Miró sus anchos hombros, su abrigo de corte perfecto, su nuca tan familiar para ella que conocía cada rizo de su pelo y cómo crecía en su cogote, y se dio cuenta de lo poco segura que estaba de lo que pensaba. ¿ Qué haría por salvar su escaño, si surgía la tentación? Durante un instante de ceguera envidió a Charlotte por haber visto a Pitt enfrentarse a muchas decisiones que le habían brindado un profundo conocimiento de sí mismo, de su compasión y su criterio. Ella ya sabía lo que había más allá de lo probado, porque formaba parte del carácter de su marido. Jack era encantador y divertido, gentil con Emily y, por lo que ella sabía, leal. Poseía sin duda una honestidad que ella admiraba, y afrontaba su causa con determinación. Pero aparte de eso, cuando se enfrentara con una pérdida real, ¿qué ocurriría?
– ¿Qué le has dicho? -repitió ella.
– Le he dicho que no podía abandonar a alguien sin motivos -respondió él, con una nota áspera en la voz-. Creo que podría tener alguno, pero para cuando lo averigüe será demasiado tarde. -Sostuvo la mirada de Emily-. Por el amor de Dios, ¿por qué habrá acudido a esa médium ahora? ¡No es estúpida! Debe de saber lo que pensará la gente de ello. -Gruñó-. ¡Ya estoy viendo las tiras cómicas! Y cuando Aubrey se entere tal vez le diga en privado que es una irresponsable y que está furioso con ella, pero no lo hará en público, ni siquiera de forma insinuada. Por mucho que le cueste, se encargará de defenderla. -Se volvió hacia ella-. A propósito, ¿por qué fue a ver a la médium? Puedo entender que lo pruebe como un pasatiempo público, cientos de personas lo hacen… pero ¿una sesión privada?
– ¡No lo sé! Se lo he preguntado y ha perdido los estribos conmigo. -Bajó el tono de su voz-. Sea lo que sea, no es un pasatiempo, Jack. No es nada frívolo. Creo que está tratando de averiguar algo y eso le aterroriza.
Jack abrió mucho los ojos.
– ¿A través de una médium? ¿Ha perdido la cabeza?
– Seguramente.
Él se quedó inmóvil.
– ¿Lo dices en serio?
– No sé lo que digo -respondió ella con impaciencia-. Solo tenemos unos pocos días antes de que empiecen las elecciones. Los periódicos de cada día pueden ser decisivos. No hay tiempo para corregir errores y volver a ganarnos a la gente.
– Lo sé. -Él se movió de nuevo hacia Emily y la rodeó con el brazo, pero ella percibió en su interior una cólera exasperada que parecía a punto de estallar, aunque no sabía en qué dirección.
Al cabo de unos minutos se disculpó y subió a cambiarse él también, y menos de media hora después volvió y se sirvió la cena. Estaban sentados el uno frente al otro a cada lado de la mesa, en lugar de ocupar los extremos. La luz se reflejaba en la cubertería y el cristal, y más allá de las ventanas alargadas, el sol poniente seguía brillando con su luz dorada en las ventanas de las casas de enfrente.
El lacayo retiró los platos y trajo el siguiente plato.
– ¿No soportarías que perdiera? -preguntó Jack de pronto.
Emily se detuvo con el tenedor en el aire. Tragó con esfuerzo, como si tuviera la garganta obstruida.
– ¿Crees que es posible? ¿Es lo que dice Davenport que pasará si no abandonas a Aubrey?
– No lo sé -respondió él con franqueza-. No sé si estoy dispuesto a pagar el precio del poder, si supone perder a un amigo. Me molesta que me obliguen a escoger. Me molesta la hipocresía de todo este asunto, las continuas concesiones que tienes que hacer, hasta que te das cuenta de que has pagado tanto que te aferras a tu premio porque has renunciado a todo lo demás para obtenerlo. ¿Cuándo llega el momento de decir: «No lo haré, lo dejaré antes de perder tal cosa»? -La miró como si esperara una respuesta.
– Cuando te ves obligado a decir algo que no crees -apuntó ella.
Él soltó una brusca carcajada con una nota de amargura.
– ¿Y voy a ser lo bastante sincero conmigo mismo para saber cuándo llega ese momento? ¿Voy a mirar lo que no quiero ver?
