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– Yo tampoco sabía que usted hacía recados para el consulado ruso.

Janney esbozó una sonrisa.

– Me tropecé con Nikolai en Gleneagles y dio la casualidad de que él llevaba el mensaje encima y me mencionó que tenía que entregarlo.

– ¿Y usted se ofreció a ahorrarle la molestia?

– No tiene importancia -replicó Janney encogiéndose de hombros.

– ¿Qué tal el golf?

– Yo no jugué. El banco hizo una presentación que por cierto coincidió con la visita de nuestros amigos rusos.

– Sí que es coincidencia. Se diría que los persiguen.

Janney se echó a reír inclinando hacia atrás la cabeza.

– Los negocios son los negocios, inspector, y buenos para Escocia, no lo olvidemos.

– Ya lo creo. Y por eso es tan amigo del SNP, ¿no? ¿Cree que ganarán las elecciones en mayo?

– Como le dije en la primera ocasión que nos vimos, el banco está obligado a ser neutral. Por otro lado, los nacionalistas están haciendo una buena campaña. La independencia, por muy lejana que esté, es inevitable.

– ¿Y buena para los negocios?

Janney se encogió de hombros.

– Ellos prometen reducir el impuesto de sociedades.

Rebus miró el sobre cerrado.

– ¿Le mencionó el camarada Stahov lo que contiene? -preguntó.

– Nombres de ciudadanos rusos residentes en Edimburgo. Me dijo que guardaba relación con el caso Todorov, aunque yo no entiendo qué relación puede haber…

Janney dejó la frase en el aire, como esperando una explicación de Rebus, pero éste se contentó con guardarse el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta.

– ¿Y los extractos bancarios del señor Todorov? -preguntó-. ¿Avanza la recopilación?

– Ya le dije, inspector, que hay que seguir los cauces. A veces, al no existir albacea, las ruedas giran despacio…

– Bien, ¿han hecho negocios?

– ¿Negocios? -replicó Janney.

– Con los rusos. ¿O es indiscreción por mi parte?

– No se trata de indiscreción… Nuestro único interés es que ellos no se lleven una mala impresión.

– ¿Sobre Escocia? La realidad es que ha muerto un hombre, señor Janney.

Se abrió la puerta junto al mostrador de recepción y apareció el inspector jefe Macrae. Iba con abrigo y bufanda, listo para marcharse.

– ¿Alguna noticia sobre el incendio? -preguntó a Rebus.

– No, señor -contestó él.

– ¿Ningún dato de la autopsia?

– Aún no.

– ¿Sigue creyendo que está relacionado con el caso del poeta?

– Señor, le presento al señor Janney, del First Albannach Bank.

Se dieron la mano y Rebus esperó que su jefe captara su intención, pero, por si acaso, añadió que Janney tenía que entregarles datos sobre la cuenta bancaria de Todorov.

– ¿He de entender -dijo Janney-, que alguien más ha muerto?

– Un amigo de Todorov en un incendio -vociferó Macrae.

– Dios mío.

– Bien, le dejo -interrumpió Rebus tendiendo la mano al banquero-, gracias de nuevo por su visita.

– Vaya, usted, vaya. Debe de andar muy ocupado -dijo Janney.

– No puede imaginárselo -replicó Rebus con una sonrisa.

Janney y Macrae se dieron la mano, y por un instante pareció que ambos iban a salir juntos. A Rebus no le agradaba en absoluto la idea de que Macrae se fuera de la lengua y le retuvo con el pretexto de que quería comentarle algo. Janney salió solo y Rebus esperó a que se cerrara la puerta, pero fue Macrae quien tomó la palabra.

– ¿Qué le parece Goodyear? -preguntó.

– Es competente.

Macrae parecía esperar algún otro comentario, pero Rebus se limitó a encogerse de hombros.

– Eso mismo dice Siobhan -Macrae hizo una pausa-. Cuando se jubile habrá varios cambios en el equipo.

– Claro, señor.

– Creo que Siobhan está casi a punto para ascender a inspectora.

