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Quería saber acerca de las cartas que había encontrado en dos versiones distintas del Agujero de los Mensajes, aunque sólo había preguntado sobre una, en la creencia de que un Aldous alternativo había puesto allí la otra. No le cabía duda de que era Aldous quien había escrito la nueva carta. ¿Qué otra persona podía haber sido? Pero él había fruncido el ceño ante su pregunta.

– ¿Agujero de los Mensajes?

– Sí, el… Oh.

Entonces Naia cayó en la cuenta de que él no había visto un agujero en el árbol más joven que conoció cuando era un muchacho. Este tenía que haber aparecido algún tiempo después, cuando una rama se rompió o fue arrancada, dejando una cavidad. Pero, como no tardó en saber, no se trataba meramente de que Aldous no supiera nada acerca de los Agujeros de los Mensajes. Él aseguraba no haber dejado cartas en ningún lugar del árbol en el jardín de la época actual.

– ¿Por qué iba a hacer eso? -dijo.

– Bueno… ¿para contarme cosas?

– ¿Qué cosas?

– Acerca de… ya sabe -dijo Naia, y la expresión de él le indicó que no lo sabía-. ¿Me está diciendo que no ha dejado ninguna carta escrita a máquina para nadie, en ningún sitio?

– ¿Cartas escritas a máquina? -dijo Aldous-. Para hacer eso tendría que ser capaz de escribir a máquina. He visto una máquina de escribir, pero nunca he utilizado una. No sabría cómo.

Sábado:7

Alex e Iván estaban en la tienda, intentando reparar los pequeños daños causados por el agua que había entrado allí en la primera noche de la inundación. Iván esperaba poder volver a abrir el negocio el lunes. Para Alaric, la ausencia de ambos en la casa era una suerte, porque los efectos del regreso a su realidad actual eran los peores que había sentido jamás. Encontrar las energías necesarias para entrar en la casa por la ventana ya había resultado bastante difícil, pero cuando intentó subir a su habitación sólo logró llegar hasta el descansillo que había a mitad del camino antes de que le fallaran las piernas. Pasó más de una hora yaciendo sobre el costado entre la planta baja y el primer piso antes de que empezara a recuperar las fuerzas. Cuando Alex e Iván llegaron a casa alrededor de las siete, lo encontraron preparándose un té en la cocina.

– Aún se te ve un poco pálido -le dijo Alex.

Él le respondió que no se preocupara, y los dejó.

En su habitación leyó algunas frases de la traducción del diario de Marie. El diario no contenía gran cosa durante las semanas siguientes a la muerte de su hijo. Alaric sintió una punzada de remordimiento. Y vergüenza. Si estaba en lo cierto al pensar que se creaba una nueva realidad cada vez que a él se le ofrecía una oportunidad de salvar la vida de Aldous, eso significaba que ahora había -o había habido- otras dos Marie Underwood afligidas por la pena que intentaban escribir diarios con los ojos llenos de lágrimas. Dos pequeñas eternidades más en las que un muchacho colgaba de un árbol con una bolsa misteriosa cubriéndole la cabeza.

Sábado:8

Puesto que Aldous había negado ser él quien había escrito las cartas, ahora Naia tenía que hacer frente a un nuevo acertijo. Si el responsable no era él, ¿quién había sido? Ya convencida de que algo horrible le había ocurrido al Aldous de 1945, ahora estaba todavía más segura de que la realidad se había bifurcado en el momento de la muerte y otra versión de él había sobrevivido para convertirse en el anciano con el que ella había hablado antes. Los restos en la tumba y el anciano pertenecían a distintas realidades, pero una carta que Naia pensó sólo podía provenir de él, o de una versión de él, había sido dejada en el árbol Genealógico de la antigua realidad de ella, donde él murió cuando era un muchacho. Si llevaba mucho tiempo muerto allí, ¿cómo podía dejar cartas? El Aldous más anciano, el de esa realidad, había negado que hubiese dejado una carta en el árbol, pero alguien lo había hecho, al igual que alguien que decía llamarse Aldous U. había dejado una en el otro árbol Genealógico.

¿Había dos Aldous Underwood más? De ser así, ¿por qué se escondían? ¿Y cuáles habían sido sus propósitos al dejar los mensajes?

