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En ese momento, Sohail decidió actuar. Una vez cumplido su horario habitual, no tomó el autobús que lo llevaba a casa, sino que tras consultar una guía tomó un tren hasta Cambridge Heath. Al salir de la estación, y tras comprobar que no lo seguía nadie, se calzó la capucha del abrigo y se dirigió a través de la llovizna hasta la comisaría de Bethnal Green.

El Cuerpo Especial reaccionó con rapidez, ya que Rahman al Masri era más que conocido. Contactaron con el MI5, y éste situó un puesto de observación cerca de la librería. Cuando Masri y sus dos guardaespaldas se marcharon al día siguiente, lo hicieron con una discreta escolta de vigilancia. También se informó a los servicios de inteligencia aliados y, con varios países trabajando coordinadamente, se permitió que Masri saliera del país. Más tarde fue localizado en el aeropuerto de Dubai y arrestado por la policía secreta de aquel país. Tras una semana de lo que se llamó oficialmente «un interrogatorio exhaustivo», admitió que había visitado Londres para dar instrucciones a sus células terroristas. Se disponían a lanzar una serie de ataques contra ciertos objetivos de la City.

Puesta sobre aviso, la policía fue capaz de identificar y arrestar a todos los involucrados, cuidando de preservar la fuente de la filtración. Cuando todo acabó, y tras una revisión en profundidad de los antecedentes de Sohail por parte de un agente del Cuerpo Especial y de Charles Wetherby, se acordó que el joven asiático podía ser útil para el Cinco como agente a largo plazo. Wetherby le pasó el expediente a Liz, que un par de días después se desplazó hasta Tottenham. Su primer encuentro tuvo lugar en una clase vacía del instituto donde Sohail recibía una clase semanal sobre informática.

Ella se sorprendió por la juventud del chico. Físicamente menudo y bien vestido, con chaqueta y corbata, apenas parecía un universitario. Pero también dejaba traslucir cierta dureza acerada y, una vez habló con él, se sintió impresionada por el inquebrantable rigor de su código moral. Creía firmemente que nada justificaba el asesinato, y que si informar de los planes de sus correligionarios no sólo impedía que muriera alguien, sino que servía para proteger el buen nombre del islam de aquellos que ansiaban un apocalipsis nihilista, se sentiría feliz de cooperar con ellos. Liz le preguntó si estaba dispuesto a seguir con su trabajo en la librería y encontrarse con ella a intervalos más o menos regulares para pasarle información, y él aceptó. Parecía haber deducido a qué organización representaba sin que ella la mencionase, y no se mostró sorprendido por su intervención.

Después se entrevistaron tres veces más, siempre en el instituto. Sohail los mantenía al día sobre las idas y venidas en la librería. Abría un archivo codificado de su ordenador portátil y le leía sus informes a Liz, mientras un agente del Cuerpo Especial vigilaba discretamente en el pasillo. Ninguna de las informaciones posteriores resultó tan importante como la aparición de Masri, pero quedaba claro que la librería era terreno abonado para, según el argot del Cuerpo Especial, «los hombres de Bin». Si el SIT estaba preparando una operación importante en el Reino Unido, las posibilidades de que Sohail -Marzipan- se enterase eran enormes. Para el servicio de inteligencia era oro puro en potencia.

El último encuentro resultó difícil, al menos para Liz. Tuvo que preguntarle a Sohail si tomaría en consideración seguir con su trabajo en la librería un año más, lo que significaba posponer su entrada en la universidad, y por primera vez vio que el joven se acobardaba. Ella sabía que contaba con liberarse de la intensa presión que le imponía su doble vida el otoño siguiente. Probablemente, lo único que había hecho soportable todo el asunto fue que tenía fecha de caducidad. Y ahora le pedía que se quedase un año más, un año en que -por lo que ella sabía- podía pasar cualquier cosa. Incluso era factible que lo presionaran para recibir entrenamiento especial y actuar de incógnito. Varios de los jóvenes que bebían té a la menta y hablaban de la Yihad en las habitaciones sobre la librería ya habían viajado a Pakistán y visitado sus campos de entrenamiento. Como mínimo, el retraso amenazaría seriamente su sueño de convertirse en abogado.

Su angustia fue casi invisible, apenas un fugaz estremecimiento tras sus ojos; después, con una tranquila sonrisa, como si quisiera asegurarle a Liz que todo iría bien, aceptó continuar con su misión.

El valor del chico estremeció el corazón de Liz, y ahora rezaba para que nunca tuviera que encontrarse con Sarfraz y Rukhsana Din, y decirles que su hijo había muerto sirviendo a su fe y su país.

– ¿Ocurre algo? -preguntó Dave Armstrong desde la mesa más cercana.

– Ya sabes cómo es esto -respondió Liz, cerrando el expediente de Marzipan-. A veces este trabajo es una auténtica mierda.

– Lo sé. Y supongo que el gulasch que te vi devorando en la cantina no ha contribuido a mejorar tu humor.

Liz sonrió abiertamente.

– Lo elegí en un arrebato de locura. ¿Qué pediste tú?

– Una especie de pollo, glaseado con anticongelante.

– ¿Y?

– El anticongelante ha hecho exactamente lo que promete en la lata. -Se masajeó el estómago con las manos-. ¿Cómo fue la reunión de esta mañana? Según dicen, el equipo de Legolandia volvió a llegar tarde.

– Creo que querían demostrar algo -apuntó Liz-. Trajeron a uno nuevo, un ex de Harrow encantado de conocerse.

– ¿No me digas que los del MI6 han empezado a reclutar arrogantes chicos de la escuela pública? -murmuró Dave-. No puedo creerlo.

– Se me quedó mirando fijamente -añadió Liz.

– ¿Abiertamente o con disimulo?

– Abiertamente.

– Tendrás que matarlo. Dale una patada en el tobillo con el cuchillo de tu zapato, al estilo Rosa Klebb.

– Vale… No, espera un segundo. -Se inclinó hacia su pantalla, en la que había aparecido un icono. Hizo clic encima su ratón.

– ¿Problemas?

– Un mensaje de nuestro enlace alemán. A uno de los chicos que falsifican documentos en Bremerhaven le pidieron un carnet de conducir inglés a nombre de Faraj Mansoor. Pagaron cuatrocientos marcos por él. ¿Te suena de algo ese nombre?

– No -reconoció Armstrong-. Probablemente será algún inmigrante ilegal que quiere alquilar un coche. O algún pobre diablo que ha perdido su carnet. No siempre puedes salir a la calle gritando «¡Terrorista, terrorista!».

– El Seis ha reconocido que el SIT puede intentar colarnos un invisible.

– ¿Desde dónde?

– Uno de los campos de entrenamiento de la frontera noroeste.

– ¿Es seguro?

– No, sólo una sospecha. -Grabó y guardó el mensaje, y buscó más con el ratón.

La puerta del despacho se abrió de repente y un joven de rostro duro con una camiseta de la Resistencia Aria entró tranquilamente.

– Hola, Barney -saludó Dave-. ¿Cómo va el mundo de la extrema derecha? Por el corte de pelo y la ropa diría que después tienes una cita.

– Sí, en East Ham. Una conferencia sobre la tradición pagana europea.

– ¿Qué es?

– En esencia, propaganda hitleriana new age.