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Se quedó mirando a Rose, su afectada y excéntrica elegancia, la pasión de su rostro tan fácil de interpretar tras aquel fino barniz de sofisticación. Fingía que lo tenía todo, pero poseía una herida en carne viva y bien visible, pese a que no fuera esa su naturaleza.

– ¿Por qué acudiste a Maude Lamont? -preguntó Emily sin rodeos-. Tendrás que decírselo a Pitt algún día. No parará hasta averiguarlo, y al hacerlo desvelará toda clase de cosas que tal vez preferirías que no se supieran.

Rose arqueó las cejas.

– ¿De veras? ¡Hablas como si le conocieras! No ha estado haciendo averiguaciones sobre ti, ¿verdad? -Lo dijo con tono burlón; una broma destinada a desviar la atención, con una nota desafiante lo bastante clara para hacer reaccionar a Emily, o al menos esa era su intención.

– Sería una pérdida de tiempo y algo bastante innecesario -dijo Emily-. Es mi cuñado. Ya sabe todo lo que quiere sobre mí. -Por un instante resultó divertido observar en la cara de Rose la sorpresa, la vacilación, como si tratara de decidir si Emily le estaba tomando el pelo o no, y acto seguido la oleada de furia al darse cuenta de que no mentía.

– ¿Ese maldito policía es pariente tuyo? -preguntó horrorizada-. ¡Creo que dadas las circunstancias podrías haberlo dicho! -Le quitó importancia a aquel detalle con un rápido ademán-. ¡Aunque supongo que si yo estuviera emparentada con un policía tampoco se lo diría a nadie! ¡No es que lo esté! -Pronunció aquellas palabras como un insulto, con la intención de ofenderle.

Emily sintió cómo la cólera aumentaba en su interior, explosiva e intensa. Se disponía a levantarse con la intención de soltar una contestación preparada cuando se abrió la puerta y entró Aubrey Serracold. Su cara alargada y de tez clara tenía su habitual expresión irónica, y el gesto ligeramente torcido de la boca que daba a entender que sonreiría si estuviera seguro del momento y la persona apropiada a quien dirigirse. Unos mechones de cabello rubio le caían sobre la frente de forma asimétrica. Como siempre, iba vestido de punta en blanco, con una americana negra, pantalones de rayas finas y un fular perfectamente anudado. Su valet seguramente lo consideraba una forma artística. Era evidente la frialdad en las posturas y la rigidez de las dos mujeres, la distancia entre ambas y la manera en que se hallaban medio giradas. Pero los buenos modales le hicieron fingir que no se había dado cuenta.

– Qué alegría verte, Emily -dijo, con tanto placer que por un momento resultó creíble que no había percibido el ambiente. Se acercó a ella, tocando el brazo de Rose con un gesto cariñoso al pasar por su lado-. Estás de pie. Espero que eso signifique que acabas de llegar y no que te vas. Me siento un tanto maltratado, como un melocotón demasiado maduro que mucha gente ha cogido y desechado. -Sonrió con tristeza-. No tenía ni idea de lo aburrido que era discutir con gente que es incapaz de escuchar una palabra de lo que dices, y que hace tiempo que ha decidido que lo que quieres decir es una estupidez. ¿Habéis tomado té?

Buscó con la mirada algún rastro de una bandeja u otra prueba de algún refresco reciente.

– Tal vez sea un poco tarde. Creo que tomaré un whisky. -Tiró del cordón para llamar al mayordomo. Un destello en sus ojos reveló que era consciente de estar hablando demasiado para llenar el silencio, pero de todos modos siguió-: Jack me advirtió que la mayoría de la gente ya ha decidido cuáles son sus creencias, que serán las mismas que las de sus padres y sus abuelos, o en pocos casos justo lo contrario, y que cualquier clase de discusión es como hablar al aire. Pensé que estaba siendo cínico. -Se encogió de hombros-. Hazle llegar mis disculpas, Emily. Es un hombre de infinita sagacidad.

Emily hizo un esfuerzo por devolverle la sonrisa. No estaba de acuerdo con Aubrey en muchas cosas, la mayoría cuestiones políticas, pero no podía evitar que le cayera bien, y él no tenía la culpa de aquella desavenencia entre ella y Rose. Era agudo, directo y casi nunca resultaba desagradable.

