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Se apartó del grupo que observaba las luces y se acercó al portero. Tuvo que esperar unos minutos hasta que el hombre pudo atenderle.

– ¿Sí, señor? -preguntó con paciencia, pasando educadamente por alto el aspecto de Pitt. Aquella noche todo el mundo le solicitaba, y era una sensación sumamente agradable.

– ¿Se saben ya los resultados del señor Radley en Chiswick? -preguntó.

– Sí, señor, han llegado hace casi un cuarto de hora. Por los pelos, pero lo ha conseguido, señor.

Pitt sintió una oleada de alivio.

– Gracias. ¿Qué hay de Lambeth sur? ¿El señor Serracold y sir Charles Voisey?

– No lo sé, señor. He oído decir que está un poco más reñido, pero no puedo decírselo con seguridad. Podría ganar cualquiera de los dos.

– Gracias. -Pitt retrocedió para dejar pasar al siguiente curioso impaciente y se apresuró a buscar un coche de punto. A menos que se encontrara con un atasco extraordinario, estaría en el ayuntamiento de Lambeth en menos de una hora. Presenciaría cómo se iban produciendo los resultados personalmente.

Era una tarde agradable, calurosa y húmeda. Medio Londres parecía haber salido a tomar el aire, a pie o en coche, abarrotando las calles. Diez minutos después Pitt encontró un coche libre y se subió gritando al cochero que le llevara al ayuntamiento de Lambeth, al otro lado del río.

El coche dio media vuelta y se fue por donde había venido, abriéndose paso con dificultad mientras avanzaba a contracorriente. Por todas partes había luces, y se oían los gritos, el ruido de cascos sobre los adoquines, y el tintineo y el sonido de los arneses al entrechocar. Quiso gritar al cochero que se diera prisa, que se abriera paso a la fuerza, pero sabía que era inútil. Por su propio bien, el hombre debía de estar haciendo todo lo posible.

Se recostó obligándose a tener paciencia. Se debatía entre la esperanza en las posibilidades de victoria de Aubrey Serracold y la desagradable duda en la boca del estómago ante la eventualidad de que alguien derrotara a Voisey. Era demasiado inteligente, demasiado seguro.

En esos momentos cruzaban Vauxhall Bridge. Percibía el olor del río y veía las luces reflejadas en su superficie desde las orillas. Todavía había botes de recreo en el agua, y la brisa llevaba hasta él el sonido de las carcajadas.

Al otro lado del río había gente por las calles, pero se apreciaba un poco menos de tráfico. El coche ganó velocidad. Tal vez llegara a tiempo de oír cómo anunciaban el resultado. Sin embargo, una parte de él esperaba que todo hubiera terminado cuando llegara allí. Se limitarían a decírselo y ahí acabaría todo. ¿Podría hacer algo Narraway para frenar el poder de Voisey si ganaba? ¿Acabaría siendo lord canciller de Inglaterra algún día, tal vez incluso antes de que se acabara el siguiente gobierno?

– ¡Ya estamos, señor! -dijo el cochero-. ¡Es lo más cerca que le puedo llevar!

– ¡Bien! -Pitt se apeó rápidamente, le pagó y se abrió paso a través del tráfico hacia las escalinatas del ayuntamiento. Dentro había más gente, que se apretujaban y se empujaban hacia delante para ver.

El funcionario encargado de anunciar los resultados estaba en la plataforma. El ruido disminuyó. Algo iba a ocurrir. La luz arrancaba destellos en el pelo rubio de Aubrey Serracold. Parecía rígido y tenso, pero mantenía la cabeza erguida. Pitt vio entre la multitud a Rose sonriendo. Estaba nerviosa, pero parecía que el miedo le había abandonado. Tal vez había encontrado la respuesta a la pregunta que había formulado a Maude Lamont de una manera mucho más efectiva y segura que la que podía ofrecer un médium.

Al otro lado del funcionario estaba Voisey, que permanecía a la espera en posición de firmes. Pitt se dio cuenta con cierta satisfacción de que aún no sabía si había ganado o no. No estaba seguro.

La esperanza brotó en su interior como un manantial, y le dejó sin aliento.

