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– ¿Cómo te has enterado de todo eso? -preguntó Rebus volviéndose hacia ella.

– Fui a la oficina antes que tú esta mañana, estuve unos minutos trabajando con el ordenador e hice una llamada al DIC de Dalkeith. En su momento corrió el rumor de que Sol Goodyear traficaba por cuenta de Big Ger Cafferty.

Siobhan advirtió de inmediato que había tocado una fibra: Cafferty era un asunto pendiente -un gran asunto pendiente- y su nombre figuraba en el primer puesto de la lista de Rebus. Cafferty se las había arreglado para fingir que se había retirado, pero Rebus y Clarke sabían que no. Cafferty seguía mandando en Edimburgo. Y también ocupaba un puesto en su propia lista.

– ¿Nos lleva algo de todo eso a alguna parte? -preguntó Rebus volviendo a fijar la atención en el parabrisas.

– Realmente, no -contestó ella mientras pulsaba la tecla para extraer el compacto, haciendo que de pronto sonara la radio: «Forth 1» y el DJ hablando sin parar. Siobhan la apagó. Rebus acababa de advertir algo.

– No sabía que había una cámara ahí -dijo, refiriéndose a un rincón del edificio entre la segunda y la tercera planta. La cámara enfocaba al aparcamiento.

– Es para reprimir el vandalismo. Por cierto, ¿crees que serviría de algo revisar en el centro de control del Ayuntamiento el metraje de la noche en que mataron a Todorov? Debe de haber cámaras en el extremo oeste de Princes Street y quizás en Lothian Road. Si alguien le seguía… -añadió Siobhan sin terminar la frase.

– Es una idea -dijo él.

– Será una aguja en un pajar -comentó ella. Como el silencio de Rebus equivalía a una confirmación, reclinó la cabeza en el respaldo. Ninguno de los dos tenía ganas de volver a entrar-. Recuerdo que leí en el periódico que tenemos el sistema de vigilancia más grande del mundo. En Londres hay más cámaras de vídeo que en todo Estados Unidos… ¿será cierto?

– Lo que es cierto es que no han disminuido los índices de delincuencia -replicó Rebus entrecerrando los ojos-. ¿Qué es ese ruido?

Clarke vio que Tibbet les hacía señas desde una ventana.

– Creo que nos llaman.

– A lo mejor se ha entregado el asesino impulsado por los remordimientos.

– Puede ser -añadió Clarke poco convencida.

Capítulo 8

– ¿Has estado aquí alguna vez? -preguntó Rebus al pasar el detector de metales, recogiendo la calderilla y guardándosela en el bolsillo.

– Hice una visita guiada poco después de la inauguración -asintió Clarke.

Configuraban el techo unas formas esculpidas que Rebus no sabía si se trataba de cruces de la época de los cruzados. El vestíbulo de entrada bullía de actividad. Habían colocado unas mesas para los grupos de visita con montones de pases de identificación y el listado de los diversos grupos, y había personal por todas partes para dirigir a los visitantes hacia el mostrador de recepción. Al fondo del vestíbulo, un grupo de escolares de uniforme se disponía a sentarse a comer un bocadillo.

– Es mi primera vez -dijo Rebus-. Estaba intrigado por ver cómo era un edificio que ha costado cuatro millones de libras.

El Parlamento de Escocia había dividido a la opinión pública desde que los medios de comunicación airearon el proyecto. Había quien lo consideraba audaz y revolucionario, y quien cuestionaba sus rarezas y enorme precio. Antes de que la obra hubiera concluido habían muerto el arquitecto y la persona que la había encargado. Pero ahora, el edificio estaba terminado y en pleno funcionamiento. Rebus, desde luego, seguía pensando que la Cámara de los Diputados, que él había visto en la tele, era un poco rara.

