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Walsh señaló el tablero de corcho de detrás de la puerta.

– Lo tiene ahí apuntado.

Rebus anotó el número del móvil.

– ¿Con qué frecuencia viene por aquí?

– Un par de veces por semana. Una vez en el turno de Joe y otra en el mío.

– ¿Ha habido alguna vez problemas con las prostitutas de esta zona?

– No sabía que las hubiera.

Rebus cerró su libreta y en ese momento sonó el zumbador de salida. Walsh miró uno de los monitores: un conductor estaba fuera del coche de pie junto a la barrera de salida.

– ¿Hay algún problema? -preguntó por el micrófono.

– La maldita máquina se ha tragado el ticket.

Walsh puso los ojos en blanco con intención de que lo viera Rebus.

– No para de atascarse -dijo, y apretó un botón para que se alzara la barrera; el conductor volvió a sentarse al volante sin decir ni «gracias» ni «adiós».

– Tendré que cerrar esa salida hasta que vengan a arreglarlo -musitó Walsh.

– No tienen tiempo de aburrirse, ¿eh?

Walsh lanzó un resoplido.

– Esa mujer -dijo poniéndose en pie-, ¿tuvo algo que ver con el crimen?

– ¿Por qué lo pregunta?

Walsh se abrochó la chaqueta del uniforme.

– No hay muchas mujeres atracadoras, ¿verdad?

– No muchas -contestó Rebus.

– ¿Y fue un atraco? Lo pregunto porque el periódico decía que tenía los bolsillos vacíos.

– Eso parece -Rebus hizo una pausa-. A las once cierra, ¿no es eso?

– Exacto.

– Pues es más o menos la hora en que se descubrió el cadáver.

– ¿Ah, sí?

– ¿Usted no vio nada?

– Nada.

– Usted pasaría con el coche por Raeburn Wynd.

Walsh se encogió de hombros.

– No vi nada, ni oí nada. Y desde luego, no vi a ninguna mujer con capucha. Me habría llevado un buen susto, con el cementerio que hay ahí… -añadió, frunciendo de pronto el ceño.

– ¿Qué sucede? -inquirió Rebus.

– No sé si tendrá importancia… Estaba pensando en esas visitas guiadas a zonas históricas siniestras, en las que se disfrazan para asustar a los turistas…

– No creo que la mujer misteriosa formara parte de una farsa así -Rebus sabía a lo que se refería el hombre: por la noche recorrían la Royal Mile guías disfrazados de vampiros y de Dios sabía qué-. Además, nunca he oído que pasen por aquí visitas guiadas.

– Ese cementerio es poco recomendable -añadió Walsh cogiendo un rótulo de plástico reluciente que decía «fuera de servicio». Rebus le tomó la delantera y salió de la cabina.

– ¿Ese lugar les causa algún problema? -preguntó Rebus.

– Algún yonqui que se acerca a pedir limosna… Para mí que fueron ellos los que el año pasado le dieron esa paliza en la escalera a un pobre hombre.

– Su compañero no me dijo nada de eso. ¿Se resolvió el caso?

Walsh lanzó un resoplido, respuesta más que elocuente para Rebus.

– ¿Sabe por casualidad qué comisaría lo investigó?

– Eso ocurrió antes de que yo empezara a trabajar aquí -Walsh entrecerró los ojos-. ¿Es porque ese hombre era extranjero o porque era alguien importante?

– No sé a qué se refiere -espetó Rebus mientras bajaban por la rampa de salida.

– ¿Es por eso que dedican tanto tiempo al caso?

– Es porque lo asesinaron, señor Walsh -añadió Rebus, sacando el móvil.

* * *

Megan MacFarlane estaba en una reunión en Leith. Roddy Liddle dijo que probablemente podría dedicarles diez minutos en un Starbucks cercano de la cuesta del Parlamento, y allí fue donde la esperaron Clarke y Todd Goodyear. Éste tomaba té, mientras llegaba el café americano de Clarke con un chorro extra de exprés, a lo que ella añadió además dos rebanadas de pastel de zanahoria que Goodyear trató de pagar.