Sábado:9

Más tarde, mientras Alex e Iván estaban viendo una película, Alaric salió de la casa a través de una ventana de la sala del río y fue hasta el jardín sur. Aún había luz. Faltaban al menos tres cuartos de hora antes de que empezara a oscurecer. Alaric llevaba en el bolsillo el cuchillo de hoja plegable de la antigua caseta de los botes. A partir de ahora, hasta que ya no lo necesitara, planeaba tenerlo consigo en todo momento. La transición podía producirse sin importar cuál fuera el lugar en el que se encontrase, y quería estar preparado. La próxima vez extendería la mano inmediatamente y cortaría la cinta de plástico alrededor del cuello de Aldous. Luego se dejaría caer tras él y arrancaría el polietileno de su cara. Sería tan rápido, tan eficiente, que el poder que tan impaciente parecía estar por llevárselo consigo cada vez más pronto se vería superado. Un Aldous Underwood continuaría viviendo, y Alaric no volvería a verse enviado a ninguna versión de esa pequeña eternidad. Eso, a él, le parecía factible y lógico.

Fue directamente al árbol. Podía ser que no necesitara encontrarse cerca de él para que surtiera efecto, pero Alaric quería provocar la transferencia para que el acto pudiera ser llevado a cabo de una vez y él pudiera dejarlo todo atrás. Se quedó de pie junto al árbol durante unos minutos hasta que, harto de esperar, puso la palma de una mano en el tronco, invitándolo a que lo enviara a ese punto del año 1945.

Nada.

Así pues, empezó a trepar.

Ya había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de la rama sobre la que planeaba continuar con su espera cuando sintió alguna clase de movimiento debajo de la corteza, como sangre que fluyese a través de una vena. Completó el ascenso lo más deprisa que pudo y pasó las piernas alrededor de la rama. Entonces metió la mano en el bolsillo y palpó el cuchillo. Estaba preparado. Pero no hubo más movimientos, ningún cambio. Alaric no se vio elevado hacia las ramas. Ninguna alfombra de hojas apareció debajo de él.

Pasó lo que le pareció un siglo sentado allí antes de que la impaciencia hiciera presa en él. Entonces, cuando la luz ya empezaba a desvanecerse, bajó del árbol y echó a andar hacia la casa. Llevaba recorrida menos de una tercera parte de la distancia cuando se dio cuenta de que ahora el agua estaba más alta de lo que lo había estado hacía cuarenta y cinco minutos. No podía estar volviendo a subir de nivel. En busca de una confirmación de que todo estaba como debería estar, Alaric alzó la mirada hacia la ventana de su dormitorio. Para su sorpresa vio a alguien allí, una figura oscura apoyada en el cristal. Se detuvo, entornó los ojos, y… se reconoció a sí mismo.

Lleno de confusión, miró a su alrededor por si descubría algo más que sugiriese una realidad distinta a la suya. Dejando aparte el nivel del agua, todo estaba como debería. Un momento. El nivel del agua. Hacía unos días estaba así. Alaric dio un salto cuando el pensamiento le vino a la cabeza. Entonces hubo movimiento a su alrededor, un ligerísimo cambio atmosférico. Simultáneamente, el nivel del agua bajó. Alaric volvió a alzar la mirada hacia la ventana. No había nadie. Pero de pronto se sintió demasiado cansado para hacerse preguntas, pensar o razonar. Lo único que quería era entrar en casa. Irse a la cama.

Sábado:10

Ya había oscurecido cuando vino a él. Estaba tendido en su hamaca entre los árboles, y un rayo no habría podido sacudirlo más que la súbita revelación de aquella certeza que no había estado dispuesto a creer. La alegre mujercita que lo sentaba encima de la mesa para lavarlo cuando él era pequeño, bañarlo en el barreño de hojalata frente al fuego, cepillarle el pelo y leerle historias a la hora de acostarse… no era su abuela. La abuela Underwood había muerto mucho antes de que él naciera, y él sólo había visto a la grand-mère Montagnier en contadas ocasiones, cuando ella iba a visitarlos desde Francia, y la única vez que fueron con ella a Limoges justo antes de la guerra. Era su madre la que lo lavaba cuando él era pequeño y, probablemente, también le cepillaba el pelo, aunque no podía recordar que lo hiciera, ni siquiera ahora. Maman era afectuosa pero, por lo general, se mostraba un poco reservada, rara vez alegre, y le leía historias con mucha menos frecuencia de lo que lo hacía su padre.