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– Johnny Fortescue pagó la restauración del techo de su biblioteca vendiendo a la policía secreta iraquí bastones eléctricos para controlar manifestaciones. Lo sé porque Sophie me lo contó.

– Bueno, estoy seguro de que todo fue legal y aprobado por el Ministerio de Industria y Comercio.

Permanecieron unos segundos en silencio bebiendo sus respectivos cafés.

– Dime una cosa -dijo Anne con precaución-. ¿Conoces bien a Ray?

Perry la contempló pensativo. Ray Gunter era un pescador que vivía en el pueblo, y que guardaba un par de botes y una red para pescar langostas en los doscientos metros de playa privada propiedad del matrimonio Lakeby.

– Debería, después de tantos años. ¿Qué pasa con él?

– ¿Tenemos que seguir soportando que entre y salga de nuestros terrenos cuando le venga en gana? Para ser sincera, me da escalofríos.

– ¿Por qué? -preguntó Perry, frunciendo el ceño.

– Es tan… siniestro. Doblas una esquina y te topas con él. Y a los perros tampoco les gusta.

– Los Gunter han atracado sus botes en nuestras tierras desde los tiempos de mi abuelo. El padre de Ray…

– Lo sé, lo sé, pero el padre de Ray está muerto. Y Ben Gunter era el anciano más agradable que haya conocido nunca. En cambio, Ray es un tipo…

– ¿Desagradable?

– No, peor que eso. Es siniestro, como te he dicho antes.

– No estoy de acuerdo. Puede que no sea un gran conversador, y probablemente atufa un poco, pero eso es por culpa del pescado. Creo que si intentamos echarlo puede causarnos toda clase de problemas. La prensa local se cebaría en nosotros.

– Al menos, entérate de cuál es nuestra situación legal.

– ¿Por qué meternos en gastos?

– ¿Por qué no? ¿Por qué eres tan…? -Dejó la taza de café en la mesita de noche y buscó sus gafas-. Te contaré una cosa que me confió Sophie. ¿Conoces a su hermana?

– ¿La hermana de Gunter? ¿Kayleigh?

– Sí, Kayleigh. Según parece, la chica que cuida del jardín de los Fortescue iba al colegio con ella y le dijo a Sophie que la hermana de Gunter (Kayleigh, sí) trabaja un par de noches por semana en un club de King's Lynn haciendo de stripper.

– ¿En serio? -Perry alzó las cejas sorprendido-. No sabía que King's Lynn ofreciera ese tipo de tentaciones tan escabrosas. ¿Mencionó el nombre del club?

– Perry, por favor. El asunto es que la actual generación de los Gunter no son simples pescadores como sus padres.

Perry se encogió de hombros.

– Tempora mutantur, et non mutamur in illis.

– ¿Y qué se supone que significa eso?

Perry se acercó a la ventana y contempló la costa de Norfolk, mientras iba siendo iluminada por el creciente sol.

– Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos -susurró-. Ray Gunter no nos causa ningún perjuicio… de momento.

Anne se quitó las gafas y las dejó en la mesita con un chasquido de exasperación. Perry podía ser deliberadamente obtuso cuando quería y ella estaba preocupada. Tras treinta y cinco años de matrimonio, sabía cuándo ocultaba algo… y ahora lo estaba haciendo.

8

Publicaciones Nu-Celeb de Chelmsford, Essex, ocupaba todo un edificio modular en el polígono industrial Writtle, al suroeste de la ciudad. La premisa era espacio y utilitarismo, pero el interior estaba caldeado incluso a las nueve de la mañana. Melvin Eastman odiaba el frío, y desde su despacho de muros acristalados podía vigilar que el termostato de la planta baja estuviera graduado en los 20 °C. Sentado tras su mesa, todavía con el abrigo de pelo de camello con que llegara hacía diez minutos, Eastman contemplaba la primera plana del diario Sun. Bastante bajito, con el pelo cuidadosamente cortado y de una negrura antinatural, sus rasgos no mostraban la menor expresión mientras leía. Por fin, se inclinó buscando uno de los teléfonos de su mesa de despacho. Su voz era tranquila y su pronunciación precisa.

