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Me detuve a un par de metros del horrible cadáver, fascinado por el horrendo espectáculo.

Retrocedí, sin haber descubierto nada nuevo, pero aun así había algo extrañamente familiar con respecto al monstruo que me mantenía a distancia. Desvié mi atención del cadáver al despojo metálico que lo contenía. Había supuesto que se trataba de uno de los vehículos invasores, pero entonces, al mirarlo por segunda vez, recordé el vehículo de vigilancia destrozado con la explosión y me di cuenta de que debía ser éste.

Repentinamente consciente de ello, comprendí el horror oculto detrás de los anónimos seres que conducían los vehículos de la ciudad... y me aparté de los despojos espantado y sorprendido, más asustado que nunca en toda mi vida.

II

Algunos minutos después, cuando caminaba por las calles como un autómata, un vehículo apareció de pronto delante de mí. El conductor debió verme, porque se detuvo de inmediato. Vi que se trataba de uno de los vehículos de transporte, y que de pie en la parte posterior había veinte o treinta marcianos humanos.

Me quedé mirando la cabina de control, tratando de no imaginar el ser que se escondía detrás de la ventana negra ovalada. Una voz áspera se oyó a través de la parrilla.

Permanecí inmóvil, presa del pánico. No sabía qué hacer, no sabía qué se esperaba de mí.

La voz se dejó oír otra vez, y sonó iracunda y perentoria a mis oídos atentos.

Me di cuenta de que varios hombres en la parte posterior del vehículo se inclinaban hacia mí, con sus brazos extendidos. Interpreté que esperaban que me uniera a ellos, y por lo tanto, caminé hacia el vehículo al que, sin más, me ayudaron a subir.

En cuanto mi bolso y yo estuvimos dentro del compartimiento abierto de atrás, el vehículo se puso en marcha.

Mi aspecto ensangrentado me convirtió en el centro de atención en cuanto subí a bordo. Varios marcianos me hablaron directamente, esperando a las claras algún tipo de respuesta. Por un instante me dominó de nuevo el pánico, pues creí que había llegado el momento de revelar de dónde provenía...

Pero entonces se me ocurrió una feliz idea. Abrí la boca, produje un sonido ahogado y señalé la abominable herida de mi cuello. Los marcianos me hablaron de nuevo, pero yo sólo los miré sin expresión y continué produciendo sonidos, en la esperanza de poder convencerlos por este intermedio de que me había quedado mudo.

Durante unos segundos más continuaron prodigándome esa atención que no deseaba, pero luego parecieron perder el interés en mí. Habían encontrado más sobrevivientes, y el vehículo se había detenido. Poco después, otros tres hombres y una mujer subían a bordo con ayuda. Al parecer no habían padecido a manos de los invasores, pues no tenían heridas.

El vehículo inició otra vez la marcha, rondando las calles y dejando escapar de vez en cuando un desagradable bramido a través de la parrilla metálica. Me tranquilizaba estar en la compañía de estos marcianos humanos, pero nunca logré apartar por completo de mi mente la grotesca presencia del monstruo en la cabina de control.

El lento viaje por la ciudad se prolongó unas dos horas más, y poco a poco se recogieron más sobrevivientes. De tanto en tanto, veíamos otros vehículos ocupados con la misma tarea, por lo que deduje que la invasión había terminado.

Encontré un rincón en la parte de atrás del compartimiento, y me senté, con el bolso de Amelia en los brazos.

Me preguntaba si lo que habíamos visto era después de todo una invasión en gran escala. Ahora que los atacantes se habían retirado, y la ciudad estaba llena de humo y destrozos, parecía más probable que lo que habíamos presenciado fuera más bien una escaramuza o una represalia. Recordé los disparos del cañón de nieve, y me pregunté si aquellos proyectiles habrían estado dirigidos hacia las ciudades del enemigo. De ser así, Amelia y yo habíamos caído en medio de un conflicto con el cual nada teníamos que ver, y del que Amelia por lo menos había sido víctima sin querer.