– Hace años que está a punto.

Macrae asintió con la cabeza pensando en otra cosa.

– ¿Qué es lo que quería decirme? -preguntó finalmente.

– Ya se lo comentaré en otro momento, señor -respondió él.

Vio alejarse al jefe camino de la salida y pensó en salir al aparcamiento a fumar un pitillo, pero optó por subir a la planta del DIC para abrir el sobre y leer los nombres. Eran veintitantos, sin dato alguno; ni direcciones ni ocupaciones. Stahov había sido escrupuloso al extremo de añadir su propio nombre al final, quizás en broma, sabiendo que probablemente aquella hoja no iba a servir de nada para las pesquisas. Al abrir la puerta de Homicidios vio que Hawes y Tibbet estaban de pie, como a la espera para decirle algo.

– Venga, cantad -dijo.

Tibbet tenía en la mano otra hoja de papel.

– Ha llegado un fax del Caledonian. Aquella noche varios clientes del hotel pagaron copas de coñac en el bar.

– ¿Hay algún ruso? -preguntó Rebus.

– Eche un vistazo.

Rebus cogió el fax y vio tres nombres. Dos eran de desconocidos pero no parecían extranjeros. Y el tercero, tampoco extranjero, le hizo silbar los oídos: señor M. Cafferty. M de Morris. Morris Gerald Cafferty.

– Big Ger -añadió Hawes; sin necesidad, por otra parte.

Capítulo 17

La única duda por parte de Rebus era: ¿traerle a comisaría o interrogarle en casa?

– Lo decido yo, no tú -le previno Clarke, que había vuelto del depósito media hora antes y tenía dolor de cabeza.

Tibbet le preparó un café y Rebus vio que se echaba en la palma de la mano dos tabletas de un frasquito. Todd Goodyear había vomitado una sola vez en el aparcamiento del depósito, aunque sufrió un nuevo amago por el camino de vuelta a Gayfield Square al cruzar frente a unos operarios que asfaltaban la calzada.

– Fue el olor -comentó.

Ahora estaba pálido y tembloroso, pero no cesaba de repetir sin que nadie se lo preguntara que se encontraba bien. Clarke les había convocado en corro para explicarles lo que habían dicho Gates y Curt: era un varón, de uno setenta y cinco, con anillos en dos dedos de la mano derecha, reloj de oro en la muñeca y el maxilar fracturado.

– Tal vez le cayó encima una viga del techo -comentó ella. La víctima no había estado atada a ningún mueble ni presentaba señales de atadura en manos y pies-. Apareció hecho un ovillo en el suelo del cuarto de estar. Causa probable de la muerte: asfixia por inhalación de humo. Gates hizo hincapié en que eran datos provisionales…

– De todos modos es una muerte sospechosa -comentó Rebus.

– Y es de nuestra competencia -dijo Hawes.

– ¿Y la identificación? -preguntó Tibbet.

– Por la ficha dentaria, si hay suerte.

– O los anillos -aventuró Goodyear.

– Aunque fueran de Riordan -dijo Rebus-, no significa que fuese el último en llevarlos puestos. Hace diez o doce años tuve un caso de uno que fingió suicidio.

Goodyear asintió despacio con la cabeza, cayendo en la cuenta. Tras lo cual, Rebus dio la noticia antes de plantear la pregunta.

Clarke se sentó con el fax en una mano y sujetándose la cabeza con la otra.

– Esto -dijo ella-, se pone cada vez mejor. ¿Cuarto de interrogatorio número 3? -preguntó alzando la mirada hacia Rebus.

– Cuarto número 3 -respondió él-, y no olvides abrigarte.

* * *

A pesar del frío, Cafferty estaba sentado con la silla separada de la mesa, una pierna cruzada sobre la otra y las manos en la nuca como si estuviera en el salón de su casa.

– Siobhan -dijo al verla entrar-, es un verdadero placer, como siempre. Rebus, ¿ve qué seria está? La ha entrenado a la perfección.