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– No has tardado mucho en mencionarlo -comentó Clarke con una sonrisa.

– Me habían contado cosas de él, pero supera la realidad -añadió Hawes.

Doblaron la esquina hacia el tramo de las caballerizas. Clarke se detuvo en una de las puertas, comprobó las señas que había anotado en su libreta y llamó al timbre. Al cabo de veinte segundos repitió la llamada.

– ¡Va! -se oyó gritar dentro, además de ruido de pasos fuertes en la escalera, hasta que Sol Goodyear abrió finalmente la puerta. Tenía que ser él, dadas las pestañas y aquellas orejas iguales que las de su hermano.

– ¿Solomon Goodyear? -preguntó Clarke.

– Dios, ¿qué quieren?

– Ha acertado. Soy la sargento Clarke y ésta es la agente Hawes.

– ¿Traen mandamiento judicial?

– Queremos hacerle unas preguntas sobre el homicidio.

– ¿Qué homicidio?

– El cometido al final de su calle.

– Yo estaba en el hospital.

– ¿Cómo tiene la herida?

Él se alzó la camisa y enseñó una gran compresa por encima de la cintura.

– Pica una barbaridad -respondió, y añadió al acto-: ¿Cómo lo sabía?

– Me informó de ello el inspector Davidson de la comisaría de Torphichen. Y también mencionó a Larry el Loco. En realidad, tuvo suerte… antes de enfrentarse a alguien conviene saber su apodo.

Sol Goodyear dio un resoplido, pero sin hacer el menor gesto de invitarles a entrar.

– Mi hermano es policía -dijo.

– ¿Ah, sí? -dijo Clarke fingiendo sorpresa, convencida de que Sol se lo diría a cualquier policía con quien se tropezara.

– De momento es agente de uniforme. Todd siempre ha sido muy inteligente. Era la oveja blanca de la familia -añadió riéndose, y Clarke pensó que era otro de sus latiguillos.

– Qué gracia -comentó Hawes en un tono que daba a entender lo contrario. La risa de Sol cesó de pronto.

– Bien, de todos modos -añadió aspirando por la nariz-, yo no estaba aquí esa noche. No me dieron de alta hasta el otro día por la tarde.

– ¿Fue Nancy a verle al hospital?

– ¿Nancy, qué?

– Su novia Nancy. Ella venía hacia aquí cuando se tropezó con el cadáver. Usted iba a venderle droga para una amiga suya.

– No es mi novia -replicó él, decidiendo en una fracción de segundo que no valía la pena mentir a la vista de lo que sabían.

– Ella, por lo visto, cree que sí.

– Pero se equivoca.

– Entonces, ¿es simplemente su proveedor?

Sol frunció el ceño al ver el cariz que tomaba la conversación.

– Lo que soy yo, agente, es víctima de un navajazo. Los calmantes que he tomado hacen muy improbable que cualquier cosa que diga sea aceptada por un tribunal.

– Muy listo -comentó Clarke en tono de admiración-. Conoce las escapatorias.

– Las he aprendido en carne propia.

Ella asintió despacio con la cabeza.

– Tengo entendido que fue Big Ger Cafferty quien le dio la alternativa en el negocio. ¿Sigue viéndole?

– No sé de qué me habla.

– Es curioso, es la primera vez que veo que un navajazo afecta a la memoria… -replicó Clarke mirando a Hawes como para que lo corroborara.

– Tiene mucho rollo, ¿verdad? -dijo Sol Goodyear-. Pues gracias por la labia.

Dicho lo cual les cerró la puerta en las narices. Le oyeron subir la escalera desgranando invectivas.

– Putas y lesbianas -repitió Hawes enarcando una ceja-. Siempre viene bien aprender algo nuevo sobre una.

– ¿Verdad que sí?

– Bueno, ahora que tenemos a un hermano implicado en el caso, supongo que el otro tendrá que ser apartado de él.

– Eso lo decidirá el inspector jefe Macrae.

– ¿Por qué no le ha dicho a Sol que Todd trabajaba con nosotros?

