Domingo:8
Cuando la hoja del cuchillo de Eldon Underwood atravesó el corazón de Alaric, una nueva realidad en la que ésta era desviada por la caída de su cuerpo no llegó a cobrar forma. Las realidades no siempre nacen de tales momentos. La duplicación no está garantizada. No hay absolutos o enrevesados principios cuánticos. El azar manda. Esta vez Aldous tuvo suerte. Relativamente. Cuando Alaric fue extraído de aquella pequeña eternidad, un vacío los envolvió a ambos durante un breve instante. Pero mientras que Alaric fue devuelto a su bote, Aldous pasó a través de las tres realidades en las que había muerto en aquel momento, para regresar en el espacio de cuatro latidos a aquella en la que había sobrevivido, donde…
– ¡Aldous! Aldous, ¿qué estás haciendo? ¿Qué está pasando ahí?
Larissa no perdió ni un solo segundo en dar la vuelta al bote y remar hacia atrás. Se puso de pie y saltó torpemente al agua. Ahora el nivel había descendido demasiado para que pudiera nadar como era debido, así que fue hacia el árbol a pie, entre chapoteos, lo más deprisa que pudo. Se inclinó sobre Aldous para asegurarse de que todavía respiraba, y lo llevó hasta la casa manteniéndolo a flote sobre la espalda. Una vez en la cocina, lo acostó sobre la mesa. Por primera vez desde que había empezado la inundación, Marie bajó del piso de arriba. No reparó en las molestias. Ursula y Mimi lloraban. El pequeño Ray sólo podía mirar a su hermano, tan inmóvil y pálido como un cadáver.
No lograron despertar a Aldous.
Domingo 9
Había estado profundamente dormida, pero de pronto se encontró despierta por completo, como si notara la presencia de alguien en la habitación. Encendió la luz de la mesilla de noche. Estaba sola, pero entonces una pena devastadora hizo presa en ella; una pérdida que quedaba más allá de su comprensión y que la hizo sentarse al borde de la cama. Allí, un horror lento fue adueñándose de su ser. Saltó del lecho, salió corriendo de la habitación y fue hacia el recibidor; estaba muy asustada. ¡Mamá! ¡Algo horrible le había sucedido a su madre! Llegó a la puerta del dormitorio principal y, cuando se disponía a abrirla, de golpe lo recordó todo. El pánico se disolvió, como sal en agua caliente, pero la pena siguió con ella. Retrocedió, temblorosa y con la intención de regresar a su habitación; sin embargo, cuando pasaba ante la escalera decidió bajar.
Una vez llegó al final de la escalera, torció hacia la izquierda y entró en la sala alargada. No era la habitación que había sido cuando Alex estaba viva, pero la pasión y el buen gusto de Kate ya la habían mejorado bastante. Descorrió las cortinas de las cristaleras: la luna era muy brillante, y las nubes parecían de trapo. Fue al sofá y allí se sentó con un cojín entre los brazos, las rodillas levantadas y la mirada vuelta hacia el reluciente jardín sur. Algo la inquietaba todavía. Algo que no lograba identificar aún. Quizá fuese la hora, la soledad, el insistente tictac del reloj, que allí no se había parado.
Pasó en el sofá la mitad de la noche, sin moverse apenas. Sus pensamientos, en cambio, erraban inquietos por su mente, sin origen o final, impulsados por una pena abrumadora que carecía por completo de sentido. Finalmente la somnolencia la venció cuando los primeros pájaros despertaron y la luz empezó a filtrarse a través del lago venido a menos del jardín sur. A Naia le costó un gran esfuerzo, entonces, dejar el sofá y atravesar la sala. Desde el recibidor inferior, subió por una escalera que de pronto se había vuelto muy empinada para ir a una habitación que, por una vez, no sintió del todo como suya. Aun así, se quedó dormida de inmediato. Soñó que tenía una tórrida aventura con Orlando Bloom.
