– Bueno, no… ellos no hablan mucho inglés, pero disponen todos de intérprete, que suele ser una rubia guapa…
Rebus pensó en el día que había visto a Andropov fuera del hotel y en el Ayuntamiento: no iba acompañado por ninguna rubia.
– No todos necesitan intérprete -dijo. Freddie asintió con la cabeza.
– El señor Andropov habla inglés bastante bien -dijo.
– Lo que quiere decir que seguramente lo habla mejor que Cafferty.
– A veces me da esa impresión. Y además, me parece que deben de conocerse de antes.
– ¿A qué te refieres?
– La primera vez que coincidieron aquí fue como si no necesitasen presentaciones. Cuando el señor Andropov dio la mano al señor Cafferty, le agarró del brazo al mismo tiempo… No sé, como si ya se conocieran -explicó Freddie encogiéndose de hombros.
– ¿Qué es lo que sabes de Andropov? -preguntó Rebus. Freddie volvió a encogerse de hombros.
– Da buenas propinas y no bebe mucho… generalmente botellas de agua, y cuando pide whisky insiste siempre en que sea escocés.
– Me refiero a si sabes algo de su vida.
– Nada.
– Yo tampoco -dijo Rebus-. ¿Cuántas veces has visto a Cafferty con Andropov?
– Yo, un par de veces… Jimmy, el otro camarero, dice que los vio hablando una vez.
– ¿De qué hablan?
– Ni idea.
– Más te vale no mentirme, Freddie.
– No le miento.
– Has dicho que Andropov habla mejor inglés que Cafferty.
– Pero no por oírles hablar.
Rebus se mordió el labio inferior.
– ¿De qué te habla a ti Cafferty?
– De Edimburgo más que nada… de cómo era antes y de cómo ha cambiado…
– Qué interesante. ¿No te habla de los rusos?
Freddie negó con la cabeza.
– Dice que el mejor momento de su vida fue el día que se hizo «legal».
– Sí, tan legal como un Rolex de veinte libras.
– A mí hace tiempo me quisieron vender uno de ésos -contestó el camarero pensativo-. Una cosa que he notado en esos caballeros rusos son los buenos relojes que llevan… y trajes muy bien cortados. Pero los zapatos no son gran cosa. Es algo que no entiendo. La gente debería cuidarse los pies -dijo, y, considerando que Rebus necesitaba una explicación, añadió-: Mi novia es podóloga.
– Debe de ser deslumbrante la conversación en la cama -musitó Rebus mirando el bar vacío e imaginándoselo lleno de peces gordos rusos con sus respectivas intérpretes.
Y con Big Ger Cafferty.
– La noche en que estuvo aquí el poeta -continuó-, tomó una copa con Cafferty y luego se fue…
– Exacto.
– ¿Y Cafferty qué hizo? -añadió Rebus, pensando en la cuenta de once consumiciones. Freddie pensó un instante.
– Creo que se quedó un rato más… sí, estuvo aquí hasta que cerré, más o menos.
– ¿Más o menos?
– Bueno, tal vez fuese al servicio. En realidad, se acercó a la mesa del señor Andropov. Había otro hombre; un político, creo.
– ¿Crees?
– Cuando aparecen en la tele yo quito el sonido.
– ¿Pero a ese hombre le reconociste?
– Ya le digo, creo que tiene algo que ver con el Parlamento.
– ¿En qué mesa estaban? -el camarero la señaló y Rebus se bajó del taburete para acercarse a ella-. Y Andropov, ¿dónde estaba sentado?
– Un poco más allá… Ahí.
Desde donde Rebus había tomado asiento no se veía más que la punta de la barra: el taburete del que acababa de levantarse; el que había ocupado Todorov quedaba oculto. Se levantó y volvió a la barra.
– ¿Seguro que aquí no tenéis cámaras de seguridad?
– No hacen falta.
Rebus reflexionó un instante.
