Se vistió con un traje a la última moda parisina. Era de color rosa pálido y tenía unas anchas rayas azul lavanda que cruzaban la falda en diagonal, y una alta gorguera blanca. Los colores pálidos eran poco corrientes y le favorecían mucho.
Hizo todas las visitas de compromiso a las esposas de los hombres con quienes convenía tener una relación estrecha y regular. Habló del tiempo, de noticias triviales, intercambió cumplidos y palabras sin sentido toda la tarde, sabiendo que lo que contaba era el mensaje que subyacía bajo toda aquella palabrería.
Luego tuvo libertad para continuar con las preguntas que le habían asaltado durante el desayuno. Finalmente dio al cochero instrucciones para ir a la casa de los Serracold. La recibió un lacayo, que la condujo al invernadero bañado por el sol y embargado por el olor a tierra húmeda, a hojas y al agua que caía. Encontró a Rose sentada sola, contemplando el estanque de nenúfares. Iba vestida también con ropa de calle de un dramático verde oliva sobre encaje blanco, que con su pelo tan rubio y su cuerpo extraordinariamente esbelto le hacía parecer una exótica flor acuática.
Pero cuando Emily se acercó y ella levantó la mirada, pudo apreciar la tensión que la atenazaba en el gesto con el que se estiró el vestido de seda hasta que le colgó sin su habitual elegancia.
– ¡Emily, cuánto me alegro de verte! -exclamó, visiblemente aliviada-. ¡No habría dejado entrar a nadie más, te lo aseguro! -Su expresión se tornó en un gesto de desconcierto-. ¡Han matado a Maude Lamont! Supongo que lo has visto en los periódicos. Ocurrió hace dos días… ¡y yo estaba allí! Al menos estuve en la casa esa noche. La policía ha venido esta mañana, Emily. No sé cómo decírselo a Aubrey. ¿Qué le voy a contar?
Era un momento en el que convenía ser práctica, no amable. Si quería averiguar algo útil, no podía permitir que Rose llevara la conversación. Fue al grano, sacando el primer tema que realmente le importaba.
– ¿Aubrey no sabía que estabas viendo a una espiritista?
Rose sacudió ligeramente la cabeza, y la luz se reflejó en su pelo brillante.
– ¿Por qué no se lo dijiste?
– ¡Porque no le habría gustado! -respondió Rose inmediatamente-. El no cree en esas cosas.
Emily reflexionó unos momentos. Rose mentía, le ocultaba algo. No estaba segura de qué era, pero estaba segura de que tenía que ver con los motivos que la habían llevado a acudir a Maude Lamont.
– Le habría parecido un tanto embarazoso -explicó Rose innecesariamente, mirando al suelo con una ligera sonrisa en los labios.
– Pero fuiste de todos modos -señaló Emily-. Incluso ahora, justo antes de las elecciones. Lo que significa que tus motivos para ir eran tan convincentes que pesaron más que los deseos de Aubrey y el perjuicio que podía causarle, o que él creía que podía causarle. ¿Tan segura estás de que van a ganar? -Trató de mostrarse comprensiva y procuró que su voz no trasluciese la impaciencia que sentía ante tan ingenua arrogancia.
Rose arqueó de pronto las cejas. Estaba a punto de responder, pero las palabras se desvanecieron en sus labios.
– Creía estarlo -se limitó a decir. Luego su tono se volvió apremiante-. ¿Crees… crees que esto podría cambiar algo? ¡Yo no la maté! ¡Por el amor de Dios… la necesitaba viva!
Emily sabía que se estaba entrometiendo en un asunto íntimo, pero no había tiempo para delicadezas.
– ¿Por qué la necesitabas, Rose? ¿Qué podía darte ella que te importe tanto en estos momentos?
– ¡Pues qué iba a darme! ¡Era mi contacto con el otro mundo! -dijo Rose con impaciencia-. ¡Ahora tengo que encontrar a otra persona y volver a empezar! No hay tiempo… -Se interrumpió, sabiendo que había hablado demasiado.
– ¿Tiempo para qué? -insistió Emily-. ¿Las elecciones? ¿Tiene algo que ver con las elecciones? -Las dudas sobre el motivo por el que Thomas seguía en Londres invadieron su mente.
