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– Aún no -contestó ella mirando hacia Goodyear, que charlaba animadamente con Tibbet y Hawes, haciéndoles reír.

– ¿Traes a un agente de uniforme a un caso de homicidio? -preguntó él en voz baja-. ¿Sabes bien lo que haces?

– El inspector jefe Macrae me ha encargado del caso.

– Lo que significa que tú eres responsable de cualquier desastre.

– Gracias por recordármelo.

– ¿Sabes mucho de él?

– Sé que es joven y responsable, y que lleva mucho tiempo de aquí para allá como un peso muerto.

– Espero que no estés trazando paralelismos, sargento Clarke -dijo Rebus sorbiendo ruidosamente el té.

– Ni mucho menos, inspector Rebus -contestó ella mirando de nuevo hacia Goodyear-. Simplemente le doy una oportunidad. Estará un par de días aquí y luego volverá al West End. Además, Macrae quería incorporar al caso a un par más de agentes…

Rebus asintió despacio con la cabeza, se levantó de la silla y se acercó a los tres jóvenes, apoyando la mano en el hombro de Goodyear.

– ¿Fuiste tú quien hizo el informe sobre Nancy Sievewright? -preguntó, y Goodyear asintió con la cabeza-. Cuándo dijo que pasaba por allí, ¿notaste algo?

El joven reflexionó un instante mordiéndose el labio inferior.

– Realmente, no -contestó al fin.

– O lo notaste o no lo notaste.

– Bien, pues no.

Rebus asintió con la cabeza y se volvió hacia Hawes y Tibbet.

– ¿Qué averiguasteis en Great Stuart Street?

– Gill Morgan vive allí y conoce a Nancy Sievewright.

– ¿Pero…? -preguntó Rebus mirando fijamente a Hawes.

– Pero nos dio la impresión -terció Tibbet-, de que repetía algo que le habían dicho que contara.

Rebus se volvió hacia Goodyear.

– Y el agente Tibbet sí que sabe cuando alguien cuenta una trola… ¿Qué te dice eso?

Goodyear volvió a morderse el labio.

– Que ha pedido a su amiga que la proteja con una coartada porque nos mintió cuando hicimos el atestado.

– Te mintió a ti sin que te dieras cuenta -replicó Rebus; dicho lo cual volvió a no hacer caso del joven agente y se volvió hacia Hawes y Tibbet-. ¿Cómo es esa Morgan?

– Vive en un buen piso -contestó Hawes-, y no parece que lo comparta con nadie…

– En la puerta sólo figura su nombre -añadió Tibbet.

– Dice que trabaja de modelo. Pero hoy no hacía nada. Para mí que vive de papá y mamá.

– Muy al contrario de Sievewright -comentó Rebus, esperando que Clarke asintiera con la cabeza-. Entonces, ¿de qué se conocen?

Hawes y Tibbet no supieron qué contestar, y Rebus hizo un sonido de reprimenda como el maestro que encuentra en falta a un alumno.

– Creo que se conocen de algún acontecimiento social -dijo de pronto Tibbet.

– ¿De las regatas, por ejemplo? -replicó Rebus mirándole.

Hawes se sintió obligada a salir en defensa de su compañero.

– Tan pija no es.

– Era un comentario, Phyl -dijo Rebus.

– Tal vez deberíamos citarla en la comisaría -terció Clarke.

– Tú decides, Shiv. Macrae te ha encargado a ti del caso -dijo Rebus.

Era una novedad para Hawes y Tibet, y también para Goodyear, por la cara que puso. Miraba a Rebus como preguntándose por qué un sargento podía estar por encima de un inspector, pero el timbre del teléfono rompió el silencio. Lo cogió Rebus, que estaba más cerca.

– Caso Todorov. Rebus al habla.

– Ah… Oiga… -era una voz trémula de hombre-. He llamado antes…

Rebus cruzó una mirada con Hawes.

– ¿Diciendo que había visto a una mujer, señor? Gracias por volver a llamar…

– Sí, bien…

– ¿En qué podemos ayudarle, señor…?

