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Gates correspondió con otra sonrisa y dirigió su atención a Rebus.

– El equipo de la Científica preguntó si tal vez trabajaba de mecánico, porque había restos de aceite en el dobladillo de la chaqueta y en las rodilleras del pantalón.

Rebus rememoró el escenario del crimen.

– Quizás había aceite en el suelo -comentó.

– En King’s Stables Road -añadió el patólogo-, transformaron muchas caballerizas en cocheras, ¿verdad?

Rebus asintió con la cabeza y miró a Colwell para observar su reacción.

– Estoy bien -dijo ella-. Ya no voy a lloriquear.

– ¿Quién se lo comentó? -preguntó Rebus a Gates.

– Ray Duff.

– Ray es competente -dijo Rebus. Sabía de sobra que Ray Duff era el mejor elemento del equipo de Escenario del Crimen.

– ¿Qué se apuesta a que ahora está en el escenario del crimen comprobando si hay aceite? -añadió Gates.

Rebus asintió con la cabeza y se llevó el vaso de té a los labios.

– Ahora que sabemos que la víctima es realmente Alexander -dijo Colwell rompiendo el silencio-, ¿tengo que guardarlo en secreto? Me refiero a si es algo que no quieren que divulgue la prensa.

Gates lanzó un fuerte resoplido.

– Doctora Colwell, es imposible que el cuarto poder no se entere. En la policía de Lothian y Borders hay más filtraciones que en un colador, igual que en este edificio -añadió alzando la cabeza hacia la puerta-. ¿No es cierto, Kevin?

Al otro lado oyeron los pasos del interpelado alejándose por el pasillo. Gates sonrió satisfecho y cogió el teléfono que comenzó a sonar.

Rebus sabía que sería Siobhan Clarke que esperaba en recepción.

* * *

Tras dejar a Colwell en la universidad, Rebus invitó a Clarke a almorzar. Al hacer el ofrecimiento ella lo miró y le preguntó si le pasaba algo. Él negó con la cabeza y Clarke añadió que sería porque quería pedirle algún favor.

– Quién sabe si una vez me jubile podré hacerlo muchas veces -dijo él.

Fueron a la planta de arriba de un bistró de West Nicholson Street, donde el plato del día era pastel de venado con patatas fritas y guisantes, que Rebus regó con un cuarto de la botella de salsa HP. Se contentó con media pinta de Deuchar’s y cuatro caladas a un cigarrillo antes de entrar, y entre bocado y bocado le comentó la observación de Ray Duff y le preguntó si no había nada sospechoso en el piso de Todorov.

– ¿Crees que el joven Colin está enamorado de Phyllida? -preguntó ella pensativa.

Phyllida Hawes y Colin Tibbet eran agentes de Homicidios de la comisaría de Gayfield Square a las órdenes de Rebus y Clarke. Los cuatro habían trabajado hasta hacía poco bajo la torva mirada del inspector Derek Starr, pero éste, en puertas de un futuro ascenso que consideraba un derecho, estaba trasladado temporalmente a la jefatura de Fettes Avenue. Corría el rumor de que cuando Rebus se jubilara Clarke ocuparía su puesto de inspectora. Era un rumor del que la propia Clarke trataba de no hacer caso.

– ¿Por qué lo preguntas? -replicó Rebus, alzando el vaso y viendo que estaba casi vacío.

– Parecen encontrarse muy a gusto los dos juntos.

– ¿Y nosotros no? -dijo Rebus, mirándola con cara de sorpresa y pena.

– Estamos bien -replicó ella con una sonrisa-. Es que yo creo que han salido los dos un par de veces y no lo dicen a nadie.

– ¿Y piensas que ahora estarán arrullándose en la cama del muerto?

Clarke arrugó la nariz al pensarlo. Y medio minuto más tarde añadió:

– Estoy pensando en cómo enfocarlo.

– ¿Te refieres a cuando yo esté fuera de juego y la jefa seas tú? -dijo Rebus, dejando el tenedor, con mirada feroz.

