o que se morían de hambre, tendrían la mitad de las posibilidades que habían tenido antes. Los asesinos múltiples disfrutarían de lo lindo. Los fundamentalistas religiosos dirían que aquello era obra de Dios, y pondrían todavía más bombas.
¿Y qué había de las guerras? Si la misma guerra estaba siendo librada en ambas realidades durante el momento de la fusión, ¿la destrucción se multiplicaría por dos, junto con el número de las bajas? Y la duplicación de gobiernos, embajadores y dignatarios de todo tipo… ¿qué pasaría con eso? Presidentes gemelos en la Casa Blanca, dos familias reales británicas que se habían echado a perder, déspotas asesinos intentando eliminar a sus dobles en dictaduras militares por todo el mundo… Mejor ni pensar en ello, se dijo Naia.
Pero la cosa no terminaba ahí. Eso sólo eran realidades paralelas. ¿Y si las realidades de distintos períodos temporales pasaran a unirse? Los años 1945 y 2005 ya serían lo bastante peliagudos, pero supongamos que realidades separadas por centenares de años se encontraban compartiendo un…
No, pensó Naia. Alto. Basta. Tenía que tomarse un descanso de sus propios pensamientos. Dejó a un lado su libro y se levantó para ir a la cocina y poner la tetera en el fuego. Necesitaba un buen tazón de té de frutas, de bayas, moras y flores de saúco. Era la combinación ideal para devolver la calma a su mente, que se había convertido en un manojo de nervios. Al menos, eso esperaba ella.
Jueves 10
Cuando Alaric se subió al árbol, al principio no ocurrió nada. Imaginó que aquello se debía a que Naia no se encontraba también en el árbol. Pero después de llevar unos minutos sentado allí sintió un leve estremecimiento y, un segundo más tarde, supo que no era preciso que Naia tomara parte en aquello. Estaba en el árbol de 1945, solo, pensando que, ya puestos, bien habría podido dejar que el álbum familiar se quedara en su sitio. Naia todavía podía aparecer, no obstante, y ahora mismo podía estar trepando a su árbol para, en un minuto, aparecer junto a él. Alaric esperó. El minuto pasó. Y varios más. Después de que hubieran transcurrido cinco, ya se había hartado. ¿Qué debía hacer? ¿Quedarse allí, quieto, o bajar del árbol y ponerse a chapotear por el jardín? Si hacía eso, algún desconocido podía verlo. Esa idea no le hacía ninguna gracia. A diferencia de Naia, él no tenía respuestas para todo.