Teo, después de haber consolado a Azucena toda la noche, estaba muerto de cansancio y se había quedado dormido. Azucena, por el contrario, se encontraba llena de energía. Se levantó de un salto y se fue a buscar al compadre Julito. Juntos estaban desarrollando un plan para quitar a Isabel del poder. Azucena pensaba que nunca podría colocar la cúspide de la Pirámide del Amor en su lugar mientras Isabel estuviera de por medio. ¿Por qué? Simplemente porque Isabel era una verdadera hija de la chingada y sólo haciéndola a un lado podría actuar con libertad.
Encontró al compadre Julito en un rincón de la nave empinando una botella de tequila. Azucena se sentó a su lado. La ubicación del compadre era perfecta: era la más alejada de donde se encontraba toda la gente. Cuanto más lejos estuvieran de todos los demás, tanto mejor. Así podrían elaborar su plan sin que nadie los escuchara. Bueno, no sólo por eso. La verdad es que Azucena nunca se había sentido a gusto entre las multitudes. Prefería los espacios íntimos.
Todo lo contrario de Cuquita, que se manejaba como pez en el agua entre la gente. Mientras más gente la rodeara más a gusto se sentía. Azucena estaba convencida de que era porque la gran masa de no evolucionados era igual en todos los planetas. No importaba qué tan diferentes fueran en su aspecto físico, se comportaban de manera idéntica en todos lados. Hablaban el mismo idioma, pues. Azucena se admiraba de la absoluta familiaridad con que Cuquita se relacionaba con todo el mundo. En el poco tiempo que llevaban viajando en la nave peregrina, ya todos sabían su vida entera. Era sorprendente la forma en que había superado la muerte de su abuelita. Azucena pensó que tal vez influía el hecho de que no había dejado de verla. No había tenido tiempo de sentir su ausencia porque realmente no había habido tal. De alguna manera, seguía viva. Con el alma de Azucena, pero viva al fin. Fuera por la causa que fuera, era bueno que después de todo lo que había pasado Cuquita aún conservara el sentido del humor. Iba y venía de grupo en grupo, interviniendo en todas las conversaciones. Uno de los grupos discutía sobre si alguien había disparado antes o después que el otro hubiera metido la cabeza. Cuquita pensó que estaban hablando de la muerte del señor Bush y corrió a enterarse del chisme, pero con desencanto descubrió que discutían de la final del campeonato interplanetario de fútbol entre la Tierra y Júpiter, donde la Tierra había quedado como perdedora. Cuquita opinó que el culpable del fracaso era el entrenador por no haber metido a jugar a Hugo Sánchez. Que deberían haberle hecho caso a su esposa, que nunca había dejado de gritar desde la tribuna: «¡Que lo metan, que lo metan!» En ésas estaba cuando alguien le preguntó si sabía algo de los asesinos del señor Bush, y Cuquita se puso un poco nerviosa. Pero para no despertar sospechas respiró hondo y se dispuso a dar la respuesta. Como era su costumbre, echó su discurso con toda propiedad. En voz alta les dijo a todos que no se dejaran impresionar por las noticias, pues las personas a las que habían acusado no eran más que «chivos expiratorios» del sistema. Todo el mundo quedó muy tranquilo con la explicación y nadie pareció darse cuenta de que Cuquita había utilizado una palabra por otra, o si lo notaron no les había importado un comino.
Azucena pensó: «No cabe duda. Dios los hace y ellos se juntan.»
Viendo lo bien informada que estaba Cuquita, le preguntaron su opinión sobre el rumbo que estaban tomando los acontecimientos en México. Era preocupante que la violencia se hubiera desatado de esa manera. Cuquita coincidió con ellos y dijo que ojalá pronto se descubriera qué mente maquilabélica estaba planeando todos los horribles asesinatos.
– ¿Asesinatos? Creíamos que sólo había sido el del señor Bush. ¿Qué, han habido más?
Azucena se inquietó mucho. Tenía que silenciar a Cu-quita o de otra manera iba a terminar soltando toda la información y metiéndolos en un problema del que nunca podrían salir. Así que le pidió al compadre Julito que la condujera hasta donde se encontraba Cuquita para jalarla de los pelos, pero al llegar descubrió que no era necesario, porque Cuquita, hábilmente, ya había cambiado de tema y estaba entreteniendo a sus oyentes con toda una teoría sobre por qué el Popocatepetl había «gomitado». Les dijo que, por si no sabían, el volcán captaba la energía y los pensamientos de los habitantes de la Tierra, y que últimamente se había estado nutriendo de puros sobresaltos y colerones, motivo por el cual se había indigestado y había echado una serie de «eruptos» de azufre acompañados del consabido temblor de tierra. Todos se maravillaron con la explicación y se angustiaron más que nunca de que las cosas en México empeoraran. A nadie le convenía que siguieran así. Si el Popocatepetl se activaba se podría desatar una reacción en cadena entre todos los volcanes que estaban conectados internamente con él y provocar una catástrofe mundial que no sólo afectaría a los habitantes de la Tierra, sino a todos los del Sistema Solar.