– ¿Tengo que dar mi nombre?

– La llamada es de índole confidencial, señor, pero conviene saber su nombre.

– ¿«Confidencial» hasta qué punto…?

«¡Habla de una vez!», sintió ganas de exclamar Rebus, pero mantuvo la voz equilibrada y amable, pensando en algo que le habían dicho en cierta ocasión: si puedes fingir sinceridad puedes llegar a donde quieras.

– Bueno, de acuerdo -dijo el que hacía la llamada-. Me llamo George.

– Gracias, George.

– George Gaverill.

– George Gaverill -repitió Rebus, mirando cómo Hawes apuntaba el nombre en su libreta-. Bien, ¿qué tiene que decirnos, George? Mis colegas me han hablado de una mujer…

– Sí.

– ¿Llama porque ha visto nuestras octavillas en el aparcamiento?

– El cartel puesto en la acera -replicó el hombre-. Seguro que no es nada importante. Bueno, vi en el telediario que machacaron a ese pobre hombre, ¿verdad? Pero no creo que pudiera hacerlo ella.

– Seguramente tiene razón, señor. De todos modos, estamos recogiendo toda la información posible para reconstruir los hechos -dijo Rebus poniendo los ojos en blanco, al tiempo que Clarke hacía un movimiento circular con el dedo indicándole que le diera conversación.

– Yo no quisiera que mi mujer pensara algo que no es… -añadió Gaverill.

– Naturalmente, señor. Así que, ¿esa mujer…?

– La noche del asesinato… -la voz se interrumpió de pronto y Rebus creyó que se había cortado la comunicación, pero enseguida oyó la respiración al otro extremo de la línea-, yo caminaba por King’s Stables Road…

– ¿A qué hora?

– A las diez… quizás a las diez y cuarto.

– Y vio a una mujer.

– Sí.

– Muy bien, señor -lo animó Rebus, volviendo a poner los ojos en blanco.

– Me hizo proposiciones sexuales.

La información cogió desprevenido a Rebus.

– Vamos a ver…

– Lo que le digo: quería copular, aunque ella lo expuso mucho más crudamente.

– ¿Y dice que fue en King’s Stables Road?

– Sí.

– ¿Cerca del aparcamiento?

– Sí, fuera del aparcamiento.

– ¿Era una prostituta?

– Supongo que sí. Me refiero a que no es algo que suceda todos los días… a mí por lo menos.

– ¿Y usted qué le dijo?

– Yo rehusé, naturalmente.

– ¿Y eso fue alrededor de las diez y cuarto?

– Sí, más o menos.

Rebus se encogió de hombros para darles a entender que no sabía si iba a sacar algo en claro. Lo que él quería era una descripción, pero eso sería más fácil hablando cara a cara con el informante; además, por los ojos de Gaverill sabría si se trataba de uno de tantos chalados.

– ¿No le sería posible -comenzó a decir despacio-, acercarse a la comisaría? Tenga en cuenta lo importante que puede ser su información.

– ¿Ah, sí? -dijo Gaverill, animado apenas un instante-. Pero es que mi esposa… no creo que…

– Seguro que puede darle alguna excusa.

– ¿Qué quiere usted decir? -exclamó de pronto el hombre.

– Bueno, simplemente que… -pero la comunicación se cortó y Rebus maldijo para sus adentros y colgó airado-. De ser una película, alguien habría localizado la llamada.

– Yo no he oído nunca que haya trabajadoras del sexo en esa calle ni en las cercanías -comentó Clarke escéptica.

– A mí me ha parecido que decía la verdad -rebatió Rebus.

– ¿Sabes si Gaverill es su verdadero nombre?

– Me apostaría algo.

– Entonces lo encontraremos en el listín telefónico -dijo Clarke volviéndose hacia Hawes y Tibbet-. Comprobadlo.

Así lo hicieron mientras Rebus daba golpecitos en el teléfono deseando que volviera a sonar. Al primer timbrazo lo cogió de un zarpazo.