SEGUNDO ROUND
¡Gancho al hígado!
El fiscal había contestado el golpe recibido con la declaración de Ex Azucena. Ex Azucena había explicado ampliamente cuál había sido su participación en los crímenes del señor Bush, de Azucena y del doctor Diez. Habló de la manera en que los había asesinado y acusó a Isabel de ser la autora intelectual de esas muertes. Su denuncia había logrado conmover al jurado no sólo por la sinceridad de sus palabras sino por la panza de nueve meses de embarazo que se cargaba y que lo hacía verse realmente angelical.
TERCER ROUND
¡Golpe bajo!
La defensa, para contrarrestar el positivo efecto de la comparecencia de Ex Azucena, había llamado a declarar a Agapito. Agapito dijo que, efectivamente, Ex Azucena había participado junto con él en todos los asesinatos, pero que lo había hecho por órdenes suyas y no de Isabel. Se declaró autor intelectual de los crímenes y liberó a Isabel de toda responsabilidad. Dijo que él solo había planeado los asesinatos. No pudo justificar su motivación para haber cometido tales actos, lo único que enfatizó una y otra vez fue que había actuado por su cuenta. Isabel obtuvo un gran triunfo con esta declaración.
CUARTO ROUND
¡Izquierdazo!
A continuación, el fiscal llamó a Cuquita a rendir su declaración, pero el abogado defensor se negó terminantemente a aceptarla como testigo. Su pasado como crítico de cine la convertía en un testigo de muy dudosa reputación. No por el hecho de haber sido crítico, sino porque había ejercido su profesión únicamente impulsada por la envidia. De su puño habían salido infinidad de notas venenosas. Se había metido de mala fe con la vida personal de todo el mundo. Si alguna vez había favorecido a alguien lo había hecho como resultado del cuatachismo y nunca como resultado de un análisis crítico y objetivo. Además, en su curriculum no aparecía la manera en que había pagado esos karmas. Cuquita alegó y alegó que los había pagado viviendo al lado de su esposo, que era un reverendo cabrón, pero el abogado defensor contrarrestó esta aseveración con declaraciones que favorecían ampliamente a Ricardo Rodríguez, en las cuales se afirmaba que él era un santo y la que siempre le había hecho la vida de cuadritos era Cuquita. Cuquita enfureció, pero no pudo hacer nada. Lo que más coraje le dio fue que había perdido la oportunidad de actuar frente a las cámaras de la televirtual. Toda su vida se había estado preparando por si acaso algún día tenía que ser testigo de un crimen. En sus visitas al mercado trataba de memorizar las facciones de tal o cual marchanta, como si más tarde fuera a hacer un retrato hablado de ella. O trataba de recordar todos los detalles de su visita. Cuántas gentes estaban en el puesto de las verduras. Cuántas naranjas había comprado su vecina. Con qué tipo de moneda había pagado. Si se había peleado con la marchanta por el precio o no. Si la marchanta la había amenazado con un cuchillo o no. No sólo eso. Su mente amarillista la hizo pensar en la remota posibilidad de que le tocara ser la víctima en lugar del testigo, y para esos casos también se preparó. Nunca salía de su casa con un hoyo en los calzones o los calcetines. Le llenaba de horror llegar a la Cruz Roja y que los médicos al desvestirla se dieran cuenta de su fodonguez. ¡Toda una vida de preparación para nada!
QUINTO ROUND
¡Súper gancho al hígado!
El fiscal, ante el fracaso anterior, llamó a declarar a Ci-tlali. Su testimonio podía hacer mucho daño. Citlali, durante su condena en el Penal de Readaptación había tenido tiempo más que suficiente para trabajar en sus vidas pasadas. Ahora sabía perfectamente cuáles eran los motivos que la habían mantenido unida a Isabel. Inició su declaración narrando su vida de 1527. En esa vida, Citlali había asesinado al hijo de Isabel. Isabel se había muerto odiándola. En su siguiente vida juntas, Isabel y ella habían sido hermanos. Citlali había violado a la esposa de su hermano y en respuesta Isabel la había asesinado. Entonces, la Ley del Amor había intentado equilibrar la relación entre ambas haciéndolas reencarnar como madre e hija para ver si los lazos de sangre podían salvar el odio que Citlali sentía por Isabel. De nada había servido. Isabel nunca quiso a su hija. De niña, más o menos la toleró, pero en cuanto llegó a la adolescencia la sintió como una clara enemiga. Isabel era una mujer divorciada. Con los años había conocido a Rodrigo y se había enamorado de él. Se habían casado cuando Citlali era una niña. Cuando Citlali empezó a convertirse en una señorita, Rodrigo empezó a mirarla con otros ojos, ante el terror de Isabel. Por fin, un día sucedió lo que Isabel tanto temía. Rodrigo y Citlali huyeron de la casa y se hicieron amantes. Isabel los localizó viviendo en una casona en ruinas del centro de la ciudad. Citlali estaba embarazada y disfrutando plenamente su amor. Isabel estaba furiosa. Los celos la volvían loca. El día del terremoto de 1985 había corrido a la casa de los amantes, no para ver si su hija vivía sino porque quería saber si Rodrigo había sobrevivido al temblor. Los dos habían muerto, pero bajo los escombros Isabel encontró viva a Azucena, que en esa vida era su nieta. Isabel, enceguecida por el odio, dejó caer una piedra en la cabeza de la niña, que murió en el acto.
