Выбрать главу

Giró a la izquierda de la cancela y de nuevo a la izquierda al final de la calle, camino de Bruntsfield Place, en el primer taxi que encontrara.

* * *

Le abrió Eddie Gentry, con los ojos muy pintados y la banda deportiva roja.

– Nancy no está -dijo.

– ¿Habéis arreglado cuentas?

– Tuvimos un sincero intercambio de opiniones.

Rebus sonrió.

– ¿Me invitas a entrar, Eddie? Y, por cierto, me gustó tu maqueta.

Gentry consideró las posibilidades, y al final le franqueó la entrada. Rebus le siguió al interior del piso.

– Eddie, ¿has visto alguna vez Gran Hermano? -preguntó Rebus dando la vuelta a la habitación con las manos en los bolsillos.

– La vida es muy corta.

– Cierto -dijo Rebus-. Te voy a decir una cosa que no vi cuando estuve la otra vez.

– ¿El qué?

– Han bajado el techo del piso -contestó Rebus alzando la vista.

– ¿Ah, sí?

Rebus asintió con la cabeza.

– ¿Estaba ya así cuando tú lo alquilaste?

– Supongo.

– Habrá adornos antiguos, molduras, rosetas… ¿Por qué crees que el propietario los tapó?

– ¿Para mejor aislamiento?

– ¿En qué sentido?

Gentry se encogió de hombros.

– Se reduce el volumen del cuarto y es más fácil de calentar.

– ¿Tiene todo el piso techos falsos?

– Yo no soy arquitecto.

Rebus miró al joven a la cara y advirtió un leve temblor en la comisura de la boca. Eddie Gentry se sentía incómodo. Rebus lanzó un discreto silbido prolongado.

– Lo sabes, ¿verdad? ¿Siempre lo has sabido?

– He sabido, ¿qué?

– Que Cafferty os graba con cámaras en el techo, en las paredes… -dijo, señalando al rincón de la habitación-. ¿Ves ese agujerito? Parece que a alguien se le escapó el taladrador -el rostro de Gentry permaneció imperturbable-. Pues hay un objetivo que nos enfoca. Pero tú ya lo sabías. No me extrañaría que estuvieras encargado de poner en marcha la cámara -Gentry cruzó los brazos-. Me apostaría algo a que tu grabación en Estudios CR no resultó tan barata. ¿Te la pagó Cafferty? ¿Formaba eso parte del trato? Un poco de dinero para gastar… alquiler barato en un piso amplio… y lo único que tenías que hacer era dar fiestas -Rebus hablaba pensando sobre la marcha-. Droga facilitada por Sol Goodyear, y me imagino que sería también a buen precio. ¿Sabes por qué?

– ¿Por qué?

– Porque Sol trabaja para Cafferty. Él es traficante y tú un proxeneta…

– Que le den por saco.

– Cuidado, hijo -replicó Rebus apuntando con el dedo al joven-. ¿Te has enterado de lo que le ha ocurrido a Cafferty?

– Sí.

– Tal vez a alguien no le gustó lo que estaba haciendo. ¿Recuerdas la fiesta con Gill Morgan?

– ¿Qué?

– ¿Sólo la has grabado esa vez?

– No tengo ni idea -Rebus le miró con gesto de incredulidad-. Nunca las miraba.

– Sólo las entregabas, ¿verdad?

– ¿Acaso eso es delito?

– Yo no creo que tú estés en condiciones de afirmarlo, Eddie. ¿Lo sabe Nancy?

Gentry negó con la cabeza.

– Tú solito, ¿eh? ¿Te dijo que hacía lo mismo en otros pisos suyos?

– Antes ha mencionado Gran Hermano, ¿qué diferencia hay?

Rebus estaba casi rozando al joven cuando contestó.

– La diferencia es que ellos saben que les observan. La verdad, no sé quién es más asqueroso, si tú o Cafferty. Él observa a desconocidos, pero tú, Eddie, grabas a tus conocidos.