Tal vez si Rodrigo no se hubiera ido con Citlali, Azucena estaría menos sensible al dolor que le causaban las piedrecitas que se le enterraban en las rodillas. Llevaba un buen rato hincada, avanzando de rodillas entre los miles de peregrinos que trataban de entrar en la Basílica de Guadalupe. Seguía aparentando ser una más del grupo. Habían decidido esperar hasta después de la misa para separarse de los creyentes. No querían despertar sospechas. Los únicos que habían tomado el riesgo de irse fueron Rodrigo y Citlali. Citlali porque tenía urgencia de regresar a su casa, y Rodrigo por seguirla. Por otro lado, Citlali no encontraba justificación alguna para permanecer al lado de un grupo tan riesgoso, ya que ni Rodrigo en el cuerpo del ex marido de Cuquita, ni ella eran buscados por la policía. Se fueron en cuanto la nave aterrizó. Azucena se había despedido de ellos brevemente, aparentando indiferencia, pero Teo sabía a la perfección que por dentro estaba deshecha. Solidario como siempre, no se había separado de su lado proporcionándole un gran soporte físico y espiritual. De no ser por él, quién sabe cómo se habría sobrepuesto Azucena a la pérdida. Podía soportar muy bien la infidelidad de Rodrigo mientras lo tuviera a la vista. Pero no toleraba el saberlo lejano.
Con gran ternura, Teo trataba de suplir la presencia de Rodrigo y de llevar a Azucena por el camino menos accidentado hacia el Pocito. La gente del pueblo llamaba así a un pozo en donde desde tiempos inmemoriables los aztecas acostumbraban purificarse antes de rendir tributo a la Diosa Tonantzin. A partir de la conquista y hasta los días presentes, el ritual se había seguido practicando, pero ahora en honor a la Virgen de Guadalupe. El objetivo de esta ceremonia era quitar del cuerpo las impurezas de pensamiento, palabra y obra antes de entrar en el templo. La manera de hacerlo era lavando cara, pies y manos. Teo condujo a Azucena como el mejor lazarillo del mundo evitándole todo tipo de obstáculos hasta que la depositó en la orilla del Pocito. Ella se inclinó para tomar agua entre sus manos y purificarse la cara. Cuando estaba a punto de echársela en el rostro, Cuquita se acercó a ella y le dijo al oído:
– No vaya a voltear, pero aquí junto está el guarura que trae su ex cuerpo.
A Azucena le brincó el corazón. ¡Eso quería decir que ya los habían descubierto!
En un santiamén Cuquita, Azucena y Teo se encontraban huyendo, seguidos muy de cerca por Ex Azucena.
Era muy difícil moverse entre tanta gente, sobre todo para la ciega de Azucena. Teo decidió tomarla entre sus brazos después de que ya había pisado como a seis personas que avanzaban de rodillas. Al poco tiempo de ir contra corriente habían perdido de vista a Ex Azucena, pero se toparon con dos policías que los observaron sospechosamente y los comenzaron a seguir. Teo, con Azucena en brazos, apuró el paso y guió a Cuquita entre la multitud por infinidad de atajos. Teo se manejaba muy bien entre esos rumbos, pues había pasado toda su niñez en aquella colonia. Al llegar a una esquina jaló a Cuquita hacia el interior de una vecindad en ruinas. Depositó a Azucena sobre el piso y con delicadeza empezó a besarle la frente. Azucena recobró el conocimiento. Teo le cubrió la boca para que no fuera a pronunciar palabra alguna que los pudiera delatar, pues en la puerta de la vecindad se habían detenido los policías. Cuquita, muy a su pesar, también tuvo que guardar silencio. Lo único que se escuchaba era el latido de sus corazones, el altavoz de una nave espacial anunciando el debate televirtuado entre el candidato europeo y la candidata americana a la Presidencia Mundial… y los sollozos de Ex Azucena. Teo y Cuquita voltearon y lo descubrieron escondido en la penumbra de la ruinosa vecindad. Ex Azucena se había descompuesto y aterrorizado. En cuanto vio que lo habían descubierto les hizo señas de que guardaran silencio. Teo le informó a Azucena al oído lo que estaba sucediendo. Ella se sorprendió mucho de que, al igual que ellos, el guarura estuviera escondido.