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Pitt se aclaró la garganta.

– No sé qué quiere decir.

– ¡Es un héroe! La reina le ha concedido el título de sir por salvar el trono -dijo Narraway, descruzando las piernas e inclinándose hacia delante, con una repentina amargura que le hizo torcer el gesto-. ¡Va a presentarse a las elecciones para el Parlamento!

Pitt estaba atónito.

– ¿Cómo?

– ¡Ya me ha oído! Va a presentarse a las elecciones para el Parlamento, y si gana utilizará el Círculo Interior para alcanzar rápidamente un alto cargo. Ha renunciado a su puesto en el Tribunal de Apelación para dedicarse a la política. El próximo gobierno será conservador y no tardará en llegar. Gladstone no durará mucho. Dejando de lado los ochenta y tres años que tiene a sus espaldas, la cuestión del autogobierno acabará con él. -No apartó la mirada del rostro de Pitt-. Luego veremos a Voisey nombrado lord canciller, ¡la máxima autoridad judicial del Imperio! Tendrá poder para corromper cualquier tribunal del país.

Era terrible, pero Pitt ya lo veía posible. Todos los argumentos sucumbían en sus labios antes de expresarlos en alto.

Narraway se relajó un poco, destensando los músculos de manera casi imperceptible.

– Se presenta para el escaño de Lambeth sur.

Pitt pensó rápidamente en la geografía de Londres.

– ¿No abarca también Camberwell y Brixton?

– Los dos. -Narraway le sostenía la mirada-. Y, en efecto, es un escaño liberal y él es conservador. ¡Pero eso no me tranquiliza, y si a usted le tranquiliza es que es un necio!

– No me tranquiliza -dijo Pitt con frialdad-. Tendrá algún motivo. Tendrá a alguien a quien sobornar o intimidar, algún lugar donde el Círculo Interior ejerce un poder que él puede utilizar. ¿Quién es el candidato liberal?

Narraway asintió muy despacio, sin dejar de mirar a Pitt.

– Un hombre nuevo, un tal Aubrey Serracold.

Pitt hizo la pregunta más obvia.

– ¿Es del Círculo Interior y se retirará en el último momento, o perderá las elecciones de algún otro modo?

– No -respondió Narraway con certeza, pero no explicó cómo lo sabía. Si contaba con fuentes dentro del Círculo, no las había revelado ni a sus propios hombres. Pitt no esperaba menos de él-. Si supiera cuáles son sus intenciones, no necesitaría que se quedara usted en Londres para vigilar -continuó Narraway-. Despedirle a usted de Bow Street tal vez haya sido una de las mayores equivocaciones del Círculo.

Era un recordatorio del poder del Círculo Interior y de la injusticia cometida contra Pitt. Le centellearon los ojos dando a entender que sabía muy bien de qué hablaba y no hizo nada por ocultarlo. Ambos sabían que no era necesario.

– ¡Pero yo no puedo influir en la votación! -exclamó Pitt con amargura. Ya no era un argumento para defender sus vacaciones y el tiempo que tenía previsto pasar con Charlotte y los niños; se trataba de la impotencia ante un problema irresoluble. No sabía por dónde empezar siquiera, y no digamos cómo obtener resultados.

– No -coincidió Narraway-. Si quisiera que se hiciera algo así, cuento con hombres mejor preparados que usted.

– Y eso no le haría más bien que a Voisey -dijo Pitt con frialdad.

Narraway suspiró y adoptó una postura más cómoda.

– Es usted un ingenuo, Pitt, pero ya lo sabía. Trabajo con las herramientas que tengo y no pretendo serrar madera con un destornillador. Usted se limitará a observar y escuchar. Averiguará cuáles son las herramientas de Voisey y cómo las utiliza. Averiguará los puntos flacos de Serracold y cómo pueden explotarse. Y si contamos con la suerte de que Voisey tiene sus puntos débiles a la vista, descubrirá cuáles son y me informará inmediatamente. -Tomó aire y lo expulsó muy despacio-. Lo que yo decida hacer con él no es asunto suyo. ¡Quiero que lo entienda bien, Pitt! No voy a permitir que ejercite su conciencia a costa de los hombres y mujeres de este país. Usted solo conoce una parte de todo este asunto y no está en situación de hacer grandes juicios morales. -En sus ojos y en su boca no había el menor rastro de humor.