Hice a un lado tal pensamiento: era insoportable pensar en ella a merced de estos monstruos.

Poco después se me ocurrió otra idea, una que me ocasionó varios pensamientos desagradables. ¿Podría ser, me preguntaba, que yo estuviera equivocado con respecto a la partida del enemigo? ¿Este transporte lo conducía acaso uno de los conquistadores?

Medité sobre esto durante un rato, pero luego recordé el monstruo que había visto. Aquél pertenecía al parecer a esta ciudad, y más aún, los humanos con quienes me encontraba no mostraban los mismos síntomas de terror que yo había visto durante la lucha. ¿Podría ser que todas las ciudades de Marte estuvieran gobernadas por estos monstruos infames?

Casi no tuve tiempo para reflexionar, pues el compartimiento pronto estuvo lleno, y el vehículo partió a una velocidad uniforme hacia el límite de la ciudad. Nos depositaron junto a un gran edificio en cuyo interior nos hicieron entrar. Aquí, los esclavos habían preparado una comida, y, como los demás, comí lo que me pusieron delante. Luego nos llevaron a uno de los dormitorios que no habían sufrido daños, y nos distribuyeron según el espacio disponible. Pasé la noche tendido en una hamaca, apretado junto a otros cuatro hombres.

III

Vino entonces un largo período de tiempo (tan penoso para mí que apenas puedo dominarme y relatarlo aquí), durante el cual se me asignó a un equipo de trabajo destinado a reparar las calles y edificios dañados. Había mucho que hacer, y, debido a que la población había disminuido, parecía qué nunca iba a dejar de trabajar en esta forma.

No había jamás ni la menor posibilidad de escape. Los monstruos nos vigilaban continuamente todos los días, y la aparente libertad de la ciudad, que nos había permitido a Amelia y a mí explorarla con tanto detalle, había desaparecido hacía rato. Ahora, solamente una pequeña sección de la ciudad estaba ocupada, y no sólo la patrullaban los vehículos sino que también la vigilaban las torres que no habían sido dañadas en el ataque. Estas últimas, estaban ocupadas por monstruos, quienes al parecer eran capaces de permanecer inmóviles en sus lugares durante horas seguidas.

Una gran cantidad de esclavos habían sido traídos a la ciudad, y se les asignaron los trabajos peores y más pesados. A pesar de ello, gran parte del trabajo que me tocó hacer fue arduo.

Me alegraba en cierta forma que el trabajo fuera apremiante, pues ello me ayudaba a no pensar demasiado en la situación de Amelia. Comencé a desear que hubiera muerto, pues no podía siquiera pensar en las horribles aberraciones a que esas criaturas obscenas la someterían si estaba viva a su merced. Pero al mismo tiempo no podía permitirme, ni por un instante, pensar que había muerto. La necesitaba viva, pues ella era mi raison d’étre. Siempre estaba presente en mis pensamientos, por más que me distrajeran los acontecimientos a mi alrededor, y por las noches permanecía despierto, atormentándome con un sentimiento de culpa y reproche. La quería y la necesitaba tanto que apenas pasaba una noche en la que no sollozara en mi hamaca.

No era ningún consuelo que el dolor de los marcianos fuera tan grande como el mío, ni que por fin comenzara yo a comprender las causas de su eterna amargura.

IV

Pronto perdí la cuenta de los días, pero no podrían haber pasado menos de seis meses terrestres antes de que ocurriera un cambio dramático en mi situación. Un día, sin previo aviso, me obligaron a salir de la ciudad junto con otros doce hombres y mujeres. Un vehículo de los monstruos nos seguía.

Al principio pensé que nos llevaban a uno de los complejos industriales, pero poco después de abandonar la cúpula protectora de la ciudad nos dirigimos al Sur, cruzamos el canal por uno de los puentes. Adelante de nosotros vi que se elevaba el tubo del cañón de nieve.