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Como no disponía de ninguna explicación para ello, Alaric volvió a su idea sobre los períodos de tiempo centrados en sí mismos a los que llamaba pequeñas eternidades. Estando solo en aquel gran espacio pantanoso, sólo él en un banco, sin distracciones, sus pensamientos siguieron un curso distinto al que solían tomar. Así era como funcionaba la mente de Naia en algunas ocasiones, con la diferencia de que la imaginación de Naia, menos lastrada por la edad y el sexo, no necesitaba espacios abiertos para volar.

Cada pequeña eternidad, razonó Alaric, podía contener días o semanas de tiempo corriente pero ser completa en sí misma, como un nudo en una cuerda interminable. Aunque los confines de las pequeñas eternidades se hallaban sellados, sus habitantes no se encontrarían prisioneros dentro de ellas. Sus vidas seguirían su curso, un día tras otro hasta llegar al último, mientras los acontecimientos del período significativo que habían dejado atrás perduraban, permanentes y contenidos en sí mismos; eran inalcanzables, a menos que te vieras arrastrado hacia allí desde otra pequeña eternidad que compartía con ellos un factor común. Factor común… Una expresión que habría encantado a Naia. Pero ¿cuál podía ser el factor común en el caso de ellos dos? ¿Qué acontecimiento o característica podía vincular ese junio con el junio del año mil novecientos cuarenta y ci…?

Oh. Ya lo tenía. Era él. Había llevado la bolsa de polietileno al Whitern Rise de 1945. Ese hecho, por sí solo, podría no haber bastado, pero la bolsa había causado una muerte que no debería haber tenido lugar, así que él se había visto enviado a una realidad duplicada, en el mismo instante, para hacer que todo volviese a su normalidad. El único problema era que la segunda vez tampoco había conseguido salvar a Aldous.

Un momento. Si el punto focal de la pequeña eternidad de 1945 era la muerte de Aldous y los acontecimientos que la habían desencadenado, ¿por qué él no se había visto arrastrado hacia allí las dos primeras veces? No había llevado la bolsa hasta su tercera visita, y si no se hubiera encontrado con Naia nunca la habría llevado. Ahora que pensaba en eso, si él había desempeñado algún papel en los acontecimientos de ese junio, ¿por qué Naia también estuvo allí? ¿Sería que ella también desempeñaba un papel en aquello, o era meramente porque dio la casualidad de que se encontraba en su árbol Genealógico cuando él estaba en el suyo, de modo que se habían visto arrastrados hacia allí más o menos como…?

Voces. Susurros, más bien; poco precisos, pero próximos. Alaric miró a su alrededor. Nadie. Las voces cesaron, y enseguida fue como si nunca las hubiera oído. Sin embargo, Alaric no se limitó a encogerse de hombros y a dudar de su buen juicio, como habríamos hecho la mayoría de nosotros. Él sabía muy bien que la realidad no era una fortaleza impenetrable. Si, como había sugerido Naia en una ocasión, existía poco o ningún espacio entre las realidades, lo raro era que más personas no oyeran voces. Alaric dijo «¿Hola?» a las que acababa de oír, aunque se sintió ridículo porque se hallaba completamente solo. Como no esperaba respuesta a su saludo, no se sintió decepcionado.

Sábado:4

– ¿Ha oído algo? -dijo Naia a Aldous en el banco del Coneygeare.

– ¿Qué clase de «algo»?

– Me pareció oír una voz que decía «Hola».

– Probablemente la oíste -dijo Aldous.

– ¿Eh?

– Yo las oigo continuamente. También las visito.

– ¿Visita voces?

– Visito a los que hablan. Últimamente lo he estado haciendo muy a menudo. -Aldous tiró de su bolsillo-. ¿Una bolita de anís?

Naia declinó el ofrecimiento. La historia que le acababa de contar Aldous era la más triste que hubiera oído jamás, de primera mano. Qué vida tan trágica. Qué vida tan… corta.

– Ha dicho que había alguien más allí. En la otra cama.

Él mordió la bolita de anís.

– Había más de una.

– ¿Más de una cama? -preguntó Naia.

– Más de una persona en la otra cama. En distintos momentos. A lo largo de los años, aunque a mí no me parecieron años.

