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– No -convino Narraway-. Y usted ha sido de gran ayuda al demostrarlo. Sin embargo, sería muy prudente, por su propia seguridad, que no dijera nada a nadie. ¿Me comprende?

Ella le miró con un miedo que se reflejaba en sus ojos y en su voz.

– ¿Está diciendo que fue la señora Cavendish quien le dio las tartaletas que le envenenaron? ¿Por qué iba a hacer eso? ¡Le tenía mucho aprecio! ¡No tiene sentido! Debió de darle un ataque al corazón.

– Sería mejor que creyera eso -afirmó Narraway-. Mucho mejor. Pero el dato de la confitura es muy importante, de cara a demostrar que no se suicidó. Su Iglesia lo considera pecado y no querrían enterrarle en terreno sagrado…

– ¡Eso es perverso! -gritó ella furiosa-. ¡Es absolutamente mezquino!

– Es perverso -dijo Narraway profundamente emocionado-. Pero ¿cuándo ha detenido eso a los hombres que se consideran a sí mismos rectos por juzgar a los que creen que no lo son?

Mary Ann se volvió hacia Pitt con los ojos encendidos.

– ¡Él confiaba en usted! ¡Tiene que impedir que lo hagan! ¡Tiene que hacerlo!

– Para eso estoy aquí-dijo Pitt con suavidad-. Por su bien y por el mío. Tengo enemigos y, como sabe, algunos aseguran que fui yo quien le empujó al suicidio. Se lo digo por si la he inducido a error. Nunca creí que él fuera el hombre que fue a Southampton Row, y ni siquiera me referí a ello la última vez que estuve aquí. El hombre que fue a ver a la médium es el obispo Underhill, y también está muerto.

– Él nunca…

– No. Murió en un accidente.

La cara de Mary Ann se llenó de compasión.

– Pobre hombre -murmuró.

– Muchas gracias, señorita Smith. -No cabía duda de la sinceridad de Narraway-. Ha sido de gran ayuda. Nos ocuparemos del asunto a partir de aquí. El juez de instrucción establecerá que se trató de una muerte accidental, porque yo me encargaré de que así lo haga. Si usted aprecia su seguridad no lo desmentirá, independientemente de con quien hable o de cuáles sean las circunstancias, a menos que yo o el señor Pitt la llevemos ante un tribunal y sea interrogada sobre el tema bajo juramento. ¿Me ha comprendido?

Ella asintió, tragando saliva con esfuerzo.

– Bien. Ahora debemos ir a hablar con el juez.

– ¿No quieren una taza de té? De todos modos, tiene que llevarse su confitura -añadió dirigiéndose a Pitt.

Narraway lanzó una mirada al agua.

– La verdad es que sí, nos quedaremos a tomar el té. Solo una taza, gracias. Ha sido un día increíblemente agotador.

Mary Ann miró la ropa mugrienta y llena de rasgones de los dos, pero no hizo ningún comentario. Le habría parecido una grosería. Cualquiera podía pasar por un mal momento, y ella lo sabía mejor que nadie. No juzgaba a la gente que le caía bien.

* * * * *

Pitt y Narraway caminaron juntos hasta la estación.

– Voy a volver a Kingston para hablar con el juez -anunció Narraway mientras cruzaban la calle-. Me presentará el informe que queramos. Francis Wray será enterrado en terreno sagrado. Pero de poco nos servirá demostrar que murió envenenado por las tartaletas de la señora Cavendish. La acusarían de asesinato, basándose en pruebas circunstanciales indiscutibles, y dudo mucho que ella tuviera la menor idea de lo que hacía. Voisey le dio la confitura o, lo que es más probable, las mismas tartaletas, para asegurarse de que no involucraba a nadie más, tanto por su propia seguridad en caso de que siguieran el rastro hasta dar con él, como porque si hay alguien que le importe es ella.

– Entonces ¿cómo diablos pudo utilizarla como instrumento del crimen? -preguntó Pitt. No podía entender tamaña crueldad. No concebía una cólera lo bastante intensa para emplear como arma mortal a una persona inocente, y menos a alguien querido y que confiaba en uno por encima de todo.

