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– Perdone que haya colgado -dijo Gaverill-. No ha sido muy correcto.

– Señor, no le reprocho que se muestre prudente -se apresuró a decir Rebus-. Realmente esperábamos que volviera a llamar, porque se trata de uno de esos casos en los que ansiamos tener cualquier pista.

– Esa mujer no era una atracadora.

– Eso no significa que no viera algo. Sabemos que la víctima sufrió la agresión antes de las once, y si ella andaba por allí…

– Sí, claro, entiendo.

Hawes y Tibbet habían localizado el apellido y tendieron a Rebus un papel con el teléfono y la dirección de George Gaverill.

– Escuche -añadió Rebus-, esta llamada le está costando dinero. Le llamaré yo… ¿está en el número 229?

– Sí, pero no quiero…-la frase concluyó en una especie de gargarismo de Gaverill.

– Bien, entonces, señor Gaverill -dijo Rebus con voz más tajante-, o vamos a su casa a interrogarle o viene usted a Gayfield Square. ¿Qué prefiere?

Como un niño castigado, Gaverill prometió presentarse antes de media hora.

* * *

Pero antes de que llegara Gaverill hubo tres visitas. Primero, Roger y Elizabeth Anderson. Y después de que Hawes y Tibbet los llevaran al cuarto de interrogatorio, se presentó Nancy Sievewright. Rebus ordenó a recepción que la hicieran esperar en otro cuarto libre, «no en el número tres», y que le dieran una taza de té.

– No quiero que vea a Anderson -dijo Rebus a Clarke. Ella asintió con la cabeza.

– De todos modos tenemos que hablar con Anderson; a ver qué dice de la historia de Nancy.

– Ya está hecho -dijo Rebus; Clarke endureció la mirada pero se contentó con encogerse de hombros-. Pasaba esta mañana cerca de su casa y pensé que vendría bien preguntárselo.

– ¿Y qué dijo?

– Que estaba preocupado por ella, y que el nombre y la dirección se lo dio… -Rebus se volvió hacia Todd Goodyear-. Tú no fuiste, ¿verdad?

– Debió de dárselos Dyson -contestó Goodyear.

– Me lo imaginaba. Bien, ya está advertido -añadió Rebus, reflexionando un instante antes de preguntar a Clarke si quería que Goodyear fuera con ella para tomar declaración a Sievewright-. Forma parte del aprendizaje de Todd -argumentó.

– Te olvidas de una cosa, John. Soy yo la encargada del caso.

– Sólo era una sugerencia -replicó Rebus abriendo los brazos con cara de inocente.

– Gracias, pero prefiero oír lo que cuenta Gaverill.

– Me da la impresión de que se va a intimidar fácilmente, mientras que conmigo tiene cierta confianza. Pero si nos presentamos los tres… -añadió meneando la cabeza-. Quiero que suelte la lengua.

– Ya veremos -dijo secamente Clarke; Rebus volvió a encogerse de hombros y se acercó a la ventana.

– Entre tanto -añadió-, ¿quieres oír mi hipótesis?

– ¿Tu hipótesis de qué?

– De por qué se muestra tan precavido por si se entera su mujer.

– Porque ella pensará que aceptó la proposición -terció Goodyear. Rebus negó con la cabeza.

– Todo lo contrario, joven Todd. ¿Aventuraría la sargento Clarke alguna suposición?

– Asómbranos con una explicación -respondió ella cruzando los brazos.

– ¿Qué otra cosa hay en King’s Stables Road? -preguntó Rebus.

– La escarpadura del Castillo -dijo Goodyear.

– ¿Y qué más?

– Un cementerio -añadió Clarke.

– Exacto -espetó Rebus-. Y en la esquina del cementerio hay una torre vigía que hasta hace un par de siglos se utilizaba para la vigilancia de los ladrones de cadáveres… y que a mi entender debería volver a utilizarse porque por la noche ese cementerio es un lugar escabroso…

No concluyó la frase.

