Concluida la conversación, Mairie rodeó el césped. Rebus había vuelto a subir al coche para que no le vieran. Mairie Henderson tomó asiento a su lado con la cartera en el regazo.
– ¿Qué sucede? -preguntó.
– Muy buenos días, Mairie. ¿Qué tal el periodismo?
– Hecho un desastre -contestó ella-. Entre los periódicos gratuitos e Internet, cada vez hay menos lectores que quieran pagar por las noticias.
– Y con ello, ¿menos sueldo? -añadió Rebus.
– Claro, el ahorro es imperativo -dijo ella con un suspiro.
– ¿No hay mucho trabajo para una periodista por libre como tú?
– Sigue habiendo muchas historias, John, lo que sucede es que los editores no están dispuestos a pagarlas. ¿No has visto los tabloides? Ponen anuncios pidiendo a los lectores que envíen noticias y fotos… -dijo apoyando la cabeza en el asiento y cerrando los ojos. Rebus sintió una simpatía inesperada. Conocía a Mairie hacía años, siempre habían intercambiado consejos e información, pero nunca la había visto tan abatida.
– Tal vez pueda ayudarte -dijo.
– ¿Por el caso Todorov y Riordan? -preguntó ella abriendo los ojos y volviéndose hacia él.
– Ese mismo.
– ¿Cómo es que estás aquí en vez de en la comisaría? -inquirió ella señalando el edificio.
– Porque necesito un favor.
– ¿Significa eso que quieres que investigue algo?
– Cómo me conoces, Mairie.
– Sí, John, te he hecho muchos favores y nunca se me resarcen.
– Esta vez podría ser distinto.
– Es lo que dices siempre -replicó ella riendo sin ganas.
– Bueno, pues que sea tu regalo de jubilación.
Ella le miró con más fijeza.
– Se me había olvidado que te jubilabas.
– Ya lo estoy. Corbyn me ha suspendido de servicio.
– ¿Por qué?
– Porque puse verde a un amigo suyo que se llama sir Michael Addison.
– ¿El banquero? -preguntó ella en un tono en consonancia con la expresión de su cara.
– Hay una relación, no muy definida, entre él y Todorov.
– ¿En qué medida?
– Unos seis grados.
– No deja de ser intrigante.
– Sabía que dirías eso.
– ¿Y tú vas a contarme la historia?
– Voy a contarte lo que puedo -replicó Rebus.
– ¿A cambio de qué, exactamente?
– Un tal Andropov.
– Es un empresario ruso.
– Exacto.
– Que ha llegado hace poco a Edimburgo con una delegación de comercio.
– Cuyos miembros volvieron a Rusia, menos Andropov que permaneció aquí.
– Eso no lo sabía -dijo ella frunciendo los labios-. ¿Qué es lo que quieres saber?
– Quién es y cómo hizo su fortuna. También existe cierta relación con Todorov.
– ¿Porque los dos son rusos?
– Me han dicho que se conocieron hace años.
– ¿Y?
– Y la noche en que murió Todorov él estaba en el mismo bar que su antiguo compañero de clase.
Mairie Henderson lanzó un suave silbido prolongado.
– ¿Nadie más sabe esto?
Rebus negó con la cabeza.
– Y hay mucho más -dijo.
– Si escribo una historia tus jefes se imaginarán la fuente.
– La fuente será dentro de dos días un ciudadano de a pie.
– O sea que no tendrá consecuencias.
– Sin consecuencias -repitió él.
– Seguro que podrías contarme mucho más -añadió ella entrecerrando los ojos.
– Lo reservo para mis memorias, Mairie.
Ella volvió a mirarle fijamente.
– Necesitarás un «negro» que las redacte -comentó. Y no parecía decirlo en broma.
El diario Scotsman estaba en un edificio nuevo al final de Holyrood Road, enfrente de la BBC y el Parlamento. Aunque Mairie Henderson había dejado su empleo en él a tiempo completo hacía años, seguía siendo una habitual con pase de seguridad a su nombre.
– ¿Cómo lo conseguiste? -preguntó Rebus mientras formaba en recepción.
Henderson se tocó un lado de la nariz mientras él prendía el pase de visitante en la solapa. La oficina detrás de la recepción era una planta sin tabiques apenas ocupada por una reducida plantilla de nueve o diez personas. Rebus lo comentó y Henderson le dijo que vivía en el pasado.
– Hoy día no hace falta tanta gente para hacer un periódico.
– No lo dices con mucho entusiasmo.
– El edificio antiguo tenía más carácter, igual que la redacción, con todo el mundo corriendo de un lado a otro como loco para acabar un artículo. Los jefes de redacción con las mangas de la camisa remangadas, lanzando maldiciones y con dolor de cabeza. Los ayudantes fumando como chimeneas y tratando de colar gracias en el original… cortando y compaginando a mano. Todo se ha vuelto tan… -no daba con la palabra-, eficiente -espetó al fin.
– Antes, ser poli era también más divertido -dijo Rebus-, pero también cometíamos más errores.
– A tu edad tienes derecho a sentir nostalgia.
– ¿Y tú no?
Ella se encogió de hombros y se sentó ante un ordenador vacante, indicándole con un gesto que cogiera una silla. Un hombre de mediana edad de barba escuálida y con gafas de media luna pasó por su lado y la saludó.
– Hola, Gordon -contestó Henderson-. Recuérdame la contraseña, haz el favor.
– Connery-dijo el hombre.
Ella le dio las gracias y, viéndole alejarse, esbozó una sonrisa.
– La mitad del personal -dijo en voz baja a Rebus-, cree que soy de la plantilla.
– Es una comodidad para moverse por la casa.
Vio cómo tecleaba la contraseña y comenzaba a buscar el nombre Andropov.
– ¿Nombre de pila? -preguntó.
– Sergei.
Volvió a la búsqueda, reduciendo a la mitad los resultados.
– Podríamos haber entrado en Internet en cualquier otro sitio -dijo Rebus.
– Esto no es realmente Internet. Es un banco de datos de noticias.
– ¿Del Scotsman?
– Y de todos los periódicos del mundo. Hay más de quinientos resultados -comentó dando unos golpecitos en la pantalla.
– Muchos.
Ella le miró de refilón.
– No es nada. ¿Quieres que los imprima o lo buscas en pantalla?
– Déjame a ver qué tal se me da.
Ella se levantó y apartó la silla para que Rebus pudiera arrimar la suya frente al monitor.
– Voy a dar una vuelta a ver qué cuentan por ahí.
– ¿Qué digo si alguien me pregunta qué hago yo aquí?
– Di que eres el editor económico.
– Ah, muy bien.
Henderson le dejó y subió la escalera hasta la otra planta.
Rebus comenzó a pasar líneas. Las dos primeras noticias eran sobre los negocios de Andropov. Con la Perestroika se produjo un descontrol estatal de la industria rusa que permitió que hombres como Andropov adquiriesen metales básicos e industrias mineras. Andropov se había especializado en zinc, cobre y aluminio antes de ampliar sus actividades al carbón y el acero. No había tenido éxito con las empresas de gas y petróleo, pero en el resto de actividades había batido récords. Demasiado, quizá, lo que había provocado que las autoridades iniciaran una inspección por corrupción. Según el periodista de investigación que se consultara, Andropov era un mártir o un ladrón.
Al cabo de veinte minutos, Rebus intentó perfeccionar la búsqueda añadiendo «antecedentes» a las palabras clave y tuvo éxito: una historia resumida de Andropov, nacido en 1960, el mismo año que Alexander Todorov, en el barrio moscovita de Zhdanov, también igual que Todorov.