– Eres tú quien dice que no deje cabos sueltos -protestó ella.

– Puede que sí, pero no me tengo por columnista del consultorio sentimental -levantó de nuevo el vaso y vio que estaba vacío.

– ¿Quieres café? -preguntó ella como si fuera una oferta de paz. Él negó con la cabeza y comenzó a palparse los bolsillos.

– Lo que necesito es un buen cigarrillo -encontró el paquete y se levantó de la mesa-. Mientras tú tomas el café yo espero fuera.

– ¿Qué haremos esta tarde?

Rebus reflexionó un instante.

– Avanzaremos más si nos separamos… tú ve a ver a la bibliotecaria y yo iré a King’s Stables Road.

– Muy bien -dijo ella, sin molestarse en ocultar que realmente no se lo parecía. Rebus se detuvo un instante como si fuera a decir algo y a continuación balanceó el cigarrillo hacia ella y salió a la calle.

– Y gracias por el almuerzo -dijo ella cuando él ya estaba lejos para oírlo.

* * *

Rebus pensó que sabía el motivo por el que no podían mantener cinco minutos de conversación sin enzarzarse. Vivían momentos de tensión ahora que él estaba a punto de dejar el campo de batalla y ella iba camino del ascenso. Eran muchos años trabajando juntos y siendo amigos casi desde el principio… era lógico que fueran momentos de tensión.

Todos daban por supuesto que ellos dos se habían acostado en algún momento dado, pero lo cierto era que ninguno de los dos se lo habría permitido. ¿Cómo iban a trabajar como compañeros si sucedía tal cosa? Habría tenido que ser todo o nada, y a los dos les gustaba demasiado su trabajo como para consentir el menor obstáculo. Él le había hecho prometer que no habría una fiesta en su última semana de servicio en el DIC. Su jefe en Gayfield Square había incluso ofrecido organizar algo en la oficina, pero él se había negado diciendo que no con la cabeza.

– Eres el que más tiempo lleva de servicio en el DIC -insistió el inspector jefe Macrae.

– Entonces son los compañeros que han trabajado conmigo quienes merecen el festejo -replicó Rebus.

El extremo de Raeburn Wynd seguía acordonado, pero un curioso se agachó y cruzó la cinta azul y blanca, reacio a aceptar que alguien pudiera imponerle restricciones de peatón en Edimburgo; o eso pensó Rebus por el gesto displicente que hizo con la mano cuando Ray Duff le dijo que estaba contaminando el escenario del crimen. Duff meneó la cabeza, más compungido que otra cosa cuando Rebus se acercó a él.

– Gates dijo que te encontraría aquí -dijo, y Duff puso los ojos en blanco.

– Y ahora tú me pisas el locus.

Rebus hizo una mueca. Duff estaba en cuclillas junto a su instrumental, una caja de herramientas de plástico rojo reforzado comprada en B &Q con innumerables cajones que se abrían como un acordeón; pero Duff ya los cerraba.

– Sabía que te dejarías caer por aquí -comentó Duff.

– No me digas.

– De verdad -replicó Duff riendo.

– ¿Hay algo interesante? -preguntó Rebus.

Duff cerró la caja de herramientas y se puso en pie con ella en la mano.

– He recorrido la cuesta hasta el final y he comprobado todas las cocheras. Si le agredieron arriba, habría rastros de sangre -añadió con una pisada fuerte para reforzar su argumentación.

– ¿Y?

– Hay restos de sangre en otro sitio, John -respondió haciendo un gesto para que le siguiera, caminando por King’s Stables Road-. ¿Ves algo?

Rebus escrutó la acera y advirtió un rastro de salpicaduras con intervalos. Estaba casi descolorida pero se veía.

– ¿Cómo no advertimos esto anoche?

Duff se encogió de hombros. Tenía el coche aparcado junto a la acera; lo abrió y guardó su caja de instrumental.

– ¿Cuánto trecho has examinado? -preguntó Rebus.

– Me disponía a hacerlo cuando llegaste tú.

– Pues vamos a comprobarlo.