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– ¿Por qué?

– Imagínese que Mansoor tiene éxito y… digamos que vuela una sala de fiestas en Londres o causa daños graves a un complejo de edificios militares o de negocios, matando a un montón de gente. Y entonces, el mundo descubre que es un antiguo agente del MI6. El daño sería incalculable.

– Y si encima los edificios o los muertos son norteamericanos…

– Exacto. Las repercusiones serían inimaginables. Mucho mejor mantener la boca cerrada, buscarlo, encontrarlo y eliminarlo antes que tenga oportunidad de hablar y contarlo todo.

Liz se frotó las sienes.

– Lo siento. Comprendo el punto de vista político del asunto, pero sigo pensando que lo que ocurrió anoche es algo indefendible. Fue simple y llanamente un asesinato. No tenía ninguna granada. Ese hombre estaba allí de pie, con las manos en alto, rindiéndose.

– Liz, me temo que eso es puramente académico. Mansoor y D'Aubigny mataron a varias personas inocentes, y ahora ellos también han muerto. Habrá una investigación, por supuesto, pero puede imaginarse las conclusiones.

Ella volvió a sacudir la cabeza. Al otro lado de las enormes ventanas, el cielo era de un gris sucio y plomizo. Un grupo de hombres y mujeres jóvenes los miraron con curiosidad antes de marcharse.

Liz se quedó contemplando unos segundos su vacía taza de café.

– Hemos perdido, ¿verdad?

– Hemos ganado, Liz -respondió Wetherby, tomando las manos de la chica entre las suyas-. Usted consiguió salvar a toda esa familia. Nadie podría haber hecho más.

– Siempre fuimos un paso por detrás. Intenté pensar como D'Aubigny, pero no lo conseguí. No logré meterme dentro de su cabeza.

– Nadie habría podido hacerlo mejor.

– Cuando ella murió, estábamos cara a cara. Creo que incluso me dijo algo, pero no pude oírla debido a los helicópteros.

Wetherby guardó silencio. No soltó sus manos, ni ella intentó retirarlas.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó por fin Liz.

– Creo que podemos pedirle a alguien que nos lleve hasta Swanley Heath, y allí recuperaremos su coche. Después, yo mismo conduciré y la llevaré hasta Londres, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -asintió Liz.

Agradecimientos

He soñado durante años con escribir un thriller, y en todo ese tiempo su personaje principal, Liz, me ha rondado por la cabeza. Mientras los años pasaban, Liz iba evolucionando y cambiando, al igual que yo. Está claro que ella tiene, en gran medida, muchos elementos autobiográficos, pero posee también las características de muchas agentes de los servicios de inteligencia que he conocido a lo largo de mi carrera profesional. Los otros personajes del libro son completamente imaginarios, y otro tanto ocurre con la historia. Surgieron en el transcurso de una conversación de sobremesa en el Winstub Gilg de Mittelbergheim, Alsacia, en junio de 2001. Quiero agradecer a John Rimington, que compartió conmigo la cena, y al excelente Tokay pinot gris, que estimuló tanto la charla como la imaginación. El oficio de novelista y el de agente de inteligencia son muy distintos, a pesar de lo que muchos puedan pensar, y si no hubiese sido por la perseverancia y el valor de Sue Freestone, mi editora en Hutchinson, nunca habría sido capaz de convertirme en lo segundo. Deseo dar también las gracias, de modo especial, a Luke Jennings, cuya ayuda tanto en la documentación como en la escritura ha hecho posible la existencia de este libro.

Stella Rimington

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