– Escucha; hazme un favor -dijo-. Cuando tengas un rato libre busca un ordenador.
– Hay uno en el Centro de Negocios.
– Entra en la página del Parlamento. Verás unas ciento veinte caras… a ver si lo localizas.
– Mis ratos de descanso son de veinte minutos.
Rebus hizo caso omiso de la observación y le dio su tarjeta de visita.
– Llámame en cuanto tengas ese nombre.
En aquel preciso momento se abrió la puerta y entraron dos hombres trajeados con cara de satisfacción por algún negocio.
– ¡Una botella de Krug! -exclamó uno de ellos sin respetar que Freddie estaba ocupado con otro cliente. El camarero miró a Rebus y éste asintió con la cabeza para darle a entender que los atendiera.
– Me apuesto algo a que ni dan propina -comentó Rebus casi en un suspiro.
– Tal vez no -replicó Freddie-, pero al menos pagan la consumición.
Capítulo 19
Clarke decidió salir fuera a contestar la llamada, para que Goodyear no la oyera decirle a Rebus si se estaba volviendo senil.
– Ya nos han dado un aviso -le replicó con un susurro-. ¿En base a qué vamos a obligarle a venir?
– Cualquiera que tome copas con Cafferty es de poco fiar -contestó Rebus. Ella lanzó un suspiro con ánimo de que él lo oyera.
– No quiero que te acerques a menos de cien metros de la delegación rusa si no contamos con algo más concreto.
– Tú siempre impidiéndome jugar.
– Cuando seas mayor lo entenderás -replicó ella cortando la comunicación y regresando a la sala del DIC donde Todd Goodyear acababa de enchufar el reproductor de casetes de uno de los cuartos de interrogatorio. Tenían dos bolsas con material de la casa de Riordan, equivalente al contenido de dos bolsas para recoger pruebas, entregadas por Katie Glass y que Goodyear había subido del maletero del coche de la inspectora.
– Tiene un Prius -comentó el joven.
Al abrir las bolsas el olor a plástico quemado llenó el departamento, pero había algunas cintas intactas y un par de grabaciones digitales. Goodyear había introducido un casete y al entrar Clarke pulsó el botón de reproducción. El aparato no disponía de altavoz potente y se agacharon los dos sobre él para oír mejor. Clarke oyó unos ruidos y voces distantes ininteligibles.
– Es un pub o un café -comentó Goodyear. El barullo continuó unos minutos interrumpido por una tos más próxima al micrófono.
– Seguramente Riordan -aventuró Clarke.
Aburrida de esperar le dijo a Goodyear que pulsara avance rápido. Se oyeron los mismos ruidos y charla anodina.
– No es bailable -comentó Goodyear.
Clarke le dijo que sacara la cinta y le diera la vuelta. El sonido era ahora como de una estación de ferrocarril. Se oyó el silbato del jefe de estación seguido del ruido de un tren que se pone en marcha. El micrófono cambió de orientación hacia el andén y se oyeron diversas voces de gente andando y parándose, seguramente para mirar el panel de salidas y llegadas. Oyeron un estornudo y a Riordan decir «Salud». A continuación, una conversación entre dos mujeres sobre sus respectivos cónyuges, seguida por el micrófono hasta el quiosco, donde ellas hicieron comentarios sobre los bocadillos que les parecían más apetitosos. Hecha la compra, volvieron a su cotilleo previo sobre sus respectivas parejas mientras aguardaban cola para tomar café en otro quiosco. Clarke oyó la cafetera y el repentino anuncio por los altavoces ahogando la charla y mencionando las ciudades de Inverkeithing y Dunfermline.
– Debe de ser la estación de Waverley -comentó.
– Podría ser Haymarket -comentó Goodyear.
– En Haymarket no hay quiosco de bocadillos.
– Me rindo ante sus conocimientos.
– Debes hacerlo aunque esté equivocada.
El joven hizo con la mano un gesto florido de avenencia y ella sonrió.