Se acercó a la papelera y recogió la fallida bola de Rebus, que situó en el objetivo. A Rebus le dio la impresión de que lo había hecho sin pensar.
– Bien, si no fue al piso de Gill Morgan aquella noche, ¿dónde estuvo? -preguntó Clarke.
– Ya que añadimos ingredientes a la verdad -interrumpió Rebus-, aquí tienes otro: el camarero del hotel vio a Andropov y a Cafferty con otro hombre la noche en que asesinaron a Todorov. Ese hombre es el ministro de Fomento, llamado Jim Bakewell.
– Intervino en el programa Question Time -añadió Clarke. Rebus asintió despacio con la cabeza y optó por no decir nada de su encuentro con Andropov en el Caledonian.
– ¿Habló con el poeta? -preguntó Clarke.
– No creo. Cafferty invitó a Todorov a una copa en la barra y cuando éste se largó, fue a la mesa con Andropov y Bakewell. Yo me situé en esa mesa y desde allí hay un ángulo muerto, por lo que no creo que Andropov viese a Todorov.
– ¿Pura casualidad? -aventuró Goodyear.
– En el DIC no aceptamos casualidades -replicó Rebus.
– ¿Quiere eso decir que a veces se ven relaciones donde no las hay?
– Todo guarda relación, Todd. Se llama seis grados de diferencia. Pensaba que un vende-Biblias lo sabría.
– Yo no he vendido una Biblia en mi vida.
– Deberías probar… es un buen modo de desahogarse.
– Bueno, chicos, ya está bien -terció Clarke-. ¿Quieres que hablemos con ese Bakewell? -preguntó a Rebus.
– Tal como están las cosas, es para sospechar de todo el Parlamento -dijo Goodyear.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Rebus.
Le explicaron lo que habían hecho por la mañana: lo del proyecto de Roddy Denholm y de la grabación de los debates del comité de rehabilitación urbana. En apoyo de lo expuesto, Goodyear alzó en la mano una caja con cintas de grabación digital.
– Si tuviéramos un reproductor… -dijo.
– Nos van a enviar uno de Howdenhall -le recordó Clarke.
– Serán horas y horas de entretenimiento -musitó él, colocando los pequeños casetes en fila y de canto en la mesa, como si fueran fichas de dominó.
– Creo que se desvanece el encanto del DIC -comentó Rebus.
– Podría ser -replicó ella dando un golpe en la mesa que hizo caer los casetes.
– ¿Crees que habría que hablar con Megan MacFarlane? -preguntó Rebus.
– ¿Por qué?
– Porque probablemente conocía a Riordan. Es curioso que esté relacionada con las dos víctimas…
Clarke asintió con la cabeza sin estar convencida del todo.
– Este caso es un verdadero campo minado -dijo al fin con un gruñido, volviendo a la pared con los datos de la investigación. Rebus advirtió en ese momento que habían añadido la foto de Charles Riordan.
– ¿Será el mismo asesino?-preguntó.
– Se lo preguntaré al velador de espiritismo -replicó ella.
– Delante de los niños, no -dijo Rebus en broma. Goodyear vio un envoltorio de galletas en el suelo y lo echó a la papelera.
– Hay empleados de la limpieza, Todd -espetó Rebus, y se volvió hacia Siobhan Clarke-: ¿Un asesino o dos?
– No lo sé.
– Bastante aproximado. La respuesta adecuada sería «da igual». Lo que cuenta en esta fase es que manejamos la hipótesis de que las dos muertes guardan relación.
Ella asintió con la cabeza.
– Macrae querrá ampliar el equipo con refuerzos.
– Cuantos más seamos, más divertido.
Pero cuando vio que clavaba en él la mirada, la notó insegura. Nunca había dirigido una investigación. En la muerte del G8 del año anterior habían indagado con discreción para que no trascendiera a la prensa, pero en cuanto los periodistas se enteraran de que investigaban un doble asesinato, querrían incluirlo en la primera página exigiendo que se activaran las pesquisas y se resolviera rápido.
