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– ¿Crees que ella intenta besarle mejor? -preguntó uno de los fumadores.

Hawes y Tibbet, con las caras juntas, perpetraban una especie de abrazo. «Que tengan suerte», pensó Rebus. La profesión de policía había interferido en su matrimonio y acabó rompiéndolo, pero no tenía por qué ser siempre así: él conocía policías casados sin problemas, e incluso algunos se casaban con compañeras del Cuerpo y parecía que les iba bien.

– Ella se lo monta muy bien -comentó el otro fumador. Se abrió la puerta a sus espaldas y salió Clarke.

– Ah, estás aquí -dijo.

– Aquí estoy -contestó Rebus.

– Estábamos preocupados por si te habías escabullido.

– Vuelvo dentro de un minuto -comentó él mostrándole el cigarrillo a medias.

Ella se rodeó el cuerpo con los brazos para protegerse del frío.

– No te preocupes; no va a haber discursos -dijo.

– Muy acertado, Siobhan. Gracias.

Ella le respondió con un leve rictus de la comisura de los labios.

– ¿Qué tal está Colin? -preguntó.

– Me parece que Phyl procede a resucitarle -dijo él señalando con la cabeza hacia la pareja, que ya se había fundido en un solo ser.

– Espero que no les pese por la mañana -musitó ella.

– ¿Qué es la vida sin ciertos pesares? -le replicó uno de los fumadores.

– Pediré que pongan eso en mi epitafio -dijo el otro.

Rebus y Clarke intercambiaron una mirada durante un instante sin decirse nada.

– Entra, que hace frío -dijo ella. Él asintió levemente con la cabeza, aplastó la colilla y la siguió al bar.

* * *

Era más de medianoche cuando el taxi le dejó en el hospital Western General. Al llegar al pasillo de la sala de Cafferty una enfermera le salió al paso.

– Está bebido -dijo mirándole furiosa.

– ¿Desde cuando dan el diagnóstico las enfermeras?

– Tendré que llamar a seguridad.

– ¿Para qué?

– Porque no puede visitar a un paciente en plena noche en ese estado.

– ¿Por qué no?

– Porque los pacientes duermen.

– No voy a ponerme a tocar el tambor -protestó Rebus.

La mujer señaló el techo; Rebus dirigió allí la mirada y vio una cámara enfocada hacia el lugar en que estaban.

– Le estarán viendo por el monitor y vendrá enseguida un vigilante -sentenció la enfermera.

– Por Dios bendito.

A espaldas de la enfermera se abrió la puerta -la puerta de la sala de Cafferty- y apareció un hombre.

– Deje que me ocupe yo -dijo.

– ¿Usted quién es? -preguntó la enfermera volviéndose hacia él-. ¿Quién le ha autorizado…?

Pero al ver el carnet de policía la mujer no insistió.

– Soy el inspector Stone -añadió el recién llegado-. Conozco a este hombre y yo me encargo de que no cause ningún trastorno más -dijo, y señaló con la cabeza unos asientos dispuestos allí para las visitas. Rebus pensó que no le vendría mal sentarse y no se opuso. Una vez sentado, Stone hizo una señal con la cabeza a la enfermera para que los dejara a solas, se sentó con Rebus con un asiento libre entre los dos y se guardó el carnet en el bolsillo.

– Yo también tenía uno como ése -comentó Rebus.

– ¿Qué lleva en esa bolsa? -preguntó Stone.

– Mi jubilación.

– Eso lo explica todo.

– ¿Todo, el qué? -replicó Rebus tratando de despejar su visión borrosa.

– Por una parte, lo que ha bebido.

– Seis pintas, tres chupitos y media botella de vino.

– Y aún se tiene en pie -comentó Stone meneando la cabeza sin dar crédito a la afirmación-. ¿Y qué le trae por aquí? ¿Sigue remordiéndole la conciencia por no haber acabado la tarea?

Rebus abrió el paquete de cigarrillos, pero recordó dónde estaba.

– ¿A qué se refiere? -inquirió.

– ¿Venía a desconectar los tubos de Cafferty?

– No fui yo quien le agredió en el canal.

– Tenemos un protector de zapatos manchado de sangre que dice lo contrario.

– No sabía yo que los objetos inanimados hablasen -replicó Rebus, pensando en su conversación con Sonia.

– Tienen su propio lenguaje, Rebus -añadió Stone-, y el departamento científico lo traduce.

« -pensó Rebus, despejándose ligeramente-, y son los agentes de la Científica los primeros que los recogen… agentes como la joven Sonia».

– ¿He de suponer que ha venido a visitar al paciente? -dijo.

– ¿Trata de cambiar de tema?

– No, se me acaba de ocurrir.

Stone asintió finalmente con la cabeza.

– Se ha suspendido la vigilancia hasta que recobre el conocimiento. Lo cual significa que me marcho mañana. El inspector Davidson me tendrá al tanto de lo que suceda.

– Yo no le haría mañana preguntas complicadas -dijo Rebus-. Anoche le vi marcharse tambaleándose por Young Street.

– Lo tendré en cuenta -dijo Stone levantándose-. Bueno, venga; le llevo a casa.

– Vivo al otro extremo de la ciudad -dijo Rebus-. Pediré un taxi por teléfono.

– Pues le acompañaré en la espera.

– Ya veo que no confía en mí, inspector Stone.

Stone no se molestó en contestar. Rebus dio unos pasos hacia la sala y miró por las ventanillas de la puerta. No podía saber qué cama era la de Cafferty. Y, además, había algunas con biombo.

– ¿Y si le ha desenchufado los aparatos? -preguntó Rebus-. Tendría en sus manos al chivo expiatorio perfecto.

Pero Stone negó con la cabeza y, del mismo modo que la enfermera, le señaló la cámara de videovigilancia.

– Esa cámara demostraría que no cruzó la puerta. ¿No conoce el dicho «La cámara nunca miente»?

– Lo he oído -contestó Rebus- pero prefiero no creérmelo.

Dicho lo cual recogió la bolsa y caminó pasillo adelante seguido por Stone hasta la salida.

– Hace tiempo que conoce a Cafferty -dijo éste.

– Casi veinte años.

– Su primera testificación importante contra él fue en el Tribunal Supremo de Glasgow.

– Exacto. El maldito abogado me confundió con un testigo anterior y me llamó «Sr. Stroman», y a partir de ahí fue el apodo que me puso Cafferty: Hombre de Paja.