– Solo es cuestión de experiencia -respondió ella-. Dice que la gente vota con el corazón y no con la cabeza.

– En realidad dice que lo hace con la tripa. -La risa iluminó los ojos de Aubrey, y luego se desvaneció-. ¿Cómo vamos a mejorar el mundo si no pensamos más allá de la comida de mañana? -Miró a Rose, que permanecía rigurosamente callada, dando la espalda parcialmente a Emily como si se negara a seguir reconociendo su presencia.

– Pues si no tenemos la comida de mañana, no sobreviviremos en ese maravilloso futuro -señaló Emily-. Y tampoco nuestros hijos -añadió con más seriedad.

– Por supuesto -dijo Aubrey en voz baja; de pronto, toda la frivolidad había desaparecido. Hablaban de cosas que les importaban mucho a todos. Solo Rose estaba rígida, pues el miedo no la había abandonado.

– Más justicia significaría más comida, Emily -dijo Aubrey con apasionada gravedad-. Pero los hombres ansían tanto la visión de futuro como el pan. Todos necesitan creer en ellos mismos, pensar que lo que hacen es mejor que matarse a trabajar a cambio de lo justo para sobrevivir, y eso en el mejor de los casos.

En su fuero interno Emily quería estar de acuerdo con él, pero la mente le decía que sus sueños estaban demasiado por delante de su tiempo. Eran brillantes, hasta bonitos. Pero también poco prácticos.

Lanzó una mirada a Rose y vio dulzura en su mirada, ternura en su expresión, y advirtió lo pálida que estaba. Le llegaba el olor de los nenúfares, y el vapor que se elevaba de la tierra regada y el suelo de piedra caliente por el sol, pero percibía un miedo que parecía arrasar con todo lo demás. Conociendo el ardor con que Rose compartía las creencias de Aubrey, tal vez incluso yendo más lejos que él, ¿qué le urgía tanto saber como para buscarse a otra médium, después de lo que le había ocurrido a Maude Lamont?

¿Y qué le había ocurrido a Maude Lamont? ¿Había intentado una vez más hacer chantaje político con un secreto demasiado comprometedor? ¿O se trataba de una tragedia doméstica, un amante traicionado, los celos por haber arrebatado o desviado la atención de un hombre? ¿Había prometido transmitir una orden del otro mundo, tal vez relacionada con el dinero, y no había cumplido la promesa? Había cientos de posibilidades. No tenía por qué estar relacionado con Rose, aunque Thomas había ido a verla, y no de parte de Bow Street, sino de la Brigada Especial.

¿Podía el hombre no identificado haber sido un político o un amante, o había querido serlo? ¿Tal vez había albergado una pasión por Lamont que ella había rechazado, y sintiéndose humillado, se había vuelto contra ella y la había matado?

Seguramente a Pitt se le habría ocurrido esa posibilidad, ¿no?

Emily miró a Aubrey. Su expresión parecía entusiasta a primera vista, pero el fantasma del humor siempre rondaba sus ojos, como si estuviera presenciando alguna gran broma cómica y se creyera un actor secundario, ni más ni menos importante que cualquier otro, por intensos que fueran sus sentimientos. Tal vez esa era la principal razón por la que a ella le caía bien.

Rose seguía dándole parcialmente la espalda. Había estado escuchando a Aubrey, pero la rigidez de sus hombros dejaba patente que no había olvidado su discusión con Emily, y si ocultaba lo sucedido era porque no quería explicárselo a él.

Emily les dedicó su alegre y afectuosa sonrisa social, y dijo que se alegraba de verlos a los dos. Deseó a Aubrey éxito y le reiteró su apoyo y el de Jack, aunque no estaba tan segura de esto último, y luego se despidió. Rose la acompañó hasta el pasillo. Se mostró educada, hablando con voz alegre pero exhibiendo una mirada fría.

En el trayecto de regreso a casa, sentada en su coche a medida que se abría paso a través de la aglomeración de carruajes, landós y una docena de vehículos más, Emily se preguntó qué debía decir a Pitt, si es que debía hablar con él. Rose suponía que lo haría y eso le enfurecía; era como si ya la hubiera engañado, al menos en la intención. No era verdad y le parecía injusto.