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De nuevo se hizo el silencio. Esta vez fue él quien habló con urgencia, ahogado por la emoción.

– ¿No eran todo… trucos? -El grito le salió de las entrañas, lleno de desesperación.

Ella debió de notarlo porque vaciló.

Pitt oía la respiración de Narraway y sintió la tensión que le atenazaba mientras permanecían de pie casi tocándose.

– Hay poderes auténticos -dijo Lena muy débilmente-. Yo misma los descubrí.

Una vez más se quedaron en silencio, como si él no pudiera soportar escuchar aquello.

– ¿Cómo? -dijo por fin-. ¿Cómo iba a saberlo usted? ¡Me dijo que utilizaba trucos! Que los descubrió. ¡No me mienta! Lo vi en su cara. ¡Se quedó destrozada! -Era casi una acusación, como si de alguna manera fuera culpa suya-. ¿Por qué? ¿Por qué le importa tanto?

La voz de ella sonaba casi irreconocible, aunque no podía ser de nadie más.

– Porque mi hermana tuvo un hijo fuera del matrimonio. Murió, y como era ilegítimo no lo bautizaron… -Se esforzaba por respirar, oprimida por el dolor-. De modo que no lo enterraron en terreno sagrado. Entonces ella acudió a una médium… para saber qué le había ocurrido después… después de la muerte. La médium también era una impostora. Fue más de lo que ella pudo soportar y se suicidó.

– Lo siento -dijo él con suavidad-. El niño al menos era inocente. No habría perjudicado a nadie… -Se interrumpió, sabiendo que era demasiado tarde y que de todos modos se trataba de una mentira. Las normas de la Iglesia sobre la ilegitimidad y el suicidio no eran de su competencia, pero en su voz se advertía compasión y desdén hacia las personas que con tanta crueldad las dictaban. Era evidente que no veía a ningún Dios en ellas.

Narraway se volvió y miró a Pitt.

Pitt asintió.

Se oyó un murmullo procedente de la habitación.

Narraway se volvió de nuevo.

– ¡Usted no estaba aquí la noche que la mataron! -dijo el hombre-. Yo mismo vi cómo se marchaba.

Lena resopló.

– ¡Vio la lámpara y el abrigo! -replicó ella-. ¿Cree que no he aprendido nada en las semanas que he trabajado aquí después de averiguar que ella era una impostora? Me he dedicado a observar y escuchar. No es difícil si tienes cuerdas.

– ¡Oí cómo colgaba otra vez la lámpara fuera de la puerta principal al salir a la calle! -Pronunció aquellas palabras como una acusación.

– Un puñado de piedras que tiré -dijo ella con sorna-. Dejé en el suelo otra lámpara en una cuerda. Luego salí… para ver a una amiga que no tenía reloj. La policía lo comprobó, como me había imaginado.

– ¿Y la mató… después de que nos marcháramos todos? ¡Y dejó que nos echaran a nosotros la culpa! -Volvía a estar furioso, y asustado.

Ella lo notó.

– Aún no han culpado a nadie.

– ¡Me culparán a mí cuando encuentren esos papeles! -Su voz sonó estridente; la compasión había desaparecido.

– ¡Bueno, pues yo no sé dónde están! -replicó ella-. ¿Por qué… por qué no se lo preguntamos a la señorita Lamont?

~¿Qué;

– ¡Pregúnteselo a ella! -repitió Lena-. ¿No quería saber si hay vida después de la muerte, o si esto es el final? ¿No vino aquí para eso? ¡Si hay alguien capaz de volver para decírnoslo, es ella!

– ¿Ah, sí? -La voz de él estaba preñada de sarcasmo, y sin embargo, no pudo ocultar un atisbo de esperanza-. ¿Y cómo vamos a hacerlo?

– ¡Ya se lo he dicho! -Esta vez ella también fue brusca-. Tengo poderes.

– ¿Quiere decir que aprendió alguno de los trucos de la señorita Lamont? -Las palabras estaban llenas de desdén.

– ¡Sí, por supuesto que lo hice! -exclamó ella con mordacidad-. Ya se lo he dicho. Desde que Nell murió no he dejado de buscar. No me dejo engañar tan fácilmente. También había parte de verdad antes de que empezaran los chantajes. Es posible invocar a los espíritus en las circunstancias apropiadas. Corra las cortinas y se lo mostraré.