– Macrae querrá que se encargue un inspector jefe -dijo Clarke.
A Rebus le habría gustado que no estuviera allí Goodyear para haberlo discutido libremente con ella. Negó con la cabeza.
– Defiende tus planes -dijo-. Si tienes pensado alguien para que se incorpore al equipo, díselo. Así tendrás la gente que tú quieras.
– Ya tengo la gente que quiero.
– Guau, qué amable. Pero lo que el público necesita oír es que hay veinticuatro policías recorriendo el páramo y siguiendo el rastro del malo. Sólo cinco de Homicidios de Gayfield Square no tiene garra.
– Bastaron cinco para Enid Blyton -comentó Clarke con una sonrisita.
– Y también bastaron para Scooby Doo -añadió Goodyear.
– Si cuentas al perro -puntualizó Clarke, y añadió, dirigiéndose a Rebus-: Bien, ¿a quién incordio primero, a Macrae, a MacFarlane o a Jim Bakewell?
– Haz triplete -dijo él. En ese momento sonó el teléfono de su mesa y lo cogió-. Inspector Rebus -frunció los labios, lanzó un par de gruñidos a su interlocutor y volvió a colgar de golpe-. Los jefes piden una víctima propiciatoria -dijo levantándose.
James Corbyn, director de la policía de Lothian and Borders, esperaba a Rebus en su despacho de la segunda planta de Jefatura en Fettes Avenue. Corbyn, con más de cuarenta años, lucía pelo negro con peinado a raya y un rostro reluciente recién afeitado y friccionado con loción. La gente generalmente se fijaba mucho en el aspecto del jefe de policía para no mirar la gran mancha de su mejilla derecha. Los agentes habían advertido que cuando aparecía en la televisión siempre estaba situado a la derecha de la pantalla para que no se le viera el otro perfil. Había incluso discusiones sobre si la mancha recordaba la costa de Fife o la cabeza de un terrier. Su anterior apodo de Pantalones Planchados había cedido ante el más distintivo de Hombre de la Mancha, que a Rebus se le antojaba el de un malhechor de tebeo. Él sólo había estado en su despacho en tres o cuatro ocasiones y nunca (de momento) para que le diera unas palmaditas en la espalda o le estrechara la mano para felicitarle. Y lo que le habían dicho por teléfono no apuntaba a que la situación fuese a cambiar.
– Pase, pase -dijo el propio Corbyn tras entreabrir la puerta y asomar la cabeza.
Cuando Rebus se levantó del sillón del pasillo y empujó la puerta para entrar, Corbyn ya estaba situado tras su gran e impoluto escritorio. Había un hombre sentado frente al director de la Policía. Era grande, calvo y con rostro mofletudo y rosado por la hipertensión. Se irguió lo justo para dar la mano a Rebus, presentándose como sir Michael Addison.
– Su hijastra se mueve rápido -dijo Rebus al banquero, que tampoco había sido moroso y se había presentado en Fettes menos de hora y media después de la conversación de Rebus con Gill Morgan-. Da gusto tener amigos.
– Gill me lo ha contado todo -dijo Addison-. Al parecer se ha juntado con mala gente, pero de eso nos ocuparemos su madre y yo.
– ¿Así que su madre lo sabe? -pinchó Rebus.
– Esperamos que no sea necesario…
– Para que no vuelva a la bebida -apostilló Rebus.
El banquero acusó sorpresa y Corbyn aprovechó el silencio.
– Escuche, John, no entiendo qué espera presionando sobre ese asunto.
Que le llamara por su nombre de pila quería indicar que los tres eran del mismo bando.
– ¿A qué asunto se refiere, señor? -replicó Rebus, disidente.
– Bueno, ya sabe. Las jóvenes son proclives… la verdad es que a Gill le ha entrado miedo.
– ¿De perder al proveedor, quizá? -dijo Rebus como considerándolo y volviéndose hacia Addison-. La amiga se llama Nancy Sievewright, por cierto. ¿Usted la conoce?
– En absoluto.