Выбрать главу

Jueves:20

Con la bolsa de polietileno y las hojas de roble pegándose a sus mejillas y sus cabellos, Aldous, que respiraba con dificultad pero estaba resuelto a iniciar su broma, se preparó para saltar del árbol.

Jueves21

Cuando Alaric sacudió el pie, el mirlo se alarmó, desplegó las alas y salió volando a toda prisa a través de las hojas. Debajo del árbol, sobresaltado por el repentino rumor, Aldous miró hacia arriba… y perdió el equilibrio. La bolsa que cubría su cabeza estaba empañada por su respiración, y las hojas que contenía le dificultaba aún más la visión. No logró agarrarse a nada. El ágil descenso que se había propuesto llevar a cabo se convirtió en una zambullida oblicua, que lo habría hecho precipitarse torpemente dentro del agua si la cinta de plástico de la bolsa no se hubiera quedado enganchada en el mismo muñón de rama del que la había descolgado hacía unos minutos. El plástico se deslizó hacia abajo a lo largo del muñón, y aguantó, pero el peso del cuerpo de Aldous lo tensó y la boca de la bolsa pasó a quedar rígidamente ceñida. Un instante después, Aldous se encontró balanceándose bajo la rama suspendido por el cuello, los pies a unos centímetros del agua, sin que pudiera llegar a emitir más que un sonido casi imperceptible.

Jueves:22

La sacudida del árbol y los sonidos ahogados que llegaban desde abajo eran tan inesperados que Alaric se olvidó por un instante de su calambre. Se inclinó y apartó la fronda. Al principio no vio nada, pero luego descubrió algo: un brazo, que se agitaba frenético. Se agarró a la rama para no caer, se inclinó un poco más hacia fuera y vio a Aldous, que se movía sin parar, con una especie de capucha sobre la cabeza, traslúcida como… el polietileno.

Alaric se quedó perplejo y perdió unos cuantos segundos mientras decidía qué hacer; sin embargo, enseguida colocó el álbum familiar en un nido de ramitas y bajó a la rama inferior. Fue cautelosamente a lo largo de ella hasta que tuvo a su alcance el muñón de la rama rota y entonces, inclinándose hacia fuera del tronco, extendió la mano hacia el cuello del muchacho, con la intención de elevarlo lo suficiente para aflojar la cinta de la bolsa y arrancar el polietileno de su…

La luz cambió con la eficiencia de una bofetada, el nivel del agua bajó y el muchacho suspendido del cuello, a un minuto de la muerte, se esfumó.

Jueves:23

Fue el señor Knight quien lo encontró. Había ido a inspeccionar lo que pudiera del jardín que quedaba fuera de su alcance hasta que la inundación se hubiera retirado. Marie se desmayó nada más ver el cuerpo. Ursula y Mimi se mostraron inconsolables. El pequeño Ray sólo podía mirar a su alrededor con ojos inexpresivos, tratando de encontrar algún sentido a todo aquello. ¿Su hermano? ¿Muerto? ¿No vería nunca más a Aldous? ¡Imposible!

Larissa se echaba la culpa de lo ocurrido; nadie la había visto nunca tan afectada. «No debería haberlo dejado, no debería haberlo dejado… ¿Por qué lo dejé, por qué lo dejé solo? ¡Deberían matarme! ¡No merezco vivir!» En otras circunstancias, su hermano la habría consolado. Hoy no. Alaric Eldon Underwood ya era lo que seguiría siendo hasta su propia muerte prematura el año siguiente: un hombre roto.

Después, el señor Knight contó a su esposa y a todas las personas con las que se encontraba cuando éstas pedían detalles, que «faltó poco para que me muriese cuando vi a ese chico». El hallazgo del cuerpo sería un tema del que se hablaría durante muchos años en Eynesford y Stone y, en menor medida, en Great Parr, Eaton Fane y otros pueblos de los alrededores. No era tanto por la muerte como por la causa de ésta: aquel material que envolvía su cabeza, la cinta de plástico tensada alrededor del cuello que lo ceñía con tal firmeza que había resistido incluso el peso muerto del chico.

Jueves:24

El reloj Westminster dio las siete sobre la repisa de la chimenea. Naia volvió los ojos hacia la esfera color oro pálido, los numerales romanos y las serias manecillas, tan imponentes en aquella posición. Hazlo, parecía decir el reloj. Ahora es el momento. Y Naia ya se había decidido, sin recordar el juramento que había hecho el día anterior.