– ¿Hay alguna ley que lo prohíba?

– Ah, estoy seguro de que la hay. ¿Cuántas veces habéis grabado?

– Tres o cuatro nada más.

Porque Cafferty se aburría y cambiaba de piso, con nuevos inquilinos y caras y cuerpos nuevos. Rebus salió al pasillo, buscó el orificio y lo encontró. Fue al dormitorio de Nancy y también en el falso techo había uno, igual que en el cuarto de baño. Cuando volvió al cuarto de estar, Gentry estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados, desafiante, con la barbilla alzada.

– ¿Dónde está el aparato? -preguntó.

– El señor C se lo llevó.

– ¿Cuándo?

– Hace unas semanas. Ya le he dicho que sólo fueron tres o cuatro veces.

– No por eso es menos indecente. Vamos a tu cuarto.

Rebus no esperó a que le indicara el camino, abrió la puerta y le preguntó dónde estaban los cables.

– Salían del techo y se conectaban a un DVD. Si sucedía algo interesante sólo tenía que apretar el botón de grabación.

– Y ahora, tu casero lo tendrá instalado en otro piso para poder mostrar una ración de pornografía granulada a sus amigotes -dijo Rebus meneando despacio la cabeza-. No me gustaría estar en tu lugar cuando Nancy se entere.

Gentry ni se inmutó.

– Bueno, váyase. Se acabó la función -dijo. Rebus replicó acercándose a él y hablándole a la cara:

– Estás muy equivocado, Eddie, esta función no ha hecho más que empezar -salió al pasillo y se detuvo en la puerta antes de salir-. Por cierto, te mentí: esa música tuya no vale nada. Te falta talento, amigo.

Cerró la puerta a su espalda y permaneció un instante frente a la escalera, buscando el tabaco en el bolsillo.

A otra cosa.

Capítulo 40

La sala del DIC de Gayfield Square habría podido ser un estanque, porque no hacían más que dar palos al agua. Derek Starr se daba cuenta y no sabía cómo motivar a los agentes. No tenían mucho que hacer. No había nuevas pistas interesantes sobre Todorov ni sobre Riordan. Los forenses habían obtenido parte de una huella en el botellín de líquido limpiador, pero lo único que sabían es que no era de Riordan ni de nadie del banco de datos de fichados. Terry Grimm les informó de que a la casa de Riordan acudía semanalmente un equipo de limpieza de una agencia, aunque generalmente tenían orden de no tocar nada del cuarto de estar que hacía las veces de estudio. Nadie podía afirmar con certeza que fuese del pirómano. Era otro callejón sin salida. Y lo mismo sucedía con el retrato robot de la mujer con capucha que rondaba por el aparcamiento de varias plantas: los agentes habían repartido copias puerta a puerta, sin conseguir otra cosa que volver a la comisaría con dolor de pies.

Siguiendo el debido protocolo, Starr había obtenido metraje de la videovigilancia urbana de la zona de Portobello, pero sin resultados, porque todo lo grabado era tráfico de la primera hora punta. Además, sin saber cómo el pirómano había llegado a casa de Riordan, era como buscar una aguja en un pajar. El modo en que Starr miraba a Siobhan Clarke auguraba que creía que ella le ocultaba algo. Dos veces en el espacio de media hora le había preguntado qué hacía.

– Reviso las grabaciones de Riordan -contestó ella, mintiendo descaradamente.

Todd Goodyear pasaba a máquina las últimas transcripciones con cara de cansancio, mirando de vez en cuando al infinito, como deseando estar en un lugar más agradable. Clarke esperaba que Stone le llamase cuando viera en el móvil el mensaje que le había enviado. Seguía dudando de que fuese buena idea decírselo. Stone y Starr eran bastante amigos, y era muy posible que cualquier cosa que le dijera a uno de ellos lo supiera el otro. No había hablado con Starr sobre la presencia de Sergei Andropov y el chófer en la Biblioteca de Poesía.