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Había dirigido la proa del bote hacia el río y estaba cruzando el embarcadero todavía sumergido cuando, sin que hubiera absolutamente ninguna advertencia previa aparte de un estremecimiento de la luz, se halló en 1945… y en el árbol. Se olvidó de todo lo que no fuera el trabajo a hacer y enseguida se puso alerta. Iba a volver a ocurrir, pero esta vez de una manera diferente, porque ahora él no metería la pata.

Domingo:5

Naia había pasado la totalidad de la tarde en el bote. En un momento dado lo amarró ante la puerta principal, entró por la ventana de la cocina y, después de haber hecho una rápida excursión al piso de arriba para ir a orinar, cogió una botella de Lucozade y metió un trozo de pastel en una bolsa para bocadillos. Luego partió de nuevo, remando con lánguido placer para seguir un rumbo escogido al azar, que equivalía a ninguno en concreto, sintiéndose todo lo feliz que uno puede llegar a ser en un mundo al que no pertenece. Se había llevado consigo un libro, La autobiografía de Alice B. Toklas, y de vez en cuando dejaba de remar y se quedaba sentada leyendo al sol (deseando haber cogido Sidra con Rosie en lugar del otro libro).

Alrededor de las cuatro, remó a lo largo del camino pero no llegó a ir más allá de la puerta porque en ese momento el agua apenas si cubría el suelo. Eso no supuso ninguna gran decepción para ella. Exhibir tanta carne en público la había tenido un poco preocupada, pues podía haber chicos por los alrededores. Habría podido cambiarse, naturalmente, pero ir remando de un lado a otro con el sol acariciándole la piel era una sensación maravillosa. Naia no necesitaba compañía. Sólo había una persona que fuera a entender las cosas que la preocupaban, y esa persona no se encontraba allí. Incluso con Alaric podría haberse sentido un poco incómoda llevando el biquini. No porque él fuera a mirarla de «aquella» manera, claro está. Eso era algo tan impensable como el que ella fuera a contemplarle el trasero cuando él se inclinaba. Sonrió. Ella nunca haría eso. Otros traseros quizá, pero no el de Alaric. No le parecería bien.

Domingo:6

Dio un vistazo rápido y supo que estaba donde esperaba estar. Con el tiempo tan en su contra, no perdió ni un solo instante y bajó, con las piernas por delante, a la extensión verde de abajo. Un mirlo echó una mirada, vio actividad y no se detuvo. Alaric puso los pies en la rama de abajo y evaluó la situación en un segundo. El muchacho ya había caído, sobresaltado esta vez no por un súbito aleteo encima de su cabeza sino por la presencia de Alaric cuando había descendido de entre las hojas. Volvía a llevar la bolsa sobre la cabeza. La cinta de plástico había vuelto a quedar atrapada en el muñón de la rama y se había tensado alrededor de su cuello. Sus pies se agitaban a un par de centímetros del agua, y un brazo batía el aire inútilmente mientras la mano contraria intentaba apartar la cinta de plástico de su garganta.

Alaric sacó el cuchillo de su bolsillo, metió la uña de un pulgar en la muesca que corría a lo largo del extremo superior de la hoja y la desplegó. Extendió la mano hacia el trozo de cinta de plástico suspendido entre el cuello y el árbol, pero los frenéticos movimientos del muchacho se lo arrancaron de los dedos.

– ¡Estate quieto! ¡No te muevas! -le gritó.

Cogió la cinta de plástico, la sostuvo entre sus dedos y empezó a cortarla con el cuchillo. La hoja no tenía demasiado filo, así que no resultaba tan fácil como había esperado. Las piernas de Aldous ya no se movían tanto y sus manos aleteaban junto a los costados; puede que Alaric fracasase de nuevo.

