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– Y menos cuando te lo diga -hizo una pausa para mayor efecto-. Sievewright consigue la droga de un tal Sol. Su compañero de piso cree que se llama así por el astro del día, pero nosotros sabemos que no, ¿no es cierto?

– ¿Sol Goodyear?

– Me imagino que no tienes a Todd al lado.

– Está preparándome un café.

– ¡Qué encanto!

– ¿Sol Goodyear? -repitió ella como si no acabara de creérselo. Finalmente le preguntó qué música escuchaba.

– El compañero de piso de Nancy toca la guitarra.

– Supongo que no está en el coche contigo.

– Probablemente ahora estará contándole los pros y los contras a Sievewright. Me ha regalado una maqueta suya.

– Qué detalle. Me apostaría algo a que no recuerdas la última vez que escuchaste algo posterior a 1975.

– Tú me diste un disco de Elbow…

– Es verdad -no iba a insistir en el tema-. ¿Así que ahora hay que añadir a la lista al hermano de Todd?

– Viene bien estar ocupado -dijo Rebus a guisa de consuelo-. ¿Has tenido tiempo para Jim Bakewell?

– No he podido localizarle.

– ¿Y Macrae?

– Quiere incorporar al equipo a unos veintitantos agentes.

– Si al menos son veteranos…

– Está pensando incluso en llamar a Derek Starr, de Fettes.

– ¿Relegándote a ti a ayudante? Si me hubieras escuchado, Shiv, te habría dado algunos consejos. ¿Nos vemos después en el pub?

– Creo que me iré pronto a casa… No te ofendas.

– No me ofendo, pero no pienses que se me olvidan las veinte libras.

Rebus cortó la comunicación y subió el volumen de la música. Gentry tarareaba la melodía, y él no entendía si era para que se incluyera en la grabación. Era la primera canción «Meng’s Mons», y pensó si Meng sería una mujer real. Miró el papel del estuche y le pareció que estaba escrito por detrás. Lo sacó y lo desdobló. Claro que sí: por detrás estaba escrito el nombre del estudio en que Gentry había grabado la maqueta. Estudios CR.

Capítulo 25

Rebus se sentó ante una pantalla que le habían asignado para visionar los vídeos. Graeme MacLeod había colocado el monitor en un rincón del cuarto, dejándole al lado un montón de cintas de grabaciones del centro oeste de Edimburgo la noche del asesinato de Todorov.

– Va a conseguir que me despidan -dijo MacLeod al sacar las cintas de un armario cerrado con llave.

Hacía una hora que Rebus estaba sentado en la Unidad Central de Control, pulsando «buscar» y «pausa». El emplazamiento de las cámaras era Shandwick Place, Princes Street y Lothian Road, y él trataba de encontrar pruebas sobre Sergei Andropov o su chófer, o quizá Cafferty, o incluso cualquier otra persona relacionada con el caso. De momento sus esfuerzos habían sido vanos. El hotel dispondría de su propia videovigilancia, por supuesto, pero dudaba de que el director le permitiera ver las grabaciones por las buenas, y no acababa de decidirse a pedirle a Siobhan que lo incluyera en la investigación.

Le infundían cierto sosiego aquellas escenas de peatones mirones. Vio un acto de vandalismo denunciado y un hurto en una tienda, con el ladrón localizado en George Street. Los operarios de las cámaras mostraban la misma pasividad que cualquier televidente, y pensó si con aquel tema no podría hacerse un «reality show». Le gustaba que el personal pudiese controlar las cámaras con mando a distancia y accionar el zoom si observaban algo sospechoso. No parecía la situación de estado policial que denunciaban los medios de comunicación. De todos modos, si él tuviese que trabajar allí a diario, andaría con buen cuidado por la calle por temor a ser captado hurgándose la nariz o rascándose el trasero. Y con más cuidado aún en tiendas y restaurantes.

Y seguramente perdería interés en mirar la televisión en casa.

