Ella se quedó sorprendida. Siempre había visto a Gladstone como la personificación de la rectitud religiosa. Se le conocía por su evangelismo y, en sus años de juventud, por haber intentado reformar a las mujeres de la calle, y su mujer había dado de comer y ayudado a muchas.
– Creía… -empezó a decir Emily, pero se interrumpió. Los motivos no eran importantes-. Va a ganar, ¿verdad?
– Sí -dijo Jack con suavidad, recuperando su elegancia natural-. La gente a veces se ríe de él, y sus enemigos políticos hablan constantemente de su edad…
– ¿Cuántos años tiene?
– Ochenta y tres. Pero sigue teniendo la pasión y la energía para recorrer todo el país haciendo campaña, y es el mejor orador que hemos tenido nunca. Le escuché hace un par de días y observé cómo le aclamaban con entusiasmo. Mucha gente había ido con sus hijos pequeños a hombros, para poder decirles algún día que vieron a Gladstone. -Casi de manera inconsciente, se llevó una mano al ojo-. Y también hay quienes le odian. En Chester una mujer le arrojó un trozo de pan de jengibre. Me alegro de que no sea mi cocinera, porque era tan duro que le hizo daño. Y encima le dio en su mejor ojo. Pero eso no le ha frenado. Sigue haciendo planes para ir hasta Escocia y hacer campaña para su propio escaño… y ayudar a todos los que pueda. -En su voz se advertía, un tanto a su pesar, un tono de admiración-. ¡Pero no va a ceder en el tema de la jornada laboral! El autogobierno es lo primero.
– ¿Hay alguna posibilidad de conseguirlo?
Jack gruñó ligeramente.
– ¡Ninguna!
– No has discutido con él, ¿verdad, Jack?
El eludió la mirada de Emily.
– No. Pero nos va a costar caro. Son unas elecciones en las que todos quieren ganar, pero no los partidos. Las cargas son demasiado grandes, y hay temas en los que no podemos tener éxito.
Ella se quedó momentáneamente perpleja.
– ¿Quieres decir que preferirían estar en la oposición?
El se encogió de hombros.
– El Parlamento no durará mucho. La próxima vez todo estará en juego. Y ese momento podría llegar muy pronto, en menos de un año.
Ella advirtió una nota extraña en su voz; se estaba callando algo.
Jack le dio la espalda y miró hacia la chimenea, examinando el cuadro que había sobre la repisa como si lo atravesara con la mirada.
– Esta noche me han invitado a unirme al Círculo Interior.
Emily se quedó paralizada. Recordó con un escalofrío lo que le había dicho Vespasia, y los encontronazos que había tenido Pitt con esa fuerza invisible, el poder que no respondía ante nadie porque nadie sabía quién era. Le habían arrebatado a Pitt su cargo en Bow Street para enviarlo casi como un fugitivo a los callejones de Whitechapel. El hecho de que hubiera salido de ellos con una victoria obtenida con un desesperado esfuerzo, y que incluso había costado sangre, le había granjeado la implacable enemistad del colectivo.
– ¡No puedes hacerlo! -exclamó ella, con tono temeroso.
– Lo sé -respondió él, todavía de espaldas a ella. La luz de la lámpara brillaba en la tela negra de su chaqueta, que se estiró con la tensión de sus hombros. ¿Por qué no la miraba? ¿Por qué no rechazaba aquella propuesta con la misma indignación? Ella no se movió, y se hizo el silencio en la habitación.
– ¿Jack? -Sonó casi como un susurro.
– Por supuesto. -Él se volvió despacio, obligándose a sonreír-. Todo tiene un precio muy alto, ¿verdad? La posibilidad de hacer algo útil, de conseguir verdaderos cambios, la amistad de quienes te importan y tu rectitud. Sin las influencias adecuadas, puedes jugar en los márgenes de la política toda tu vida y no darte cuenta hasta el final, y tal vez ni siquiera entonces, de que no has cambiado nada en absoluto, porque el verdadero poder te ha eludido. Siempre ha estado en manos de otro…
– Alguien anónimo -dijo ella en voz muy baja-. Alguien que no es lo que crees o quién crees que es, cuyas motivaciones no conoces o no comprendes, que podría ser la realidad que se esconde detrás de caras que crees inocentes, que crees que son tus amigos. -Se levantó-. ¡No puedes hacer pactos con el diablo!
