– El aparcamiento lo cierran a las once -comentó él-. Sería una agresión rápida -añadió para MacLeod-: ¿Y después, Graeme?
MacLeod estaba al quite.
– El peatón que encontró el cadáver llamó a las 23:12. Nosotros examinamos el metraje de Grassmarket y Lothian Road de los diez minutos anteriores y posteriores -añadió encogiéndose de hombros-, y sólo se observa la habitual clientela de pubs, oficinistas de juerga y gente que sale a comprar tarde… Nada de atracadores furibundos martillo en mano.
– No nos vendría mal echar un vistazo -dijo Rebus-. Podría haber caras que nosotros conocemos.
– Muy bien.
– Pero ¿tenemos que seguir los cauces?
MacLeod se cruzó de brazos a guisa de respuesta.
Volvieron a recepción y cuando Rebus abría una cajetilla un ayudante con uniforme les cortó el paso. Rebus tardó un instante en darse cuenta de que estaba allí la alcaldesa, luciendo al cuello la cadena de oro del cargo y con cara de pocos amigos.
– Tengo entendido que tenemos una cita -dijo-. El caso es que no le constaba a nadie salvo a ustedes dos.
– Ha sido una confusión -alegó Rebus.
– ¿Y no será una argucia para ocupar un espacio de aparcamiento?
– Ni mucho menos.
La alcaldesa le dirigió una mirada de odio.
– En cualquier caso, déjenlo libre -replicó-. Ese espacio es para visitas más importantes.
Rebus advirtió que estaba apretando el paquete de cigarrillos.
– ¿Qué puede haber más urgente que una investigación por homicidio? -añadió.
La alcaldesa comprendió a qué se refería.
– ¿Del poeta ruso? Ese caso requiere una solución rápida.
– ¿Para aplacar a los adinerados del Volga? -aventuró Rebus. Y añadió tras pensar un instante-: ¿Hasta qué punto tiene relación con ellos el Ayuntamiento? Megan MacFarlane nos ha dicho que el Comité de Rehabilitación Urbana tiene relación.
La alcaldesa asintió con la cabeza.
– Y también el Ayuntamiento -dijo.
– Es decir que ¿estrechan la mano a esos ricachos con entusiasmo fingido? Me alegra saber el buen uso que se da a mis impuestos.
La alcaldesa dio un paso al frente mirándolo con odio más intenso. Estaba dispuesta a darle una buena réplica cuando su ayudante emitió un carraspeo. A través de los cristales vieron una limusina negra que cruzaba la arcada del edificio. La alcaldesa no habló, dio media vuelta y se alejó. Rebus aguardó unos segundos antes de salir él también con Clarke.
– Es estupendo hacer nuevos amigos -dijo ella.
– Shiv, me queda una semana para jubilarme, ¿qué más me da?
Caminaron unos metros por la acera e hicieron un alto para que Rebus encendiera el cigarrillo.
– ¿Has leído hoy el periódico? -preguntó Clarke-. Ayer nombraron a Andy Kerr político del año.
– Muy conocido en su casa.
– Es el promotor de la ley antitabaco.
Rebus lanzó un resoplido. Unos peatones se detuvieron a ver aquel coche de aspecto oficial detenerse junto a la alcaldesa. Su ayudante de librea se adelantó a abrirle la portezuela de atrás. Los cristales tintados no permitían ver al ocupante, pero nada más apearse éste Rebus se imaginó que era uno de los rusos por su enorme abrigo, guantes negros y rostro adusto. Tendría unos cuarenta años, el pelo corto y unos ojos grises que no se perdían detalle de nada. Ni tampoco de Rebus y Clarke, a pesar de estar dando la mano a la alcaldesa y contestando a algo que ella le decía. Rebus aspiró humo con fuerza y los vio subir al coche.
– Por lo visto el consulado ruso piensa dedicarse al negocio del taxi -comentó Rebus, escrutando el Mercedes negro.
– ¿Es el mismo coche en que vino Shatov? -aventuró Clarke.
– Creo que sí.
– ¿Y el chófer?
– No sabría decirte.