Pitt se contuvo antes de soltar una respuesta displicente. Lo que Narraway le pedía le parecía imposible. ¿Tenía idea del verdadero poder del Círculo Interior? Era una sociedad secreta de hombres que habían jurado apoyarse mutuamente por encima de todos los intereses o lealtades. Se organizaban en células; ninguno sabía la identidad de más de un puñado de miembros, pero obedecían a las exigencias del Círculo. No sabía de ningún caso en que un miembro hubiera traicionado a otro denunciándolo al mundo exterior. La justicia interna era inmediata y mortal; era aún más letal porque nadie sabía quién más pertenecía al Círculo. Podía tratarse de tu superior o un oficinista a quien apenas prestabas atención. Podía tratarse de tu médico, el director de tu banco o hasta tu clérigo. Lo único que sabías con seguridad era que no se trataba de tu mujer. A ninguna mujer se le permitía tomar parte o tener conocimiento de él.

– Sé que el escaño es liberal -continuó Narraway-, pero el clima político se está volviendo extremista en estos momentos. Los socialistas no solo son bulliciosos, sino que están haciendo verdaderos progresos en determinadas áreas.

– Ha dicho que Voisey va a presentarse como candidato conservador -señaló Pitt-. ¿Por qué?

– Porque habrá un contragolpe conservador -replicó Narraway-. Si los socialistas van lo bastante lejos y cometen errores, entonces los tories podrían instalarse en el poder mucho tiempo, el suficiente para que Voisey se convierta en lord canciller. Incluso algún día en primer ministro.

La idea era desagradable, y sin duda demasiado real para ser descartada. Rechazarla calificándola de rocambolesca equivalía a entregar a Voisey el arma definitiva.

– ¿Ha dicho que el Parlamento suspenderá sus sesiones dentro de diez días? -preguntó Pitt.

– Así es -asintió Narraway-. Empezará usted esta misma tarde. -Respiró hondo-. Lo siento, Pitt.

– ¿Cómo? -dijo Charlotte con incredulidad. Estaba al pie de las escaleras mirando a Pitt, que acababa de entrar por la puerta de la calle y tenía las mejillas encendidas por el esfuerzo, y ahora por la cólera.

– Tengo que quedarme por las elecciones generales -afirmó él-. ¡Voisey se va a presentar!

Ella se quedó mirándolo. Por un instante, todos los recuerdos de Whitechapel acudieron a su memoria, y comprendió lo que ocurría. Luego los apartó de su mente.

– ¿Y qué se supone que tienes que hacer? -preguntó-. No puedes impedir que se presente, ni puedes impedir que la gente le vote si quiere hacerlo. Es escandaloso, pero fuimos nosotros quienes lo convertimos en héroe porque era la única manera de pararle los pies. Los republicanos ahora no le dirigen la palabra, y menos aún le van a votar. ¿Por qué no dejas que se ocupen ellos de él? ¡Estarán lo bastante furiosos para pegarle un tiro! No los detengas. Llega demasiado tarde.

Él trató de sonreír.

– Por desgracia no puedo confiar en que lo hagan con la suficiente eficiencia para que nos resulte útil. Solo tenemos diez días.

– ¡Tienes tres semanas de vacaciones! -Charlotte contuvo unas lágrimas repentinas de decepción-. ¡No hay derecho! ¿Qué puedes hacer tú? ¿Decir a todo el mundo que es un mentiroso y que estuvo detrás del complot para derrocar el trono? -Sacudió la cabeza-. ¡Si ni siquiera saben que hubo una conspiración! Te demandaría por difamador o, seguramente, te haría encerrar por loco. Nos aseguramos de que todo el mundo se enterara de que prácticamente él sólito había hecho algo increíble por la reina. Ella cree que es maravilloso. El príncipe de Gales y todos sus amigos le respaldarán. -Resopló con intensidad-. Y nadie podrá con ellos, teniendo a Randolph Churchill y a lord Salisbury entre sus filas.

Pitt se apoyó contra el poste de la escalera.

– Lo sé -admitió-. Ojalá pudiera decir al príncipe de Gales lo cerca que estuvo Voisey de destruirle, pero ahora no tenemos pruebas. -Le acarició la mejilla-. Lo siento. Sé que no puedo hacer gran cosa, pero debo intentarlo.