– ¿Dónde lo pusiste? -preguntó Alaric.
– ¿El qué? -replicó Alex.
– El material. Tus notas y todo lo demás.
– En el trastero. Dentro de una maleta.
– En el trastero hay un montón de maletas -dijo Alaric-. ¿Cuál de ellas?
– Es una vieja maleta marrón -concretó Alex-; está cerca de la puerta. Lo metí todo en un sobre del tamaño A4. Ante.
– ¿Ante?
– El color.
Alaric subió al trastero y no tardó en dar con la maleta. La abrió. Olía como un museo minúsculo que sólo abriese los domingos, y contenía montones de objetos del pasado que carecían de interés para él. Aunque una cosa sí llamó su atención, un poco al menos: era un recorte de periódico; parecía que alguien lo había dejado caer allí dentro, sin intención. Probablemente había sido Alex.
víctimas del accidente ferroviario se casan
Dos supervivientes de un accidente ferroviario que tuvo lugar en febrero de 2003 van a contraer matrimonio hoy en Stamford.
Ruby Patton, de 27 años, y Bernard Walters, de 32, no se conocían de nada cuando su tren descarriló, causando seis muertes.
Se enamoraron durante las sesiones de ayuda psicológica después del accidente. «El destino quiso que fuera así, supongo», dijo Walters, que es contable.
El sobre que andaba buscando estaba unido mediante una gruesa banda elástica a un libro encuadernado en tela ligeramente más pequeño. Alaric dejó el libro a un lado y abrió el sobre. Dentro había un fajo de papeles que contenían una considerable cantidad de notas y diagramas. La mayor parte de las notas estaban escritas a mano; en mayúsculas, la forma de escribir preferida por Alex.
A pesar de lo fácil de leer que era aquel material, a Alaric le costó bastante localizar la información que andaba buscando. Los nombres de miembros de la familia conocidos desde la década de 1830 hasta la actualidad habían sido consignados en una lista y rodeados con círculos, con líneas rematadas por flechas que conectaban unos con otros. Algunas de las líneas habían sido tachadas porque posteriormente las conexiones resultaron ser falsas. También había numerosas anotaciones en tiras de papel, sobres y postales, cosas como:
Gertrude Caldecott, origen desconocido. Fecha de nacimiento: agosto de 1867, profesora de música. No se ha encontrado nada más, pero se casó con Eldon. Buscar fecha de matrimonio; resto del nombre propio de Eldon.
El interés de Alaric se avivó cuando encontró los nombres Aldous, Ursula, Mimi y Rayner, junto con los nombres de sus padres. Pero fue la fecha de la muerte que se daba para Aldous lo que realmente lo afectó. «¡Santo Dios!» Se acuclilló sobre los talones. No le cabía ninguna duda de que Aldous había muerto debido a su última visita, pero Alex había llevado a cabo aquella investigación entre el otoño del año 2002 y la Navidad del año 2004. La muerte ya era un hecho registrado mucho antes de que Alaric la hubiera causado. ¿Cómo encajaba eso? ¿Cómo podía encajar?
Cogió el libro encuadernado en tela que había estado unido al sobre. Era un diario, escrito en sus dos terceras partes con una letra minúscula y muy precisa. Si las entradas hubieran estado escritas en su idioma, Alaric no habría tenido paciencia para leer una página entera. Como todas estaban escritas en francés…
L'eau est grise et bleue, large comme un bras de mer. -Un rayon blanc, tombant du haut ciel, anéantit cette comédie.
… No intentó leer ni una sola frase. Pero dentro de la cubierta delantera encontró varias hojas que habían sido escritas en su idioma mediante un procesador de textos. Ni siquiera éstas le interesaban realmente -había demasiado material que investigar-, y se disponía a volver a guardarlas en su sitio cuando Alex dijo, por encima de su hombro:
– Son traducciones de algunas de las entradas hechas por mi amiga Maureen.
Alaric dio un bote.
– ¿Cuánto hace que estás aquí?
– Acabo de entrar. Pensaba que me habías oído.
– Pues no, la verdad -dijo Alaric-. ¿Quién es Maureen?