– ¡Pitt, si quiere serme de alguna utilidad, debe dejar de creer que todos los demás se mueven en el mismo plano moral y emocional que usted! -exclamó Narraway-. ¡Porque no es así! -Miró con ferocidad el sendero que tenía ante sí-. ¡No sea tan rematadamente estúpido como para pensar en lo que haría usted en una situación parecida! ¡Piense en lo que ellos harían! Se está enfrentando a ellos… no a cien imágenes de usted mismo reflejadas en un espejo. Voisey le odia con una pasión que no puede ni imaginar. ¡Téngalo presente! Téngalo presente cada día y cada hora de su vida… porque si no lo hace, algún día lo pagará caro. -Se detuvo y le tendió una mano, haciendo que Pitt chocara con él-. Y yo me quedaré con el testimonio de Mary Ann. Lo guardaremos junto con el resultado de la autopsia donde Voisey no pueda encontrarlo nunca. Es preciso que se entere, y que se entere de que si le pasa algo a usted o a su familia, los haremos públicos, lo cual sería muy desafortunado para la señora Cavendish, realmente desafortunado, y a la larga para el mismo Voisey, tanto si ella está dispuesta a testificar contra él como si no.

Pitt vaciló por un momento. Aquello significaba comprar la seguridad de su familia sin transigir ni capitular. Se metió una mano en el bolsillo y sacó el papel. Si no podía confiar en Narraway, no le quedaba nada.

Narraway lo tomó dirigiéndole una sonrisa, con los labios apretados en una fina línea.

– Gracias -dijo con cierto sarcasmo. Era consciente de que Pitt había dudado por un instante-. Estoy dispuesto a tomar fotografías de los dos documentos y a guardarlos donde quiera. Los originales deben permanecer en un lugar en el que ni siquiera Voisey pueda alcanzarlos, y es mejor que usted no sepa dónde. Créame, Pitt, será más seguro.

Pitt le devolvió la sonrisa.

– Gracias -contestó-. Sí, estaría bien tener una fotografía de cada uno. Estoy seguro de que el comisario Cornwallis lo agradecería.

– Entonces la tendrá -respondió Narraway-. Ahora tome su tren para la ciudad y entérese de los resultados de las elecciones. A estas alturas ya debe de saberse algo. Le sugiero que vaya a la sede del Partido Liberal. Tendrán noticias antes que nadie y las anunciarán en carteles con luces eléctricas para que todos se enteren. Si no tuviera que hablar con el juez de instrucción, iría personalmente. -Una punzada de dolor se reflejó en su cara-. Creo que la lucha entre Voisey y Serracold puede ser mucho más reñida de lo que nos gustaría, y yo prefiero no pronunciarme. Buena suerte, Pitt. -Y antes de que Pitt pudiera responder, se volvió y se alejó a paso rápido.

* * * * *

Pitt, cansado y todavía mugriento, esperaba entre la multitud en la acera situada frente al club liberal, alzando la vista hacia las luces eléctricas en las que iban apareciendo los últimos resultados. ¡Tenía aprecio a Jack, pero era la competición entre Voisey y Serracold lo que ocupaba su mente, y se negaba a abandonar las últimas esperanzas en la capacidad de Serracold para aprovechar el impulso liberal y ganar, aunque fuera por un estrecho margen!

El resultado que anunciaban en esos momentos no le interesaba: un escaño tory seguro en alguna parte del norte de la ciudad.

A un par de pasos de él había dos hombres.

– ¿Te has enterado? -preguntó uno con incredulidad-. ¡Ese tipo lo ha conseguido! ¿Puedes creerlo?

– ¿Qué tipo? -preguntó el compañero de mal talante.

– ¡Hardie, quién si no! -respondió el primero-. ¡Keir Hardie! ¡Del Partido Laborista!

– ¿Quieres decir que ha ganado? -La voz del hombre que preguntaba reflejaba una tremenda incredulidad.

– ¡Lo que oyes!

Pitt sonrió para sí, aunque no estaba seguro de las repercusiones políticas que aquello podía tener, si es que tenía alguna. Mantenía la vista clavada en las luces eléctricas, pero empezó a darse cuenta de que era inútil. Anunciaban los resultados según llegaban, pero el escaño de Jack o el de Lambeth sur tal vez ya se habían anunciado. Necesitaba buscar a alguien que se lo dijera. Si aún estaba a tiempo, incluso podría parar un coche de punto e ir a Lambeth para oír personalmente los resultados.