Cuando dijeron a la mujer del mostrador de recepción que querían ver a Megan MacFarlane, ésta imprimió dos pases de visitante, hizo una llamada a la oficina del Parlamento desde donde confirmaron que les esperaban, y otro empleado se acercó a decirles que lo siguieran. Era un hombre alto de paso rápido y, como la recepcionista, tenía más de sesenta y cinco años. Le siguieron a través de pasillos hasta un ascensor y recorrieron más pasillos a continuación.

– Hay mucho cemento y madera -comentó Rebus.

– Y cristal -añadió Clarke.

– Todo de lo más caro, por supuesto -dijo Rebus.

Su guía no dijo palabra y finalmente doblaron una última esquina, donde les aguardaba un joven.

– Gracias, Sandy. Yo los acompaño -dijo.

Cuando el guía se retiraba por donde habían venido, Clarke le dio las gracias, recibiendo un leve gruñido por respuesta. Quizás el hombre había quedado sin aliento.

– Me llamo Roddy Liddle. Megan es mi jefa -dijo el joven.

– ¿Y quién es esa Megan? -inquirió Rebus-. Lo único que nos ha dicho el jefe es que viniéramos a hablar con alguien que se llama así, que, por lo visto, llamó.

– Fui yo quien llamó -respondió Liddle en un tono que daba a entender que era una más de las arduas tareas que se tomaba con calma.

– Hizo muy bien, hijo -comentó Rebus. El «hijo» se mostró visiblemente dolido. Liddle, con poco más de veinte años y consciente de ocupar un buen puesto en la política, miró a Rebus de arriba abajo antes de decidir no dar importancia al epíteto.

– Seguro que Megan se lo explicará -respondió. Dicho lo cual, se volvió de espaldas y les condujo pasillo adelante.

Los despachos de los diputados del Parlamento de Escocia eran de dimensiones bien proporcionadas, con mesas para el personal y los propios políticos. Era la primera vez que Rebus veía una de las infames «células de reflexión», cubículos con ventanas curvadas y mullidos asientos destinados supuestamente a los diputados para elucubrar sus leyes sobre emisiones medioambientales. Y allí era donde los esperaba Megan MacFarlane, que se levantó a saludarlos.

– Me alegra que hayan acudido tan pronto -dijo-. Sé que están ocupados con la investigación y no les entretendré mucho -era baja, delgada y de aspecto impecable, perfectamente arreglada con el maquillaje justo. Llevaba gafas de media luna caídas sobre la nariz y miró por encima de ellas a los dos policías-. Yo soy Megan MacFarlane -añadió, dándoles pie para que se presentaran. Liddle se sentó a su mesa para leer unos mensajes en el ordenador.

Rebus y Clarke dieron su nombre y la diputada del Parlamento de Escocia miró a su alrededor buscando donde sentarse, pero se le ocurrió otra cosa.

– Bajamos a tomar café, Roddy. ¿Te traigo uno?

– No, gracias, Megan. Tengo bastante con una taza al día.

– Ajá. ¿No tengo sesión después en la cámara? -preguntó, aguardando hasta que él negó con la cabeza, antes de mirar a Clarke-. Es por los efectos diuréticos, ¿sabe? No está bien tener que salir al váter en medio de un punto del orden del día…

Siguieron el mismo camino por donde habían venido y descendieron por una escalinata impresionante, mientras MacFarlane comentaba que los «nacionalistas escoceses» esperaban mucho de las elecciones de mayo.

– Los últimos sondeos nos dan cinco puntos por delante de los laboristas. Blair ha perdido popularidad y Gordon Brown también, por la guerra de Irak y el asunto de los títulos de nobleza. Fue un compañero mío quien inició la investigación. Entre los laboristas cunde el pánico porque Scotland Yard dice que ha descubierto «documentación importante y valiosa» -añadió con sonrisa de satisfacción-. El escándalo es la marca de fábrica de nuestros adversarios.

– O sea que, ¿esperan ustedes el voto de protesta? -preguntó Rebus. MacFarlane consideró que el comentario no merecía respuesta-. Si ganan en mayo -continuó Rebus-, ¿habrá un referéndum sobre la independencia?