McLeod se acercó a su espalda.

– ¿Ha encontrado algo? -preguntó.

– Graeme, sé que habrá visto más de una vez todas estas grabaciones, pero hay caras que yo conozco y usted no.

– No crea que lo lamento.

– A mí en su lugar me sucedería igual.

– Es una lástima no haber tenido una cámara en King’s Stables Road.

– He comprobado que de noche apenas entra nadie en esa calle. Muchos doblan hacia Castle Terrace, pero casi nadie hacia King’s Stables.

– ¿Y no ha visto a ninguna mujer con capucha?

– Aún no.

McLeod consoló a Rebus con una palmadita en el hombro y volvió a su trabajo. A Rebus le parecía absurdo: ¿por qué iba a andar por allí una mujer ofreciendo sexo? Sólo tenían la palabra de un testigo. ¿No sería pura fantasía? Sintió que las vértebras crujían recolocándose al estirar la espalda. Quería hacer una pausa, pero sabía que si salía un rato era capaz de no volver. También podía marcharse a casa: era lo que todos querían. En ese momento sonó el móvil y lo sacó del bolsillo. Era la «inspectora» Siobhan.

– ¿Qué sucede? -preguntó tapando el teléfono junto a la boca para que no le oyeran.

– Megan MacFarlane acaba de llamar al inspector jefe Macrae. No le ha gustado tu acoso a Sergei Andropov -hizo una pausa-. ¿Me lo cuentas?

– Anoche me tropecé con él.

– ¿Lugar?

– Hotel Caledonian.

– ¿Es tu pub habitual?

– No hay necesidad de sarcasmos, jovencita.

– ¿Y no pensabas decírmelo?

– Me lo encontré por casualidad, Shiv. No es nada del otro mundo.

– Quizá para ti no, pero a Andropov sí se lo parece y ahora Megan MacFarlane piensa lo mismo.

– Andropov es ruso y probablemente esté habituado a que los políticos den órdenes a la policía…

Era un pensamiento dicho en voz alta.

– Macrae quiere verte.

– Dile que tengo prohibido ir a Gayfield.

– Se lo he dicho y eso le ha enfurecido también.

– La culpa es de Corbyn por no advertírselo.

– Es lo que le dije.

– ¿Hay noticias del despacho de Jim Bakewell?

– No.

– ¿Qué haces ahora? -preguntó Rebus.

– Haciendo sitio para los nuevos refuerzos. Han llegado cuatro agentes de Torphichen y dos de Leith.

– ¿Alguno de ellos conocido?

– Ray Reynolds.

– Ese no tiene mucho de policía -comentó Rebus, y acto seguido le preguntó si iba a hacer algo respecto a Sol Goodyear.

– Lo haré en cuanto sepa qué voy a decirle a Todd -respondió ella.

– Que tengas suerte.

Uno de los operarios de las cámaras de videovigilancia gritó de pronto a su compañero que en la cámara 10 se veía a un ratero de tiendas entrando a la estación de autobuses. El gruñido de Clarke casi resonó en la sala de control.

– Estás en el Ayuntamiento -dijo.

– Acabarás siendo buen policía.

– John… estás suspendido de servicio.

– Siempre se me olvida.

– ¿Qué haces, repasar las cintas de aquella noche?

– Exacto.

– ¿Tratando de localizar a un sospechoso en concreto?

– ¿Tú qué crees?

– ¿Por qué diablos iba a querer Cafferty que mataran a un poeta ruso?

– A lo mejor le fastidian los versos sin rima. Por cierto, aquí hay para ti otra cosa extraña: el CD que me dio el compañero de piso de Sievewright está grabado en Estudios Riordan.

– Otra casualidad -replicó Clarke, haciendo una pausa-. ¿Crees que convendría hablar con el ingeniero de sonido?

– Tienes gente de sobra, Shiv. Conviene seguir cualquier pista por débil que sea.