Pero entonces la cinta de plástico se partió y Aldous cayó. ¡Sí! Alaric saltó en pos de él. Sus pies chocaron con el agua primero, y luego con el suelo debajo. Tras recuperar el equilibrio, Alaric pasó un brazo por debajo del muchacho y, levantándolo del agua, hincó la punta del cuchillo en el grueso polietileno con mucho cuidado de no tocar la piel. La punta era más afilada que la hoja, por lo que le resultó fácil hacer un agujero que rápidamente se convirtió en un tajo. Sin perder ni un segundo en doblar el cuchillo y guardarlo, Alaric se puso la empuñadura en la palma y tiró del polietileno con dos dedos de esa mano y la totalidad de la otra en un frenético esfuerzo. El polietileno se rasgaba con facilidad ahora que ya lo había cortado. La cabeza de Aldous quedó al descubierto, pero sus ojos estaban cerrados y su rostro no mostraba señales de vida. Alaric aflojó la cinta de plástico que rodeaba su cuello, la apartó de un tirón y la arrojó al agua sobre los restos de polietileno que flotaban cerca.

– Vamos -dijo mientras sacudía el bulto inerte-. ¡Vamos, vamos!

Los párpados de Aldous se movieron. A un tiempo, la luz cambió apenas una fracción y, de pronto, Alaric ya no estaba sosteniéndolo para mantenerlo a flote, sino de nuevo en el río dentro del bote, inclinándose peligrosamente hacia un lado. De inmediato, como si un interruptor hubiera sido accionado, las fuerzas lo abandonaron. Se quedó exhausto y, tras desplomarse sobre el costado, Alaric se hundió en el río con el cuchillo abierto todavía en la mano. Los oídos se le llenaron de agua. No intentó salvarse. No podía hacerlo.

Apenas estaba despierto. La mano que sostenía el cuchillo fue la primera en tocar el fondo y la muñeca se le dobló. El cuchillo se volvió hacia arriba mientras el cuerpo indefenso de Alaric llegaba a él. La afilada punta encontró un camino entre las costillas y, mientras el torso iba resbalando lentamente hacia abajo a lo largo de la hoja, se encontró con el corazón y lo atravesó.

Pasaban veinte minutos de las cinco de la tarde cuando Alaric murió.

Domingo:7

A las 17.19 Naia remó a través del embarcadero. «Otro día -pensó mientras tomaba el sol- y seré capaz de volver a estar de pie aquí.» Se daba por satisfecha con eso. Podría haber estado sentada allí durante un rato, disfrutando de la claridad y el suave balanceo del bote, si no hubiera sido por la súbita punzada de intenso dolor que le atravesó el corazón sin que hubiera ni un solo susurro de advertencia. Sus hombros se tensaron hacia delante y se llevó los remos al pecho. Naia permaneció tan inmóvil como una estatua y soportó el dolor durante todo el tiempo que duró éste, sin que le quedara otra elección. El dolor remitió lentamente, y cuando volvió a erguirse en el asiento lo hizo con mucha cautela, temerosa de su regreso si se movía demasiado deprisa. Al tiempo que levantaba la cabeza vio, a menos de un metro de distancia, un bote de remos vacío idéntico al suyo, meciéndose ligeramente, como si alguien acabara de saltar de él, o se hubiera caído al agua.

Entonces, igual que el dolor, el bote se desvaneció.

La misma aparición fue vista por un chico de once años desde la ventana de su dormitorio en una pequeña eternidad a sesenta años de distancia. Sorprendido al descubrir un bote vacío en el agua, corrió a buscar a su madre y la llevó al dormitorio para que lo viera con sus propios ojos. Demasiado tarde.

En junio de 2005 Naia, sin atreverse a especular, ni siquiera a asombrarse, remó hasta la orilla y los bajíos. Salió del bote. Las manos le temblaron mientras lo amarraba. Luego fue con paso tambaleante alrededor de la casa; su magnífica tarde solitaria y aventurera se había arruinado.

17.20. Nacimiento y muerte. Tijeretazo. Un péndulo se detiene en todas las pequeñas eternidades de Whitern Rise, donde un reloj Westminster permanece sobre la repisa de la chimenea. En más de un sentido, no volverá a ser puesto en marcha durante dos años enteros.