– Ken, ¿cuántos de esos calendarios de Mink Parfait hemos impreso ya?

En el piso de abajo, su jefe de producción giró la vista hacia él.

– Unos cuarenta mil, jefe. Será el superventas navideño. ¿Por qué?

– Porque Mink Parfait va a disolverse. -Alzó el periódico para que su jefe de producción viese los titulares.

– ¿Seguro que es kosher, jefe? ¿No se tratará de un truco publicitario?

– «Aduciendo diferencias personales y musicales -leyó, dejando el periódico sobre la mesa-, Foxy Deacon confirmó que las cuatro chicas del grupo tomarán caminos distintos. "Sabemos que esto será una sorpresa para todos los fans", declaró Foxy, de veintidós años y chica de cubierta de FHM, "pero queremos dejarlo mientras estamos en lo más alto". Fuentes muy próximas al grupo aseguran que la tensión…», etcétera, etcétera. No lograremos vender esos putos calendarios.

– Lo siento, jefe. No sé qué decir.

Eastman colgó el auricular y dejó que un leve atisbo de preocupación asomara al paisaje lunar de su rostro. Era una forma muy poco prometedora de empezar el día. Aunque Nu-Celeb no fuera el único pastel que tenía en el horno, los calendarios de famosos servían de tapadera para el conjunto de actividades bastante menos legales que lo habían convertido en millonario. Pero le irritaba perder veinte de los grandes por culpa de un puñado de putillas como Mink Parfait. Y encima un puñado de putillas mestizas. Melvin Eastman no suscribía el sueño de un Reino Unido multicultural.

Un hombre enjuto con una cazadora bomber negra y gorra de béisbol, llamado Frankie Ferris, jugador clave en otra de las actividades de Eastman, se encontraba sentado contra la pared. Sostenía una taza de té en una mano y fumaba con la otra, tirando la ceniza en la papelera con una frecuencia tan nerviosa como innecesaria.

Plegando el periódico y dejándolo en la misma papelera, Eastman se volvió hacia Ferris, fijándose en la palidez de sus labios y el ligero temblor del cigarrillo entre sus dedos.

– ¿Y bien, Frankie? -empezó tranquilamente-. ¿Cómo va todo?

– Bien, señor Eastman.

– ¿Todo el mundo paga según lo debido?

– Sí. Ningún problema.

– ¿Alguna petición especial?

– Harlow y Basildon quieren quetamina. Preguntaron si podíamos hacerles un envío de prueba.

– Ni hablar. Esa cosa es como el crack, estrictamente para negratas y retrasados mentales. ¿Qué más?

– Ácido.

– Lo mismo. ¿Algo más?

– Sí, el éxtasis. De repente, todo el mundo quiere las mariposas.

– ¿Y las palomas no?

– También, pero dicen que las mariposas son mejores. Aseguran que son más potentes.

– Eso es una chorrada, Frankie. Son idénticas y tú lo sabes.

– Es lo que dicen -se excusó encogiéndose de hombros.

Melvin Eastman asintió y dio media vuelta. Tomó un sobre bancario de uno de los cajones de su mesa y se lo alargó a Frankie. Este frunció el ceño y lo cogió.

– Esta semana sólo te doy tres y medio, está claro que te estoy pagando demasiado -explicó Eastman-. El pasado viernes te dejaste seis y medio en la mesa de blackjack del Brentwood Sporting Club.

– L-lo siento, señor Eastman, yo…

– Ese tipo de conducta llama la atención, Frankie, y eso son malas noticias, muy malas. No te meto en el bolsillo uno de los grandes cada semana para que lo despilfarres en público, ¿comprendido?

El tono y la expresión de Eastman no habían cambiado, pero la amenaza estaba muy cerca de la superficie. Y Frankie sabía que el último hombre que había hecho enfadar a su jefe terminó en las marismas de Foulness Island. Los cazones se habían cebado en su cara y sólo consiguieron identificarlo analizando su dentadura.