LUNES
Lunes:1
Alex estaba en la cocina, sentada a la mesa contemplando la nada. Oyó vagamente el timbre de la puerta pero no se movió. Hubo una pausa, y luego el señor Knight apareció en la ventana abierta.
– Perdona, Alex, siento molestarte, pero acabo de encontrar esto en el viejo roble, colgado de una rama.
Ella se levantó, y él le pasó la bolsa de la compra por la ventana. Alex sacó su contenido, puso el álbum familiar sobre la mesa y volvió a sentarse. Sentía las piernas súbitamente débiles, y las puntas de sus dedos describieron lentos círculos sobre la cubierta del álbum.
– ¿Sabes?, ese árbol está enfermo -dijo el señor Knight-. Puede que no dure mucho más -añadió, pero Alex no lo estaba escuchando-. ¿Quieres que entre y te haga una taza? -le preguntó, tratando de establecer alguna clase de contacto con ella.
Alex alzó la mirada.
– ¿Qué?
– Una buena taza de té -dijo el señor Knight-. Te sentaría bien.
– No. Gracias.
No quería nada. La luz se había ido de su vida. Lo único que le quedaba de su hijo era un álbum de fotos que no podía decidirse a abrir.
Lunes:2
Iván llegó a casa a la hora del almuerzo. Tenía algo para Naia. Mientras se lo entregaba, le explicó por qué había tenido que fingir que no sabía dónde estaba.
– Lo estaban encuadernando en el taller de un profesional. Antes tenía una cubierta barata. Sé lo mucho que significa para ti, Naia. Quería que durase. Para ti.
Naia pasó la palma de la mano por la cara piel de ternero de color verde. Labradas en oro cerca del borde superior había las palabras: Libro de Naia. Tenía un aspecto y un tacto soberbios, pero tuvo que recurrir a todas sus reservas de voluntad para no gritar al hombre que creía ser su padre. Esa no era la manera en que lo había dejado Alex, la manera en que debería haber seguido hasta que se convirtiera en polvo. Eso ya era bastante grave por sí solo, pero había algo todavía peor, porque Iván acababa de hacer lo impensable y lo había cubierto con la piel de un animal joven. Debería saber que ni ella ni su madre lo habrían aprobado. Sin embargo, Iván interpretó equivocadamente el fruncimiento de su boca y el brillo de sus ojos, y vio en ello emoción y gratitud; entonces hizo algo que rara vez hacía: rodeó con los brazos a Naia y la besó. Mientras él la abrazaba, miró a Kate y supo de inmediato que ella comprendía cómo se sentía, que lo entendía completamente. Kate también estaba muy apenada por lo que había hecho Iván, pero no quería que se le notara.
Kate. Querida Kate. Durante aquellos últimos meses habían llegado a estar muy cerca la una de la otra sin habérselo propuesto siquiera. Kate le había contado muchas cosas acerca de su vida, lo que le interesaba, sus antiguos amores, y a cambio Naia le había explicado todo lo que se sintió capaz de revelar acerca de sí misma. No dijo nada sobre otras realidades y el no pertenecer a ésa; nada sobre un muchacho que compartía un nombre con su gato. Se limitó a referirle lo suficiente para parecer normal.
Después del almuerzo, cuando Iván hubo vuelto a la tienda, le habló a Kate de Aldous; su trágica vida; que ella creía que era su tío; que no tenía casa y vivía al aire libre. Kate pidió conocerlo.
– Oh, podría estar en cualquier sitio -dijo Naia.
– O hallarse justo al doblar la esquina -replicó Kate.
Partieron en su busca.
En el sendero, mientras iban por la curva que llevaba a la puerta principal, vieron a un hombre que estaba mirando la casa a través de los arbustos. De hecho, no sólo miraba: estaba tomando fotos. Como el agua ahogaba el sonido de sus pasos, el hombre no las había oído venir. Se detuvieron a observarlo.
– ¿Qué estará tramando? -susurró Kate.
– No lo sé, pero me parece que el otro día lo vi. Estoy segura de que era él -dijo Naia-. Estaba de pie allí, observando la casa. A través de unos binoculares.