Se hizo el silencio en la sala.

El funcionario leyó en alto los resultados, primero el de Aubrey, que fue recibido con una gran ovación. Era una cifra elevada. Aubrey se sonrojó, satisfecho.

El funcionario leyó a continuación el resultado de Voisey, quien había obtenido casi cien votos más. El ruido fue ensordecedor.

Aubrey palideció, pero había sido educado para aceptar la derrota con tanta elegancia como la victoria. Se volvió hacia Voisey y le tendió la mano.

Voisey se la estrechó, e hizo lo propio con la del funcionario. Luego dio un paso hacia delante para dar las gracias a sus votantes.

Pitt se quedó helado. Debería haberlo imaginado, pero había mantenido la esperanza; hasta el amargo final había mantenido la esperanza. La derrota le oprimía el pecho.

A continuación siguieron unas palabras y se entonaron vítores. Al final, Voisey se bajó de la plataforma y se abrió paso a empujones entre la multitud. Se había propuesto saborear su victoria hasta la última gota. Tenía que ver a Pitt, mirarle a la cara y asegurarse de que se había enterado.

Al poco rato se detuvo delante de él, casi lo bastante cerca para tocarle.

Pitt le estrechó la mano.

– Enhorabuena, sir Charles -dijo con tono desapasionado-. En cierto sentido se lo merece. Ha pagado un precio mucho más alto que el que habría estado dispuesto a pagar Serracold.

Voisey le miró divertido.

– ¿En serio? Bueno, los grandes premios cuestan caro, Pitt. Esa es la diferencia entre los que llegan arriba y los que no.

– Supongo que se ha enterado de que el obispo Underhill y Lena Forrest han muerto esta mañana en la explosión de Southampton Row -continuó Pitt enfrente de él, bloqueándole el paso.

– Sí, ya me he enterado. Una desgracia. -Voisey seguía sonriendo. Sabía que estaba a salvo.

– Tal vez aún no se ha enterado de que han realizado una autopsia a Francis Wray -continuó Pitt. Vio cómo Voisey parpadeaba-. Envenenamiento con digital. -Pronunció aquellas palabras con gran nitidez-. En unas tartaletas de confitura de frambuesa… sin lugar a dudas. No tengo el informe de la autopsia, pero lo he visto.

Voisey le miró con incredulidad, procurando no dar crédito a lo que había oído. En el labio superior se le formó una gota de sudor.

– Lo curioso es -Pitt sonrió muy levemente- que no había confitura de frambuesa en la casa, salvo en las dos tartaletas que llevó la señora Octavia Cavendish de regalo. ¿Por qué demonios querría ella asesinar a un anciano tan amable e inofensivo? No tengo ni idea. Debe de haber alguna razón que todavía no sabemos.

El pánico asomó a los ojos de Voisey; su respiración era agitada, como si hubiera escapado a su control.

– Aunque en realidad no creo que ella supiera que estaba envenenada -prosiguió Pitt-. Me refiero a la confitura. Creo que es más probable que alguien se la hubiera dado con la intención expresa de matar a Wray de manera que pareciera un suicidio, ¡a pesar de lo que pudiera costarle a ella! -Hizo un ligero ademán, dando el asunto por concluido. Los motivos no tienen importancia en un… llamémoslo complicado plan de venganza personal. Es una historia tan buena como cualquier otra.

Voisey abrió la boca para hablar, pero tomó aire y volvió a cerrarla.

– Tenemos el informe del juez de instrucción -continuó Pitt- y el testimonio de Mary Ann firmado ante testigos. Guardaremos fotografías de ambos documentos por separado en lugares muy seguros, y las haremos públicas si algo desagradable me ocurriera a mí o a cualquier miembro de mi familia o, por supuesto, al señor Narraway.

Voisey le miraba fijamente, con el rostro demudado.

– Estoy seguro… -dijo entre dientes-. Estoy seguro de que no les ocurrirá nada.

– Bien -dijo Pitt con profunda emoción-. Muy bien. -Y se hizo a un lado para que Voisey pasara, vacilante y con cara cenicienta, y siguiera su camino.