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Al principio pareció ser así. Los vehículos avanzaron lentamente, pero sin pausa, hacia la ciudad y las torres de vigilancia, que no estaban a cubierto de las rocas, comenzaron a elevar sus plataformas hasta la altura máxima de veinte metros que permitían sus patas.

Decidí que era el momento de abandonar mi observatorio, y me volví para mirar las rocas, todavía asido a la barandilla.

En ese momento sucedió algo que jamás podía haber previsto. Oí un ligero ruido a mi derecha, y miré a mi alrededor sorprendido. Por allí, emergiendo por detrás de la pared vertical de las rocas, avanzaba hacia nosotros una torre de vigilancia.

Caminaba: ¡los tres ejes metálicos que formaban las patas de la torre se movían extrañamente debajo de la plataforma, dando largos pasos!

La torre en que me encontraba se puso en marcha repentinamente, y nos inclinamos hacia adelante. Por todas partes, a mi alrededor, las otras torres de vigilancia levantaron sus patas del terreno pedregoso y avanzaron con grandes pasos detrás de los vehículos de superficie.

Era demasiado tarde para saltar a lugar seguro en las rocas: ya estaba a casi siete metros de ellas. ¡Me así de la barandilla con todas mis fuerzas, porque la torre de vigilancia me llevaba a grandes pasos hacia la batalla!

IV

No servía de nada recriminarme a mí mismo por mi falta de previsión, esa máquina increíble se movía ya a una velocidad de alrededor de treinta kilómetros por hora, y continuaba acelerando. El aire atronaba en mis oídos y mi cabello flameaba en el viento. Los ojos me lloraban.

La torre de vigilancia que había estado junto a la mía en las rocas marchaba a pocos metros delante de nosotros, pero nos manteníamos a su misma velocidad. Debido a ello, pude ver la forma en que ese artefacto daba sus pasos tan desgarbados. Vi que no era nada menos que una versión más grande de las tres patas que propulsaban a los vehículos de superficie, pero en este caso el efecto era sorprendente por lo extraño del movimiento. Al avanzar a gran velocidad no había nunca más de dos patas en contacto con el suelo en cualquier momento dado, y ello sólo durante un fugaz instante. El peso se transfería continuamente de una pata a la siguiente, mientras las dos restantes se levantaban y avanzaban. A ese efecto, la plataforma que estaba en la parte superior se inclinaba ligeramente hacia la derecha, pero la suavidad misma del movimiento indicaba que había algún tipo de mecanismo de transmisión debajo de la plataforma que absorbía las irregularidades pequeñas del suelo. Me sentía muy poco seguro de mi precaria posición, pero por el momento la firmeza con que me asía de la barandilla era suficiente para asegurarme.

En la excitación del momento, me maldije por no haberme dado cuenta de que estas torres en sí debían ser móviles. Era verdad que no había visto nunca una en movimiento, pero tampoco ninguna de mis especulaciones acerca del uso que se les daba había tenido sentido en absoluto.

Todavía continuábamos acelerando, moviéndonos en una amplia formación hacia la ciudad enemiga.

A la vanguardia marchaba una línea de vehículos. A ambos flancos había cuatro torres. Detrás de ellos, extendidos en una segunda línea de casi un kilómetro de largo, había otros diez vehículos de superficie. El resto, incluida la torre donde yo me encontraba aferrado con desesperación, seguía detrás, en formación abierta. Nos movíamos ya a una velocidad tal que las patas lanzaban una nube de arena y polvo que me golpeaba la cara. Mi máquina continuaba corriendo con una marcha suave, y su motor zumbaba dando una sensación de gran poder.

En menos de un minuto, aproximadamente, marchábamos a la velocidad máxima que podría alcanzarse con un tren a vapor, y a partir de ese momento la velocidad se mantuvo constante. Ya no se trataba de huir de esta espantosa situación; todo lo que podía hacer era mantenerme de pie y tratar de no ser despedido.

¡Mi caída casi se vio anticipada cuando, sin previo aviso, se abrió entre mis pies una plancha de metal! Con gran esfuerzo me aparté hacia un lado, dando gracias por el hecho de que el movimiento de la máquina fuera constante, y observé con incredulidad que por la abertura aparecía un inmenso artefacto de metal, montado sobre tubos telescópicos. Cuando pasó a pocos centímetros de mi cara, vi con horror que el objeto montado sobre el dispositivo telescópico era el tubo de un cañón de calor. Continuó elevándose hasta que sobresalió dos metros y medio, o más, por encima del techo de la torre.

Delante de nosotros, vi que las otras torres también habían asomado sus cañones, ¡y nos lanzamos directamente hacia adelante por el desierto, en esta extraordinaria carga de caballería!

La arena lanzada por los vehículos que nos precedían casi me enceguecía, de modo que durante uno o dos minutos no pude ver más que las dos torres que avanzaban velozmente delante de la mía. Los vehículos de vanguardia debían haber girado a la derecha y a la izquierda en forma repentina, porque sin previo aviso la nube de polvo se abrió y pude ver directamente hacia adelante.

¡Como resultado del cambio de dirección de los vehículos de vanguardia, nos vimos lanzados a la primera línea de combate!

Delante de mí podía ver las máquinas de la ciudad atacada, que cruzaban el desierto para enfrentarnos. ¡Y qué máquinas eran! Había pocos vehículos de superficie, pero los defensores avanzaban confiados hacia nosotros, en sus torres. Apenas podía creer lo que veía. Estas máquinas de guerra empequeñecían sobradamente las que estaban de mi lado, elevándose como mínimo a treinta metros de altura.

Las más cercanas estaban ahora a cerca de medio kilómetro de distancia y se aproximaban a cada segundo.

Observé atónito a estos titanes avanzar hacia nosotros con tanta facilidad. La construcción que coronaba las tres patas no era una plataforma desnuda, sino una compleja maquinaria de enorme tamaño. Sus paredes estaban abarrotadas de dispositivos con funciones inconcebibles y, donde las torres de vigilancia más pequeñas tenían la ventana negra ovalada, había una serie de ventanillas multifacéticas que destellaban y relucían a la luz del sol. Brazos colgantes articulados, como los de las arañas mecánicas, se movían amenazadores a medida que las máquinas de guerra avanzaban, y por cada una de las articulaciones de esas increíbles patas brotaban destellos de color verde brillante con cada movimiento que realizaban.

¡Ahora estaban casi sobre nosotros! Una de las torres que corría a la derecha de la mía comenzó a disparar con su cañón de calor, pero sin éxito. Un instante después, otras torres de mi lado dispararon contra esos defensores gigantescos. Hicieron muchos impactos, como lo demostraban las bolas de fuego que brillaban momentáneamente contra la plataforma superior del enemigo, pero no abatieron ninguna de las máquinas de guerra. Éstas continuaron avanzando hacia nosotros, conteniendo su fuego pero desviándose a un lado y a otro, mientras sus delgadas patas de metal pisaban con gracia y ligereza sobre el suelo rocoso.

Sentí un hormigueo en todo mi cuerpo y un estampido sobre mi cabeza. Miré hacia arriba y vi un extraño fulgor alrededor de la boca del cañón de calor; debía estar disparando contra los defensores. En el momento que me tomó mirar hacia arriba, las máquinas de guerra de los defensores habían pasado nuestras líneas, todavía conteniendo su fuego, y la torre de vigilancia sobre la cual me encontraba giró bruscamente a la derecha.

Se inició entonces una serie de maniobras de ataque y de tácticas evasivas que a la vez que me hicieron temer por mi vida me dejaron estupefacto por la diabólica y genial eficiencia de estas máquinas.