No había parado de pensar en el pequeño Ray durante toda la tarde. En Aldous también, y en Whitern como era en aquel entonces; pero en Ray por encima de todo. Ahora que sabía con toda certeza quién era él, quería volver a verlo, y pronto, incluso si después eso significaba sufrir otro de aquellos súbitos bajones de energía que la dejaban prácticamente incapacitada. Esta vez podría presentarse a sí misma. No le diría quién era realmente, o de dónde provenía, pero no había ningún peligro en decirle cómo se llamaba. Su nombre de pila, en todo caso. Sonrió para sí misma. Si ella le decía cómo se llamaba, tal vez él se acordaría del nombre y quizá, cuando llegara a ser abuelo años después, podía sugerir «Naia» como un nombre para la niñita que les acababa de nacer a mamá y papá.

Se puso las botas impermeables que luego el chico compraría en vida, salió por la ventana y echó a andar a través del jardín sur. Una vez en posición en el árbol, se sentó a esperar que ocurriera «aquello», sin estar completamente segura de si sucedería o no. Pero ocurrió, y bastante pronto. Una leve sacudida, un ajuste de la luz y se encontró en el roble de días ya pasados. Oyó voces. No consiguió entender qué era lo que estaban diciendo, pero las voces sonaban demasiado cercanas para que pudiera estar tranquila, así que trepó a través de las hojas hasta el siguiente nivel, donde aquellas personas no podrían verla si se aproximaban más. Fue allí donde descubrió algo muy sorprendente alojado en un nido de ramitas. Se lo quedó mirando. No era de extrañar que no hubiera podido encontrar el álbum familiar si había estado ahí durante todo el tiempo. Pero ¿cómo podía estar ahí? ¡Era imposible!

Sin embargo, estaba demasiado contenta de haber dado con él para preocuparse por nada; ya habría tiempo para los misterios más tarde. Las voces estaban alejándose. Naia se puso el álbum debajo del brazo y regresó a la rama inferior, donde intentó decidir qué hacer. No quería que volvieran a sorprenderla dando vueltas alrededor del jardín. Quizá si la vieran salir del camino no les parecería una intrusa. Dependiendo de con quién se encontrara, y de la historia que se le ocurriera, podría ingeniárselas para mantener una pequeña conversación con Rayner, si todavía no estaba acostado.

Las voces se desvanecieron. Naia esperó otro minuto antes de bajar al agua, donde se quedó inmóvil mirando a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca antes de echar a andar hacia los arbustos que crecían a lo largo del camino de acceso. Sólo había dado cuatro pasos cuando oyó nuevas voces, esta vez procedentes de la casa. Eran voces cargadas de inquietud. Se detuvo. Aguzó el oído. Sollozos, gimoteos, salidos de más de una garganta. ¿Habría sucedido algo? Tal vez alguna discusión familiar. Bueno, fuera lo que fuese, los visitantes no serían bienvenidos mientras esas personas se hallaran en aquel estado de ánimo. Naia dio media vuelta y volvió a subir al árbol. Vaya, se dijo; aunque la misión, después de todo, no había sido un completo fracaso. No había vuelto a encontrarse con el joven Rayner, pero había recuperado el álbum familiar.

Jueves:25

Alaric, una vez emergió del sueño fruto del agotamiento, quedó impresionado por la cualidad y la intensidad del silencio. Alex e Iván llevaban desde mediados de la tarde dando un paseo en bote con unos amigos, pero aquello no era meramente el silencio de la ausencia o la soledad. Era el silencio del shock. O de la pena. Imaginaciones suyas, por supuesto, pero era así como lo sentía. En el recibidor la sensación era todavía más intensa. La casa se hallaba impregnada de ella. Mientras tomaba asiento en el suelo, todavía débil, para apoyarse en la pared, el rostro del chico volvió a su mente tal como lo había visto antes, con idéntica desesperación en los ojos que alzó hacia él. Vio de nuevo el polietileno adhiriéndose a las mejillas de Aldous, cubriendo su boca abierta. Casi podía sentir el estrangulamiento causado por la cinta de plástico. Unos cuantos segundos más y habría podido salvarlo. Pero no había habido ningún segundo más.