SEXTO ROUND
¡Súper golpe bajo!
Este testimonio sí que había dañado a Isabel, pero como siempre que parecía que ya la habían derrotado, el abogado defensor daba un giro total a las cosas y cambiaba todo a su favor. En primera, le pidió a Citlali que mostrara las pruebas que tenía para comprobar su testimonio. Citlali no las tenía. Muchos años atrás, Isabel la había localizado y, aprovechando un momento en que estuvo internada en un hospital, programó su mente de forma que nunca pudiera recordar las vidas en que había sido testigo de los crímenes que Isabel había cometido. Quién sabe de qué métodos se habían valido en el Penal de Readaptación para permitirle acceso a esas vidas, pero una cosa era que ella pudiera entrar y otra que pudiera sacar la información. Su mente estaba incapacitada para proyectar las imágenes que veía. La única que conocía la palabra clave para anular esa programación era Isabel, y de pendeja la iba a soltar. Así que la declaración de Citlali les hizo «lo que el viento a Juárez».
Por otro lado, el abogado defensor insistió en que en 1985 Isabel no era Isabel sino la Madre Teresa. Les recordó a los jurados que Isabel era una ex «santa» que había alcanzado un grado muy alto de evolución y que no mentía. Les pidió que la miraran a los ojos y que comprobaran por sí mismos que era inocente de los crímenes que se le imputaban.
Isabel sostuvo la profunda mirada de los médiums con gran seguridad. El Jurado no encontró en sus ojos el menor signo de falsedad. Isabel sonrió. Todo le estaba saliendo tal y como lo había planeado. Estaba segura de que nadie iba a poder demostrar nada en su contra. Inmediatamente después del debate se había sacado la microcomputadora que llevaba instalada en la cabeza y no existía ninguna prueba de que alguna vez la hubiera traído. Había mandado dinamitar su casa para anular la posibilidad de que analizaran sus muros. Habrían sido unos testigos determinantes. Afortunadamente, ya no había ningún rastro de ellos. Lo único que se había escapado un poco de su control fue la explosión. Había dejado al descubierto la pirámide que estaba en el patio de su casa. Pero no había pasado a mayores. Antes que llegara la policía a investigar un supuesto atentado, Isabel había tenido tiempo de rescatar de entre los escombros la cúspide de la Pirámide del Amor. Esa piedra era lo único que le preocupaba. La había tirado al fondo del Pocito de la Villa. Estaba más que segura de que ahí nadie la iba a poder ver. Mientras la Pirámide del Amor no estuviera funcionando, la gente concentraría su amor en sí misma y no podría ver en el reflejo del agua más allá de su propia imagen. Ese era el mejor lugar para esconderla. Ahí nunca la encontrarían, y por lo tanto nunca podrían demostrar su culpabilidad. Podía estar tranquila. Esa piedra de cuarzo rosa con que había asesinado a Azucena en la vida de 1985 no sabía flotar.
A continuación Carmela pasó a rendir su declaración como testigo de la defensa. Carmela estaba realmente irreconocible. Los ocho meses que habían pasado desde el inicio del juicio en contra de su madre la habían transformado por completo.
La principal razón era que Carmela había entrado en contacto con su hermana, y eso le había dado una perspectiva diferente del mundo. El encuentro entre ambas había resultado de lo más provechoso. Se habían llegado a querer tanto que Carmela, del puro gusto de sentirse aceptada y valorada, había adelgazado doscientos cuarenta kilos. La primera entrevista entre ellas se había realizado en la sala de visitas del Penal de Readaptación José López Guido. Azucena había sido condenada a pasar siete meses en prisión. Finalmente resultaron ser los siete meses más agradables de toda su vida, ya que lo primero que les hacían a las personas que ingresaban en prisión era practicarles un examen para determinar cuánto rechazo y desamor tenían acumulado en su interior. En base a eso se elaboraba un plan para suplir esa falta de amor, pues eran conscientes de que la falta de amor era la base de la delincuencia, de la crítica, de la agresión, del resentimiento. La condena no se sufría, se gozaba. Era un verdadero placer. A mayor desamor, mayores apapachos. A base de amor y cuidados era como se reintegraba a los delincuentes en la sociedad. Ahora que si durante el examen se descubría que un delincuente no sufría de falta de amor sino que había actuado bajo la influencia de un chamuco, se le enviaba al penal El Negro Durazo, especializado en exorcismos, hasta que lo liberaban de sus malas compañías.