Azucena escuchaba los apagados y temerosos cuchi- cheos de los comedores de tortas. Todos parecían estar muy alarmados, pero cuando pasaron a las noticias deportivas se reanimaron instantáneamente. El campeonato de fútbol les hacía olvidar que había habido un asesinato y su mayor preocupación era saber si el muchacho que era la reencarnación de Hugo Sánchez iba a alinear o no. A la vista de Azucena, el o los asesinos del candidato habían planeado todo de manera que coincidiera con el campeonato interplanetario de fútbol. ¡Era increíble el poder de adormecimiento de conciencias que tenía el fútbol!
En ese momento, el gobernador del Distrito Federal era entrevistado y estaba advirtiendo a la población que no se iban a permitir los festejos en el Ángel de la Independencia. El día del juego Tierra-Venus iban a desintegrar el monumento por una semana para evitar desmanes. La gente protestó abiertamente. Entre los chiflidos de la gente y un «Ero» generalizado, casi nadie alcanzó a escuchar la entrevista que Abel Zabludowsky estaba transmitiendo desde la casa de Isabel González, la nueva candidata a la Presidencia Mundial, quien ostentaba el título nobiliario de Ex Madre Teresa, que había obtenido en su vida pasada en el siglo XX. Al final de la entrevista apareció la imagen de una gorda que ocupó toda la pantalla. Todos se preguntaron quién era esa gorda y nadie sabía la respuesta, pues habían perdido el hilo de la entrevista.
La única que no se distraía de sus asuntos era Azucena. La nave espacial de la Compañía Aereofónica acababa de aterrizar frente a su edificio. Dos hombres bajaron de ella. El mundo dejó de tener interés para Azucena. Sólo existían esos hombres a los que no les quitaba la vista de encima. En el momento en que estaba a punto de verles la cara, aterrizó la nave del Palenque Interplanetario de su vecino, el compadre Julito, y le tapó por completo la visión. Azucena se desesperó enormemente. ¡No podía ser! Uno a uno, descendieron de la nave del Palenque los integrantes de un grupo de mariachis. Azucena no podía ver nada porque los sombreros de charro le tapaban toda la visión. El compadre Julito le cayó más gordo que nunca. Azucena, apresuradamente, pagó su torta y salió del local. Ahora no le quedaba otra que acercarse al edificio para observar a los asesinos cuando salieran y arriesgarse a ser reconocida. ¡Pero si sería pendeja! No la podían reconocer porque tenía otro cuerpo. Azucena se rió. El cambio de cuerpo fue tan rápido que aún no lo había asimilado.
Azucena se sentó en las escaleras del edificio y esperó un momento. A los pocos minutos, los aerofonistas salieron acompañados de Cuquita, hecha un mar de lágrimas. En la puerta se despidieron de ella y le dijeron que lo sentían mucho. Azucena se quedó petrificada, no tanto por ver que su supuesta muerte había afectado a Cuquita hasta las lágrimas sino porque uno de los aerofonistas asesinos no era otro que la ex bailarina que había sido su ex compañero de fila en la Procuraduría de Defensa del Consumidor y que quería un cuerpo de mujer a como diera lugar. ¡No podía ser! ¡La había matado para quitarle su cuerpo! Pero ¿por qué no se lo había llevado? De seguro para seguir con la farsa. Pero entonces Azucena ya no entendía nada, pues ahora lo que procedía era que la nave funeraria de Gayosso recogiera su cuerpo y lo desintegrara en el espacio. Si los de Gayosso se llevaban el cuerpo, ¿cómo se iba a apoderar de él la ex bailarina? ¿Tendría contactos en la funeraria?
El compadre Julito empezó a ensayar Sabor a mí con su grupo de mariachis. La música hizo que Azucena suspendiera sus pensamientos y se pusiera a llorar. Últimamente estaba demasiado sensible a la música… ¡La música! ¡Bueno, de veras que sí estaba pendeja! ¡Con tanto lío se le había olvidado recoger su compact disc de su departamento. Y a lo mejor dentro de ese compact estaba la ópera que le habían puesto durante su examen para entrar en CUVA. ¡Ahora sí que estaba lucida! Tenía que entrar en su departamento y ya no podía. Su nuevo cuerpo no estaba registrado en el control maestro. ¡Pero le urgía recuperar su compact! Así que sin pensarlo dos veces tocó el timbre de la portería. Cuquita contestó por el videófono.
– ¿Quién?
– Cuquita, soy yo. Ábrame, por favor.
– ¿Quién yo? Yo no la conozco.
– Cuquita… no me lo va a creer pero soy yo… Azucena.
– ¡Sí, cómo no!
Cuquita colgó la bocina. Su imagen desapareció de la pantalla de la entrada. Azucena tocó nuevamente.
– ¿Otra vez usted? Mire, si no se va voy a llamar a la policía.
– Está bien, háblele. Yo creo que a la policía le va a interesar mucho saber dónde compra usted los virtualibros para su abuelita.