– Pero una en particular. Dijo que había una por encima de todas. Un chico. ¿Cómo se llamaba?

– Hmmm… no estoy seguro.

Naia tuvo la sensación de que Aldous sabía muy bien cuál había sido su nombre, y no se equivocaba. Pero a él sólo le había venido a la cabeza mientras le estaba hablando del ocupante de la otra cama.

– Creo que se llamaba Tommy -dijo finalmente. Bien. Ya estaba dicho.

– ¿Cuánto tiempo estuvo allí Tommy? -preguntó Naia.

– No sabría decirlo. Todo está mezclado.

– ¿Tiene alguna idea de cuánto hace de eso? ¿De si fue algo reciente?

– No.

– ¿Tommy también dormía mucho?

– Oh, no, era todo lo contrario de mí -dijo Aldous-. Él siempre estaba despierto. El problema de Tommy era que no podía dormir. Por eso estaba allí, para que ellos averiguaran por qué.

– ¿Y lo hicieron?

– Si lo hicieron, no me despertaron para contármelo.

– ¿Hablaban el uno con el otro, cuando usted estaba despierto?

– Bueno, yo no podría haber hablado con él mientras dormía, ¿verdad? -dijo Aldous, y Naia sonrió-. Si hablábamos, no puedo recordar de qué habí… fuera…

Se calló. Ahora había entornado los ojos.

– ¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa? -preguntó Naia.

– Acabo de acordarme del visitante de Tommy.

– ¿Su visitante?

Aldous apretó los puños y se encerró en sí mismo.

– ¿Qué ocurre? -volvió a preguntar ella.

En vez de responder, él se levantó, dispuesto a alejarse del banco.

– Me voy -dijo.

– Oh, no lo haga -pidió Naia.

– Tengo que hacerlo.

Y, dicho esto, Aldous comenzó a caminar a través del extenso charco que cubría el Coneygeare.

Sábado 5

Era un bote de remos de lo más corriente, pero sólido y pesado, de modo que no le resultó nada fácil darle la vuelta él solo. Cuando lo hubo conseguido, después de muchos esfuerzos, cogió un cubo y empezó a achicar el agua. No la sacó toda, pero, ya que había andado por el agua durante días, podía soportar que ésta le llegara ahora a los tobillos. La incomodidad le daba igual, porque necesitaba eliminar de su mente la posibilidad de un nuevo viaje no programado a ese día fatídico.

Se disponía a pasar una pierna por encima de la borda cuando la luz cambió, y en vez de subir al bote se encontró resbalando a lo largo de la rama de un árbol. Su súbita aparición hizo que un mirlo, que había estado pensando en hacer un alto allí durante un rato, cambiara de parecer. Alaric rodeó la rama con los brazos para no caer, y luego se quedó inmóvil hasta que hubo recuperado el equilibrio y los sentidos. Con demasiada lentitud, a pesar de que se había jurado que estaría preparado, se acordó de lo precioso que era el tiempo. Sólo entonces actuó: hizo a un lado la cortina de verdor, y vio a Aldous, allí, suspendido del cuello y agitando los pies justo encima del agua.

– ¡Aguanta! -le gritó.

Alaric saltó a la rama inferior, fue a lo largo de ella y extendió la mano.

Demasiado tarde.

Volvía a estar de pie en el agua junto al bote de remos, tambaleándose a punto de perder el equilibrio. Se apoyó en la borda y trató de asimilar lo que había sucedido. Esta vez ni siquiera se encontraba cerca del árbol; entonces, cuando estuvo allí, todo había terminado demasiado pronto. Mientras lamentaba su tercer fracaso a la hora de salvar al chico, las fuerzas lo abandonaron. En cuestión de segundos, apenas si fue capaz de mantenerse erguido.

Sábado:6

Naia estaba perpleja. Se quedó estupefacta cuando Aldous lo dijo en el Coneygeare, pero la conversación se había desarrollado con tal rapidez que no dispuso de tiempo para digerirlo o sopesar las implicaciones. Ahora, sin embargo, estaba anocheciendo y ella se encontraba en su habitación, con el gato Alaric sobre el regazo, y podía pensar.