Se hizo el silencio.

Narraway se volvió y miró a Pitt con expresión interrogante.

Pitt no tenía ni idea de qué iba a hacer Lena, ni sabía si debían permitir que aquello continuara.

Narraway apretó los labios.

Oyeron el ligero sonido del roce de las telas y a continuación un ruido de pasos. Pitt sujetó a Narraway por los hombros y prácticamente lo arrastró hacia atrás, y entraron en la habitación de enfrente, cuya puerta seguía abierta, justo a tiempo de evitar que Lena les viera al salir del salón y desaparecer en la cocina.

Estuvo allí unos minutos. No se oía a Cartucho en el salón.

Luego Lena regresó, entró de nuevo en la habitación y cerró la puerta.

Pitt y Narraway volvieron a colocarse para escuchar, pero solo entendían palabras sueltas.

– ¡Maude! -Era la voz de Lena.

Luego nada.

– ¡Maude! ¡Señorita Lamont! -Era la voz de Cartucho sin lugar a dudas, aunque sonó más aguda a causa del apremio.

Narraway se volvió hacia Pitt de nuevo, con los ojos muy abiertos.

– ¡Señorita Lamont! -Era Cartucho otra vez, en esta ocasión emocionado y casi intimidado-. ¡Me conoce! ¡Escribió mi nombre! ¿Dónde están los papeles?

– Se oyó un prolongado gemido; resultaba imposible decir si correspondía a un hombre o una mujer. De hecho, sonó tan extraño y ahogado que podría haber sido de un animal.

– ¿Dónde está? ¿Dónde está? -suplicó él-. ¿Cómo es eso? ¿Ve algo? ¿Oye algo? ¡Respóndame!

Se oyó un fuerte golpe y un grito agudo, seguido de un estrépito aún más fuerte, como si se hubiera hecho añicos algún objeto de cristal.

Narraway puso una mano en el pomo de la puerta en el preciso momento en que una explosión hacía estremecer toda la casa, y se oyó un rugido de llamas y llegó un fuerte olor a quemado.

Pitt se arrojó sobre Narraway y lo apartó de la puerta, y este dio patadas y forcejeó con él.

– ¡Está dentro! -gritó furioso-. ¡Esa estúpida mujer ha pegado fuego a algo! ¡Se van a ahogar! ¡Suélteme, maldita sea! ¡Pitt! ¿Quiere que se quemen?

– ¡Es gas! -gritó Pitt a su vez, y en ese mismo momento todo el lateral de la casa estalló, y fueron arrojados hacia atrás y lanzados al suelo a un par de pasos de la puerta principal, que colgaba de sus goznes. Pitt se levantó tambaleándose.

La puerta del salón había desaparecido y la habitación estaba llena de llamas y humo. Una corriente de aire procedente del vestíbulo recorrió la estancia y la despejó por un momento. El obispo Underhill, con la cruz todavía en el pecho, yacía de espaldas con la cabeza vuelta hacia la puerta y una expresión de asombro. Lena Forrest estaba desplomada en la silla de la cabecera de la mesa, con la cabeza y los hombros ensangrentados.

El fuego volvió a extenderse y las llamas se elevaron rugientes, reduciendo las cortinas y la madera a ceniza.

Narraway también se había levantado, con la cara lívida bajo el polvo y el humo.

– No podemos hacer nada por ellos -dijo Pitt, tembloroso.

– Toda la casa va a estallar en cualquier momento. -Narraway tosía y se ahogaba-. ¡Salgamos de aquí! ¡Corra, Pitt! -Y le tiró del brazo para que se diera la vuelta y empujarlo hacia la puerta principal.

Bajaron a toda velocidad los escalones y aterrizaron tambaleándose en la acera cuando la tercera explosión rasgó el aire y las llamas atravesaron las ventanas arrojando cristales en todas direcciones.

– ¿Lo sabía? -preguntó Narraway, sujetándose las rodillas-. ¿Sabía que Lena mató a Maude Lamont?

– Lo he sabido esta mañana -replicó Pitt, sentándose. Tenía rasguños en las rodillas y cicatrices en las manos, y estaba mugriento y chamuscado-. Cuando he caído en la cuenta de que fue su hermana quien murió en Teddington. Nell es el diminutivo de Penélope. -Enseñó los dientes furioso-. ¡A Voisey se le escapó ese detalle!