Llegó otro empleado gesticulando para que se llevaran el coche y dejaran libre el aparcamiento para el Mercedes. Rebus alzó un dedo para darle a entender que esperara un minuto y en ese momento advirtió que Clarke no se había despojado de la tarjeta de visitante.
– Es mejor devolverlas -dijo-. Ten -añadió tendiéndole el cigarrillo a medias, pero al ver que no le hacía mucha gracia, lo dejó en el alféizar de una ventana-. Vigila que no se vuele -añadió cogiendo el pase de ella y quitándose el suyo.
– Seguro que no los quieren para nada -comentó ella, pero Rebus se limitó a sonreír y volvió a recepción.
– Aquí tienen las tarjetas -dijo a la mujer del mostrador-. Pueden aprovecharse, ¿no? Todos debemos aportar nuestro granito de arena -comentó con una sonrisa, que fue correspondida por otra de la recepcionista-. Por cierto -añadió, inclinándose sobre el mostrador-, ese hombre que iba con la alcaldesa, ¿es quien yo pienso?
– Es un potentado industrial -contestó la mujer. Efectivamente, allí sobre el mostrador estaba la tarjeta de visitante, y el apellido era el mismo que pronunció-: Sergei Andropov.
– ¿Adonde vamos? -preguntó Clarke.
– A un pub.
– ¿A cuál en concreto?
– A Mather’s, naturalmente.
Pero por el camino hacia Johnston Terrace, Rebus indicó a Clarke que se desviara, y una serie de giros a la izquierda los llevó desde el extremo de Grassmarket hasta King’s Stables Road, donde estacionaron frente al aparcamiento de varias plantas y comprobaron que Hawes y Tibbet estaban ocupados. Clarke tocó el claxon después de apagar el contacto. Tibbet se volvió y saludó con la mano. Se dedicaba a poner en los parabrisas una octavilla con la leyenda: «asunto policiaclass="underline" se agradece información». Hawes colocaba en la acera, junto a las barreras de salida, un cartel de caballete en versión ampliada del mismo texto con una foto granulada de Todorov y la leyenda: «Hacia las 11 de la noche del viernes 15 de noviembre, en este aparcamiento agredieron a un hombre que murió a consecuencia de las heridas. ¿Han visto algo? ¿Estaba algún conocido suyo aparcado aquí esa noche? Llamen, por favor, a la policía…» y se indicaba el número de una centralita.
– Menos mal -comentó Rebus señalando hacia los dos agentes-, porque en Homicidios no queda nadie.
– Macrae comentó lo mismo -añadió Hawes examinando su trabajo en el cartel-, y quería saber cuántos agentes íbamos a necesitar.
– A mí me gustan los equipos pequeños y bien organizados -replicó Rebus.
– Se nota que no es del Hearst -espetó Tibbet en voz baja.
– Ah, Colin, ¿tú eres del Hibs, igual que Siobhan?
– Del Livingston -replicó Tibbet.
– El dueño del Hearts es ruso, ¿no?
– Lituano -dijo Clarke.
Hawes interrumpió para preguntar adonde iban Rebus y Clarke.
– A un pub -respondió Clarke.
– Qué afortunados.
– Es más bien asunto de trabajo.
– ¿Y qué hacemos Colin y yo después? -preguntó Hawes mirando a Rebus.
– Volved a comisaría a esperar el alud de llamadas -contestó él.
– Necesito que llaméis a la BBC -añadió Clarke acordándose de pronto-, y preguntéis si pueden enviarnos una copia del programa Question Time en el que participó Todorov. Quiero comprobar hasta qué punto era disidente.
– En el noticiario de anoche emitieron un fragmento -dijo Colin Tibbet-, entre otras informaciones sobre el caso. Por lo visto no tenían más imágenes de él.
– Gracias por informarme -dijo Clarke-. ¿Puedes pedírselo a la BBC?
Tibbet se encogió de hombros como señal de que aceptaba el encargo. Clarke advirtió que el montón de octavillas que aún le quedaban, aunque de diversos colores, eran en su mayor parte de un rosa escandaloso.