– ¿Él era un comunista a la antigua?
– Usted conoce el vocablo inglés bolshie, que procede de la palabra rusa bolshevik. Los bolcheviques eran realmente implacables, pero hoy día la palabra sólo significa raro o tozudo… Eso es lo que era Alexander.
– ¿Sabía usted que estaba en Edimburgo?
– Creo que lo leí en el periódico.
– ¿Se vieron ustedes dos?
– No.
– Es curioso que tomase aquí una copa…
– ¿Usted cree? -replicó Andropov dando otro sorbo de agua.
– Así que estaban los dos en Edimburgo, dos hombres que se han conocido de niños, famosos en muy distinto sentido, ¿y no se les ocurrió verse?
– No habríamos tenido nada que decirnos -sentenció Andropov-. ¿Quiere tomar otra copa, inspector?
Rebus advirtió que había terminado el whisky, pero negó con la cabeza y se puso en pie.
– Le mencionaré al señor Bakewell que pasó usted por aquí -añadió Andropov.
– Mencióneselo también a Cafferty, si quiere -replicó Rebus-. Él le dirá que cuando muerdo presa no la suelto.
– Pues ustedes dos se parecen mucho… Ha sido un placer hablar con usted, inspector.
Afuera, Rebus trató de encender un cigarrillo a pesar de las ráfagas de viento. Agachó la cabeza para hacer pantalla con la chaqueta en el momento en que paró un taxi, lo que le sirvió para que Megan MacFarlane y su ayudante Roddy Liddle del MSP no le vieran al entrar al hotel mirando al frente. Rebus expulsó humo hacia el cielo y se preguntó si Sergei Andropov les hablaría también de su reciente visita.
Capítulo 30
Cuando Siobhan Clarke entró en el DIC de la comisaría del West End sonaron aplausos. Sólo estaban ocupadas dos de las seis mesas, pero los dos presentes querían manifestar su admiración.
– Puedes quedarte con Ray Reynolds cuanto quieras -añadió el inspector Shug Davidson con una sonrisa, antes de presentarla a un uniformado llamado Adam Bruce. Davidson tenía los pies encima de la mesa y la silla inclinada hacia atrás.
– Me alegra verte tan ocupado -comentó ella-. ¿Y los demás?
– Estarán haciendo las compras de Navidad, seguramente. ¿Vas a hacerme un regalito este año, Shiv?
– Estoy pensando en hacer un bonito envoltorio con Ray y devolvértelo.
– Ni se te ocurra. ¿Te va bien con Sol Goodyear?
– Yo no creo que «bien» sea la palabra adecuada.
– Es un pelma, ¿verdad? Más distinto que su hermano no puede ser. ¿Sabes que Todd va a la iglesia los domingos?
– Eso ha dicho.
– Tan distintos como el día y la noche… -añadió Davidson meneando despacio la cabeza.
– ¿Por qué no hablamos de Larry Fintry?
– ¿Qué pasa con él?
– ¿Está en prisión preventiva?
Davidson lanzó un resoplido.
– Las celdas están a rebosar, Shiv. Lo sabes perfectamente.
– Entonces, ¿está libre bajo fianza?
– En estos tiempos, todo lo que no sea genocidio o canibalismo es un chollo.
– ¿Dónde puedo encontrarle?
– Está en un albergue de Bruntsfield.
– ¿Qué clase de albergue?
– Para casos de adicción. Pero no creo que lo encuentres allí a esta hora -dijo Davidson consultando el reloj-. Estará en Hunter Square o tal vez en los Meadows.
– Yo vengo de un café en Hunter Square.
– ¿Y no viste a chalados por allí?
– Vi a algunos indigentes -replicó Clarke.
Había advertido que aunque Bruce estaba pegado al ordenador, se entretenía con un juego.
– Mira en los bancos de detrás del hospital -añadió Davidson-. Él anda a veces por allí. Pero hace frío; los centros de acogida de Grassmarket y de Cowgate son otra posibilidad. ¿Para qué lo quieres?