La expresión de Rose se volvió impenetrable.
– Antes de que Aubrey gane su escaño y ocupe un cargo en el Parlamento -respondió ella-. Y yo tenga mucha menos vida privada.
Seguía mintiendo, o al menos decía una verdad a medias, pero Emily no podía demostrarlo. ¿Por qué? ¿Era un secreto político o personal? ¿Cómo podía averiguarlo?
– ¿Qué le dijiste al hombre de la policía que vino a verte? -le inquirió, presionándola.
– Le hablé de los otros dos clientes que estuvieron allí esa noche, por supuesto. -Rose se levantó y se acercó al cuenco con peonías y espuelas de caballero que había sobre la mesa de hierro forjado. Movió los tallos absorta, cambiando la disposición de las flores sin lograr que lucieran más-. El hombre de Bow Street parecía creer que lo había hecho uno de ellos. -Se estremeció y trató de disimular encogiéndose de hombros-. No era como yo esperaba que fuera un policía -continuó-. Se mostró muy educado y tranquilo, pero me hizo sentir incómoda. Me gustaría pensar que no va a volver, pero supongo que lo hará. A menos, claro, que averigüen enseguida quién fue. Debió de ser el hombre escéptico. No pudo ser el soldado que quería hablar con su hijo. A él le importa tanto como a mí.
Emily estaba confundida. No tenía ni idea de qué estaba hablando Rose, pero no era el momento para reconocerlo.
– ¿Y si averiguó algo que no le gustó? -preguntó en voz baja-. ¿Qué habría pasado entonces?
Rose se tuvo sosteniendo una espuela de caballero en la mano, con el entrecejo fruncido y una expresión desdichada.
– Entonces se habría quedado destrozado -respondió ella, con voz ronca-. Se habría ido desesperado… y… y habría tratado de curarse… supongo. No sé cómo. ¿Qué hace uno cuando… se entera de algo insoportable?
– Hay personas que se habrían vengado -respondió Emily, observando la espalda rígida de Rose, la seda retorcida al volverse ligeramente-. Aunque solo fuera para asegurarse de que nadie más se enteraba de esa cosa intolerable. -Dio rienda suelta a su imaginación, a pesar de la compasión que le despertaba la visible angustia de Rose. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué motivos podían tener para matar a la médium? ¿Con qué secreto se había topado Rose?
– Eso es lo que sugirió el policía -dijo Rose al cabo de un segundo.
Emily sabía que habían ascendido a Tellman ahora que Pitt se había ido de Bow Street.
– ¿Tellman? -preguntó.
– No… Se llamaba Pitt.
Emily exhaló despacio. De pronto, muchas cosas encajaban de un modo desagradable y aterrador. Ya no tenía ninguna duda de que el asesinato de la espiritista era un asunto político; de lo contrario, no habrían llamado a Pitt. Seguramente la Brigada Especial no podía haberlo previsto. ¿O sí? Charlotte le había hablado poco de las nuevas obligaciones de Pitt, pero Emily sabía lo suficiente sobre sucesos de actualidad para ser consciente de que la Brigada Especial solo se enfrentaba con casos de violencia, anarquía, amenazas al gobierno y al trono, y el peligro subsiguiente para la paz del país.
Rose seguía dándole la espalda. No había visto nada. Emily tenía un conflicto de lealtades. Había pedido a Jack que apoyara a Aubrey Serracold, y él se había mostrado reacio, aun cuando no había querido reconocerlo. Ahora comprendía que tenía razón. Ella había dado por sentado que Jack iba a volver a ganar su escaño, con todas las oportunidades y los beneficios que este reportaba. Tal vez se había precipitado. Había fuerzas que no había tenido en cuenta, o Pitt no se molestaría en resolver un desafortunado crimen pasional o motivado por un fraude en Southampton Row.
Un pensamiento obvio acudió a su mente. Si Rose le había hablado sin querer a esa mujer de algún incidente de su pasado, alguna indiscreción, un estúpido acto que ahora resultaba censurable, entonces las posibilidades de chantaje político eran demasiado claras. Y una mujer así podría fácilmente suscitar motivos para ser asesinada.