– Mi profesora de francés en el College. Supongo que lo domina, puesto que lo enseña, pero para ella nuestro idioma… ése es otro cantar. Me entiendes, ¿no?
– Creía que tú hablabas francés.
– Lo suficiente para traducir ciertas partes de un menú o un letrero de la calle, pero la cosa termina ahí. Maureen habría hecho más, ¿sabes? Dijo que lo encontraba fascinante, pero dejó de dar clases cuando le concedieron el permiso por maternidad y pensé que se encontraría bastante ocupada. Esto fue escrito -añadió Alex, arrodillándose junto a Alaric y tocando la cubierta del diario con las puntas de los dedos- por Marie Underwood, la esposa francesa de tu bisabuelo, quien tuvo la amabilidad de cederte una parte de su nombre.
– No hacía falta que se molestara. ¿Contiene algo interesante?
– Depende de qué sea lo que estás buscando.
– Cualquier cosa relacionada con el año 1945. Junio, digamos.
Alex le dirigió una mirada interrogativa.
– De pronto concretamos, ¿eh?
Alaric respondió con una evasiva.
– Bueno, ese año me suena vagamente. Algo que oí. De tu boca, tal vez.
– No recuerdo haberlo mencionado -dijo Alex-, pero en junio de 1945 hubo una gran tragedia en la familia.
– ¿Cuál? -preguntó él inocentemente.
Alex cogió las páginas de la traducción y comenzó a examinarlas en busca de una referencia que le había venido a la cabeza. Cuando la encontró, leyó en voz alta:
– «Lunes 18 de junio. Han pasado cuatro días. La casa está silenciosa. Los niños permanecen callados. L. dice que se irá la semana que viene. Mejor, digo yo. Alaric pasa hora tras hora sentado en la sala del río, o se está quieto debajo del maldito árbol, de pie sobre los últimos centímetros de agua. ¿Cómo va a superar esto? ¿Cómo lo superará ninguno de nosotros?»
– ¿Eso es todo? -preguntó Alaric en cuanto Alex se calló.
– Todo lo que es relevante, sí.
– ¿No dice qué sucedió?
– No. Probablemente se sentía incapaz de describirlo. Pobre mujer. Mis investigaciones revelaron que su hijo mayor murió en alguna clase de accidente, pero no dispongo de más datos. Su tumba está en la parte de atrás del cementerio. Junto al muro, si es que quieres verla.
Junto al muro, pensó él. Igual que la tuya.
– ¿Puedo tomar prestadas estas notas?
– Claro -dijo Alex.
Alaric recogió las páginas de la traducción y dejó a Alex, todavía arrodillada, examinando cosas dentro de la maleta. Subió a su habitación. Una vez en ella, cerró la puerta, arrojó las páginas sobre la cama y fue a la ventana lateral desde la que se divisaba el jardín sur. No pudo ver el árbol Genealógico; había demasiadas lágrimas en sus ojos.
Viernes:8
La noche anterior Naia se encontraba demasiado agotada para examinar el álbum familiar recuperado, y esa mañana su primera idea al despertar había sido visitar la guarida de Aldous. No obstante, ahora disponía de tiempo, de modo que sacó el álbum de debajo de su cama y fue directa a la cubierta posterior. Esperaba ver allí el árbol genealógico de la familia Underwood, pero encontró… nada. «Tiene que haberse soltado», pensó, y retrocedió unas cuantas páginas, con la esperanza de que alguien lo hubiera metido entre ellas. En vez de eso, halló una página vacía tras otra, precedida por foto tras foto de Alaric en lugar de ella. Se sentía decepcionada, pues aquél no era su álbum, y a la vez asombrada: ¿por qué estaba el álbum en el lugar donde lo encontró? Lo único que se le ocurrió fue que Alaric había ido allí en algún momento del día anterior con la esperanza de encontrarse con ella y poder enseñárselo como un objeto de interés. Alaric, al descubrir que Naia no se encontraba allí, había metido el álbum entre las ramas y luego se había ido a explorar, pero antes de que pudiera volver a recogerlo se había visto proyectado de regreso a la realidad de la cual había partido (en la que Naia se negaba aunque sólo fuese a pensar como «la realidad de Alaric»)