Cuquita no respondió. Se había quedado muda. ¿Quién demonios era esa mujer que sabía del asunto de los virtualibros? Efectivamente, la única que lo sabía era Azucena.
– Cuquita, por favor déjeme entrar y le platico todo. ¿Sí?
Cuquita rápidamente le permitió la entrada a Azucena.
Conforme Azucena contaba su historia, Cuquita se sentía cada vez más cerca de ella. Ya no la veía como al enemigo ni como al ser superior al que tenía que envidiar por definición. Por primera vez la veía de tú a tú, a pesar de que pertenecía a un partido político diferente: el de los evolucionados. La lucha de clases entre ellas siempre había sido una barrera. Recientemente se había agudizado a causa de la nueva norma emitida por el gobierno que indicaba que los evolucionados debían llevar una marca visible en el aura: una estrella de David a la altura de la frente. La intención era identificar de entrada al portador de la estrella para que obtuviera trato preferencial en donde fuera. Los evolucionados tenían derecho a infinidad de beneficios. Para ellos eran los mejores lugares en las naves espaciales, en los hoteles, en los centros vacacionales y, lo más importante, sólo ellos tenían acceso a puestos de confianza. Eso era lógico, a nadie se le ocurriría poner las arcas de la Nación en manos de un no evolucionado. De lo contrario, lo más probable sería que a causa de sus antecedentes criminales y su falta de luz espiritual terminara saqueando las arcas. Pero para Cuquita esa situación no era nada justa. ¿Cómo iban a dejar los no evolucionados su baja condición espiritual si nadie les daba la oportunidad de demostrar que estaban evolucionando? No era justo que porque en otra vida habían matado a un perro en esta fueran catalogados como «mataperros». Tenían que luchar por su derecho a ejercer el libre albedrío, y por eso se había creado el PRI. Cuquita era una activista muy entusiasta de su partido, y su máxima aspiración era llegar a obtener el derecho a conocer a su alma gemela al igual que su vecina, la evolucionada. ¡Cómo la había envidiado el día que se enteró que se había encontrado con Rodrigo! Pero lo que era el destino, en ese momento estaban en la misma situación de abandono, de angustia y de desesperación. Su mirada se había suavizado, y se conmovió hasta las lágrimas cuando Azucena compartió con ella su historia de amor. Las dos, abrazadas como viejas amigas, se prometieron guardar silencio. Ni Cuquita iba a soltar la información sobre la verdadera identidad de Azucena, ni Azucena iba a decirle a nadie sobre los virtualibros de la abuelita de Cuquita.
Y ya entradas en confianza, Cuquita se atrevió a preguntarle algo: ¿cómo le iba a hacer el lunes, cuando se presentara a meter sus papeles en CUVA, para que la auriografía que le habían tomado correspondiera con la de su nuevo cuerpo? Azucena se quedó boquiabierta. No había pensado en eso. Cuando a uno lo que le importa es sobrevivir pierde la perspectiva general de los problemas. ¿Cómo le iba a hacer? De pronto recordó que le habían cerrado la ventanilla antes de meter sus papeles. Eso le daba oportunidad de tomarse una auriografía con su nuevo cuerpo en cualquier lugar y sustituirla por la de CUVA, y… y súbitamente se le fue el color del rostro. ¡Tenía un nuevo cuerpo! Nunca pensó que al hacer el intercambio de almas la microcomputadora se iba a quedar dentro de su antiguo cuerpo. ¡Ése sí que era un problema mayor! Sin esa microcomputadora no podía ni acercarse al edificio de CUVA. Fotografiaban los pensamientos de todas las personas desde una cuadra a la redonda. Tenía que ir a ver al doctor Diez de inmediato. Tenía que instalarse otra microcomputadora en la cabeza.
Azucena tomó aire antes de tocar en la puerta del consultorio del doctor Diez. Había subido a pie los quince pisos. El aerófono del doctor no dejaba de sonar ocupado. Seguramente estaba descompuesto. Y como ella no podía utilizar el aerófono de su consultorio porque su nuevo cuerpo no estaba registrado en el campo electromagnético de protección, tuvo que fletarse a pie las escaleras. Cuando más o menos recuperó el aliento, tocó a la puerta de su querido vecino. La puerta estaba abierta. Azucena la empujó y descubrió la causa por la que la línea del doctor Diez sonaba ocupada: el cuerpo del doctor, al morir, había caído justo en medio de la puerta del aerófono interfiriendo con el mecanismo que la cerraba. El doctor había muerto de igual forma que el bigotón. A Azucena se le fue el aliento. ¿Qué estaba pasando? Otro crimen en menos de una semana. Empezó a temblar. Y fue ahí cuando escuchó a la violeta africana del doctor llorar quedamente. El doctor Diez tenía la misma costumbre que Azucena, dejaba conectadas sus plantas al aparato planto-parlante. Azucena tenía náusea. Se metió en el baño y vomitó. Decidió irse rápidamente. No quería que la encontraran allí. Salió corriendo no sin antes tomar a la violeta africana entre sus manos. Si la dejaba en la oficina iba a morir de tristeza.