– Invito yo -insistió ella. Después pidió el ticket en caja por si podía cargarlo como gastos. Se sentaron a una mesa cerca de la ventana con vistas a Canongate casi oscurecida-. Fue una tontería hacer el Parlamento en este sitio -comentó Clarke.

– Ojos que no ven, corazón que no siente -replicó él.

Ella sonrió y le preguntó qué le parecía el DIC. Goodyear reflexionó un instante.

– Estoy contento de que me haya incorporado.

– De momento -amonestó ella.

– Y parece que forman un buen equipo. Eso también me gusta. En cuanto al caso…

– Vamos, dilo.

– Creo que tal vez son, y no es una crítica, un poco esclavos del inspector Rebus.

– ¿Se puede ser «un poco» esclavo?

– Bueno, ya sabe a qué me refiero… él es viejo, tiene experiencia y ha visto mucho a lo largo de los años. Por eso cuando tiene una corazonada tienden a seguirla.

– Es la manera en que se abordan algunos casos, Todd. Se lanza al agua una piedra que crea ondas de expansión.

– Pero no corresponde a la realidad, ¿verdad? -preguntó él acercando más la silla a la mesa, acalorado por su razonamiento-. En realidad, todo es lineal. Una persona comete el crimen y la labor del DIC es descubrirla. La mayoría de las veces es algo bastante sencillo: el criminal se siente culpable y él mismo se entrega, o alguien ha sido testigo del crimen, o es alguien ya fichado a quien se identifica por las huellas digitales o el ADN -hizo una pausa-. Me da la impresión de que el inspector Rebus detesta este tipo de casos en los que el móvil es fácil de descubrir.

– Tú apenas conoces al inspector Rebus -espetó Clarke.

Goodyear se percató de que había ido demasiado lejos.

– Sólo quiero decir que le gustan las cosas complicadas, las que resultan más difíciles.

– ¿En las que hay menos de lo que parece, quieres decir?

– Quiero decir que hay que mantener una perspectiva abierta.

– Gracias por el consejo -replicó Clarke con voz tan fría como el pastel de zanahoria. Goodyear miró su taza y, en aquel momento, vio aliviado que se abría la puerta y Megan MacFarlane se acercaba a la mesa. Iba cargada con tres kilos de archivadores que dejó de golpe en el suelo. Roddy Liddle estaba en el mostrador pidiendo las consumiciones.

– Lo que hay que aguantar -se lamentó MacFarlane, sonriendo inquisitiva a Todd Goodyear al tiempo que Clarke hacía las presentaciones.

– Soy admirador suyo -dijo Goodyear a la diputada-. Me gustó mucho la postura que adoptó sobre la red de tranvías.

– ¿No tendrá unos miles de amigos que piensen lo mismo? -dijo MacFarlane dejándose caer en la silla mirando al techo.

– Y siempre he sido partidario de la independencia -añadió el joven. Ella giró la cabeza hacia él antes de volverse hacia Clarke.

– Este agente me gusta más -comentó.

– Por cierto, el inspector Rebus -dijo Clarke-, lamenta no haber podido venir. Pero fue él quien la vio en el programa Question Time, y nos extraña que usted no nos dijera nada.

– ¿Únicamente se trata de eso? -replicó MacFarlane irritada-. Pensaba que a lo mejor habían detenido a alguien.

– ¿Fue en esa ocasión cuando conoció al señor Todorov? -insistió Clarke.

– Sí.

– ¿Se conocieron en el estudio?

– En el Cubo -puntualizó MacFarlane-. Sí, nos citaron allí para la grabación.

– Creí que era un programa en directo -terció Goodyear.

– No -lo corrigió la diputada de MSP-. Naturalmente, Jim Bakewell, que es «un ministro» laborista, llegó bastante tarde y eso no le gustó nada al personal técnico, lo que explica por qué tuvo tan poco tiempo de pantalla.