– No estoy seguro de que se puedan hacer pactos políticos con alguien -dijo él con tristeza, poniéndole una mano en el hombro y deslizándola por el brazo, de modo que ella la sintió a través de la seda de su vestido-. Creo que en política de lo que se trata es de discernir lo que es posible de lo que no lo es, y ser capaz de ver lo más lejos posible para saber adónde lleva cada camino.
– ¡Pues el camino del Círculo Interior te lleva a renunciar a tu derecho a actuar por cuenta propia! -respondió ella.
– Estar en el poder no consiste en actuar por cuenta propia. -Jack la besó ligeramente y ella se puso rígida, luego se apartó y lo miró fijamente-. De lo que se trata es de obtener algo realmente bueno que mejore la situación de la gente que confía en ti y que te ha elegido -continuó-. Eso es el honor: cumplir tus promesas, actuar en nombre de los que no tienen poder para hacerlo por sí mismos, no como una pose, sino sintiéndote cómodo y satisfecho con tu propia conciencia.
Emily bajó la mirada, sin saber muy bien qué decir. No sabía cómo expresar con palabras, ni siquiera para sí misma, un argumento que dejara claro el camino que había entre dar algo por imposible y hacer concesiones. Nadie conseguía nada sin pagar algo a cambio. ¿Qué precio se consideraba aceptable? ¿Cuánto era necesario?
– ¿Emily? -dijo él, con un tono inquieto. Resultaba casi imperceptible, pero su risa de pronto sonaba falsa, como una máscara-. ¡He dicho que no!
– Lo sé -respondió ella estremeciéndose, sin saber si diría que no la próxima vez, cuando la persuasión fuera más fuerte, los argumentos más apasionados y tendenciosos, y el premio más grande. Y se avergonzó de tener miedo. En su situación, Pitt no lo habría tenido. Pero Pitt había conocido en carne propia el poder del Círculo y había sufrido heridas.
Capítulo 7
Charlotte y Gracie trabajaban juntas en la cocina de la casa de campo. Gracie limpiaba el fogón, Charlotte amasaba pan, y encima de la mesa de mármol, en el frescor de la antecocina, reposaba la mantequera. El sol entraba a raudales por la puerta abierta; la ligera brisa de los páramos que soplaba a lo lejos traía el agradable e intenso olor de las matas y las hierbas aromáticas, y las hierbas de las ciénagas. Los niños jugaban en el manzano, y de vez en cuando llegaban sus carcajadas.
– ¡Si ese niño se vuelve a rasgar los pantalones al bajar del árbol, no sé qué voy a decirle a su madre! -dijo Gracie exasperada refiriéndose a Edward, que lo estaba pasando en grande y había hecho trizas toda la ropa que había llevado.
Charlotte se había dedicado cada noche a hacer lo posible por remendar las prendas. Había sacrificado unos pantalones de Daniel para hacer parches. Hasta Jemima se había rebelado contra las restricciones de la falda y se la había recogido al subirse a los muros de piedra, declarando a voz en grito que no había ninguna ley moral o natural que prohibiera a las niñas divertirse tanto como los niños.
Comían pan, queso y fruta -frambuesas y fresas silvestres- hasta que casi sufrían una indigestión, y salchichas recién hechas de la carnicería del pueblo. Habrían sido unas vacaciones perfectas si Pitt hubiera podido estar con ellos.
Charlotte comprendía que era imposible, aunque no sabía muy bien por qué. Y a pesar de que Voisey no podía saber dónde estaban, permanecía todo el tiempo a la escucha para asegurarse de que oía las voces de los niños, y cada diez minutos salía a la puerta para ver si los veía.
Gracie no decía nada. Ni una sola vez hizo un comentario sobre su seguridad o el hecho de que estuvieran allí solos, pero Charlotte oía cada noche cómo recorrían las ventanas y las puertas, comprobando después de ella que estaban bien cerradas. Tampoco mencionó el nombre de Tellman, aunque Charlotte sabía que debía de estar pensando en él, después de lo que habían intimado durante el caso de Whitechapel. Su silencio era en muchos sentidos más revelador que las palabras. ¿Acaso sus sentimientos hacia él se habían vuelto más profundos que la pura amistad?