Ella guardó silencio.
– ¿Y qué me dices del silencio? -continuó él alzando la voz, olvidando dónde estaba-. ¿Del rechazo al compromiso? ¿Una ceguera juiciosa? ¿Pasar de largo? ¿O tal vez Pilatos lavándose las manos sería la imagen adecuada?
– Aubrey Serracold no es Cristo -señaló Emily.
– Se trata de mi honor -dijo él con aspereza-. ¿En qué tengo que convertirme para obtener el cargo? ¿Y luego para mantenerlo? Si no fuera Aubrey, sería otra persona u otra cosa. -La miró desafiante, como si esperara una respuesta de ella.
– ¿Y si Rose mató a esa mujer? -preguntó ella-. ¿Y si Thomas lo descubre?
Jack no respondió. Parecía tan abatido que por un momento ella deseó no haber hablado, pero la pregunta le martilleaba en la cabeza, haciendo resonar el resto de implicaciones que de ella se derivaban, como lo que debía decir a Thomas y el momento adecuado para ello. ¿Debería esforzarse más por averiguarlo ella misma? Y sobre todo, ¿cómo podía proteger a Jack? ¿Qué entrañaba más peligro? ¿La lealtad a una causa dañada y el riesgo a perder su escaño? ¿O la deslealtad, y un cargo tal vez comprado a costa de su integridad? ¿Acaso el deber con alguien obliga a una persona a hundirse con él?
De pronto, Emily se enfadó muchísimo con Charlotte por estar en una casa de campo de Dartmoor sin nada que hacer aparte de las tareas domésticas, actividades sencillas y físicas que no requerían tomar decisiones, y donde ella no podía pedirle su opinión y compartir todo aquello con ella.
Pero ¿tenía Aubrey alguna idea de lo que estaba sucediendo en realidad? Visualizó con toda claridad su cara, con su inocencia burlona, y tuvo la sensación de que estaba muy expuesto al dolor.
¡No era su deber protegerlo! Le correspondía a Rose. ¿Por qué no se ocupaba de él en lugar de dedicarse a perseguir las voces de los muertos? ¿Qué necesitaba saber que resultara tan importante en esos momentos?
– ¡Adviértele! -dijo ella en voz alta.
Jack se sobresaltó.
– ¿Contra Rose? ¿Acaso no lo sabe?
– ¡No lo sé! No… ¿Cómo voy a saberlo? ¿Quién sabe realmente lo que sucede entre dos personas? Me refería a que le advirtieras de los riesgos de la realidad política. Que le digas que no puedes apoyarle si piensa llegar tan lejos en su concepto del socialismo.
Las facciones de Jack se crisparon.
– Lo he intentado. Dudo que me crea. Solo oye lo que quiere…
El mayordomo le interrumpió al entrar discretamente.
– ¿Qué pasa, Morton? -preguntó él, ceñudo.
Morton estaba muy erguido, con cara de circunstancias.
– El señor Gladstone quiere verle, señor. Está en el club de caballeros de Pall Malí. Me he tomado la libertad de mandar a Albert por el coche. Espero haber hecho lo correcto. -No era realmente una pregunta. Jack era un ferviente admirador del Gran Viejo, y la idea de no obedecer a tal llamada le pareció al instante inconcebible.
Emily vio cómo Jack se ponía rígido, tensaba los músculos del cuello y tomaba aire en silencio. ¿Iba a advertirle sobre Aubrey el líder del Partido Liberal… tan pronto? O, peor aún, ¿pensaba ofrecerle un cargo más elevado después de las elecciones si Gladstone ganaba? De pronto ella se dio cuenta de que eso era lo que realmente temía. Se sintió mareada. Gladstone tal vez le ofreciera a Jack la oportunidad de conseguir lo que hasta entonces solo había sido para él un sueño largamente acariciado. Pero ¿a qué precio?
Incluso en el caso de que no fuera eso lo que quería Gladstone, todavía temía que Jack se viera tentado o llevado a engaño. ¿Por qué no confiaba en que viera la trampa antes de que se cerrara? ¿Era de su capacidad de lo que dudaba? ¿O de su fuerza de voluntad para rechazar el premio cuando lo tenía a su alcance? ¿Actuaría de forma racional y justificaría su conducta? ¿Acaso no consistía en eso la política, en el arte de lo posible?