– Porque no necesita saberlo, Phyl -replicó Clarke mirándola a la cara-. ¿Tienes prisa por ver largarse al agente Goodyear?

– Mientras no se le olvide que es un uniformado… Ahora que el DIC está repleto, parece sentirse muy a gusto vestido de paisano.

– ¿A qué te refieres exactamente?

– A algunos nos ha costado nuestro esfuerzo librarnos del uniforme, Siobhan.

– O sea, que el DIC es un coto particular, ¿no? -replicó Clarke dándose la vuelta y echando a andar, pero en la esquina se detuvo de repente. Desde aquel punto habría unos veinte metros hasta el lugar en que asesinaron a Alexander Todorov.

– ¿Qué está pensando? -preguntó Hawes.

– Estoy pensando en Nancy. Suponemos que iba hacia casa de Sol cuando encontró el cadáver, pero podría haber llegado a la casa, tocado el timbre varias veces, y tal vez aporreado la puerta…

– ¿Porque no sabía que a él lo habían herido en una pelea?

– Exacto.

– Y entre tanto, Todorov saldría tambaleándose del aparcamiento…

Clarke asintió con la cabeza.

– ¿Cree que vería algo? -preguntó Hawes.

– Vería u oiría. Tal vez se escondió tras la esquina mientras el agresor de Todorov le seguía y le asestaba el golpe definitivo.

– ¿Y por qué no nos lo habría dicho…?

– Por miedo, supongo.

– Casi siempre es por miedo -asintió Hawes-. ¿Cómo era ese verso de Todorov…?

– «Apartó la vista / para asegurarse de que no tendría que testificar».

– Algo que Nancy podría haber aprendido de Sol Goodyear.

– Sí -dijo Clarke-. Podría.

Capítulo 26

Rebus comía una bolsa de patatas fritas escuchando el CD de Eddie Gentry en el equipo estéreo del coche. No era exactamente estéreo porque no funcionaba un altavoz, aunque poco importaba, en realidad, tratándose de un solo intérprete con una guitarra. Ya había terminado otra bolsa de patatas fritas más un samosa de verduras que había comprado en un quiosco de Polwarth, todo ello regado con una botella de agua sin gas, con lo que trató de convencerse que hacía una comida equilibrada. Había aparcado al final de la calle de Cafferty, lo más lejos posible de las farolas. Por una vez no deseaba que el gángster le viera. Pero claro, ni siquiera podía estar seguro de que Cafferty estuviera en casa: veía su coche en el camino de entrada, pero eso no significaba nada. En la casa había luces, pero quizás era un recurso para ahuyentar intrusos. No había ni rastro del guardaespaldas que vivía en la cochera detrás de la finca; no se le veía mucho acompañando a Cafferty, por lo que Rebus pensaba que lo tenía a sueldo más por cuestión de prestigio que por necesidad. Siobhan le había enviado varios mensajes de texto, seguro que para preguntar si le apetecía cenar una noche con ella. Tenía la convicción de que estaría intrigada por qué se traía él entre manos.

Llevaba aparcado allí dos horas para nada. La pausa de quince minutos para comprar en el quiosco le habría dado a Cafferty tiempo de sobra para salir sin que él lo viera. Tal vez aquella noche ocupaba la habitación del Caledonian. Como vigilancia era lamentable, pero es que además no estaba seguro de que fuese una vigilancia. Tal vez fuese un simple pretexto para no ir a casa, donde lo único que le esperaba era una reedición de Live at San Quentin de Johnny Cash que no había tenido tiempo de escuchar. Siempre se le olvidaba llevársela al coche, y no sabía qué tal sonaría con un solo altavoz. Era su primer aparato de estéreo y ya al cabo de un mes se había estropeado un altavoz. Tenía una canción de un disco de Velvet Underground con los instrumentos en una pista y la parte cantada en la otra, pero eso no lo podía escuchar. Había tardado años en comprarse el reproductor de CD y aún seguía prefiriendo el vinilo. Siobhan decía que eso era porque era «terco».