– ¿Gaverill es gay y su esposa no lo sabe? -aventuró Clarke.

Rebus se encogió de hombros con gesto complacido porque ella hubiese llegado a la misma conclusión.

– Por eso no aceptó las proposiciones de la mujer -añadió Goodyear asintiendo con la cabeza.

En ese momento sonó el teléfono y desde recepción les informaron de que acababa de llegar George Gaverill.

Decidieron recibirle en la sala del DIC que era algo más acogedora que un cuarto de interrogatorios. Previamente, Rebus le estrechó la mano muy amablemente y le condujo por el pasillo hasta el cuarto número 2, donde le pidió que echase un vistazo por la mirilla.

– ¿Ve a esa joven? -preguntó Rebus despacio.

– Sí -musitó Gaverill.

– ¿Es ella?

– No -respondió Gaverill volviéndose hacia él. Rebus lo miró. Gaverill mediría un metro sesenta y cinco, era delgado y pálido con pelo castaño pardusco y una especie de erupción en la cara. Tendría probablemente treinta y tantos años o algo más de cuarenta, y a Rebus le dio la impresión de que la erupción la tenía desde jovencito.

– ¿Está seguro? -insistió.

– Seguro. Creo que aquella mujer era más alta. Y no tan joven y delgada como ésta.

Rebus asintió con la cabeza y regresaron sobre sus pasos para subir al DIC, donde él dirigió una negativa con la cabeza hacia Clarke, que estaba a la expectativa. Ésta reaccionó con un rictus y alzó un ejemplar del Evening News con la foto de un tal Litvinenko entubado en el hospital y sin pelo por efecto del veneno.

– Una coincidencia -fue el escueto comentario de Rebus mientras Clarke se presentaba a Gaverill.

– Señor, no sabe cuánto le agradezco que haya venido.

Goodyear atendía el teléfono, tomando notas de una llamada a urgencias con gesto aburrido. Clarke señaló una silla a Gaverill.

– ¿Quiere tomar algo? -preguntó.

– Quiero acabar con esto de una vez.

– Muy bien -dijo Rebus-. En ese caso iré directo al grano. ¿Podría decirnos qué es lo que vio exactamente?

– Inspector, como dije, pasaba por King’s Stables Road hacia las diez y cuarto y vi a una mujer merodeando por allí, cerca de la salida del aparcamiento. Pensé que esperaba a alguien, pero cuando llegué a su altura ella me abordó.

– ¿Y qué le dijo?

– Me dijo si quería… -Gaverill tragó saliva con profuso movimiento de la nuez.

– ¿Un polvo? -aventuró Rebus.

– Exactamente -respondió Gaverill.

– ¿Le indicó algún precio?

– Me dijo que era… creo que dijo «de balde» o algo así. De balde, sin nada a cambio. Ella sólo quería un… -añadió Gaverill, incapaz de pronunciar la palabra.

– ¿En aquel mismo lugar donde hablaban? -preguntó Rebus con gesto de incredulidad.

– Quizás en el aparcamiento…

– ¿Lo dijo ella así?

– No lo recuerdo. Yo me aparté y seguí andando. Si le digo la verdad me quedé estupefacto.

– Es comprensible -comentó Clarke por animarle-. Es una circunstancia muy violenta. ¿Puede describirnos su aspecto?

– Bueno, era… No estoy muy seguro. De mi misma estatura… mayor que esa joven de la planta baja, aunque yo en cuestión de edades me engaño. La edad de las mujeres, quiero decir.

– ¿Iba muy maquillada?

– Maquillada y… perfumada, pero no sé qué tipo de perfume.

– ¿Diría usted que tenía aspecto de prostituta, señor Gaverill? -preguntó Rebus.

– No como las que se ven en la tele, no. No iba vestida en plan provocador. Llevaba un abrigo con capucha. Tengan en cuenta que era una noche fría.

– ¿Un abrigo con capucha?

– Tal vez una trenca… o algo más largo… No estoy muy seguro -añadió con una risita nerviosa-. Siento no ser…