– Empiezo a pensar que tal vez han puesto precio a la cabeza de Sol Goodyear.
– Uy -exclamó Davidson con rechifla-, ese mierda no vale para eso.
– De todos modos…
– Y nadie en su sano juicio le encomendaría a Larry el Loco ese encargo. El asunto, Shiv, se reduce a que Sol apremió a Larry por dinero que le debía. Y seguramente cuando Sol le dijo que no le pasaba más droga, Larry quemó su último cartucho.
– Un recableado es lo que necesita ese tipo -dijo el agente Bruce sin quitar la vista del juego de ordenador.
– Si quieres darte una caminata buscando a Larry el Loco tú verás, pero no esperes sacar nada en limpio. Además, yo no entiendo que alguien quisiera cargarse a Sol Goodyear.
– Tiene que tener enemigos.
– Pero también buenos amigos.
– ¿Cómo cuáles? -inquirió Clarke entornando los ojos.
– Se dice que ha vuelto a trabajar para Big Ger. Bueno, no para él exactamente, pero con el visto bueno de Cafferty.
– ¿Hay pruebas de ello?
Davidson negó con la cabeza.
– Después de tu llamada telefónica di unos cuantos telefonazos y eso es lo que me dijeron. Pero voy a decirte otra cosa…
– ¿Qué?
– Me ha dicho un pajarito que a Derek Starr le han trasladado de Fettes para dirigir tu caso -en la mesa de al lado Bruce comenzó a emitir un gorgoteo de risita sorda-. Qué palo, ¿no?
– Es lógico que se encargue Derek, que está por encima de mí en el escalafón.
– A los jefes no parecía importarles cuando lo llevabais tú y un tal Rebus…
– Decididamente, te voy a devolver a Reynolds -amenazó Clarke.
– Tendrás que pedir permiso a Derek Starr.
Ella le miró fijamente y él soltó una carcajada.
– Tú ríete mientras puedas -replicó ella camino de la puerta.
En el coche, pensó en qué otra cosa podía hacer para no ir a Gayfield Square. Poco. Rebus había mencionado lo de la videovigilancia. Tal vez podía pasarse por el Ayuntamiento y hacer la solicitud. O podía llamar a Megan MacFarlane para concertar otra entrevista, para hablar de Charles Riordan y las grabaciones del comité. Y estaba también Jim Bakewell; Rebus quería que le preguntase sobre la copa que había tomado con Sergei Andropov y Big Ger Cafferty.
Cafferty…
Era como si dominara Edimburgo, a pesar de que muy pocos edimburgueses sabían de su existencia. Rebus se había pasado la mitad de los años de servicio tratando de hundir al gángster. Ahora que se jubilaba, ella heredaría el problema; no porque lo deseara, sino porque dudaba mucho de que Rebus fuera a soltar presa. Pensó en las noches que habían estado trabajando hasta tarde, en las que él le había hecho repasar sus casos más mortificantes no resueltos. ¿Qué iba ella a hacer con aquella herencia? Le parecía una carga indeseada, como los horribles candelabros de peltre que tenía ella en casa, regalo de una tía suya, y que no se decidía a tirar; los tenía guardados en el fondo de un cajón. Ese era el lugar que le parecía más adecuado para las notas sobre casos antiguos de Rebus.
Sonó su móvil. Era el indicativo 556, de Gayfield Square. Se imaginaba quién era.
– Diga.
Derek Starr, claro.
– Te me has escapado -dijo con un tonillo de aparente poca importancia.
– Tuve que ir al West End.
– ¿A qué?
– Una comprobación sobre Sol Goodyear.
Se hizo un silencio.
– ¿Qué comprobación? -preguntó Starr.
– Él vive cerca de donde apareció el cadáver de Todorov, y fue una amiga suya quien lo encontró.
– ¿Y?
– Quería confirmar ciertos detalles.
Se daría cuenta perfectamente de que le ocultaba algo, del mismo modo que sabía que él no podía evitarlo.