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Al pie de este resumen, Marukakis había agregado una nota manuscrita:

N.B.: Esto es sólo el resumen de un dossier policial corriente. Se hacen algunas referencias a un segundo dossier del archivo secreto, pero no es posible obtener un permiso para consultarlo.

Latimer emitió un suspiro: sin duda el segundo dossier contenía los detalles de la actuación de Dimitrios en los sucesos del año 1923. Las autoridades búlgaras, era evidente, habían reunido más datos que los que enviaran a la policía turca. Y le resultaba verdaderamente irritante saber que existía aquella información, pero que era imposible tener acceso a ella.

Sin embargo, en la información de que disponía había sustento abundante para sus pensamientos.

La incongruencia más evidente era que, a bordo del barco de bandera italiana Isola Bella, en diciembre de 1922, durante el trayecto entre el Pireo y Varna a través del mar Negro, la tarjeta de identificación expedida por la Comisión de Socorro, n°T. 53462, hubiera sufrido una alteración. «Dimitrios Taladis» se había convertido en «Dimitrios Makropoulos». O bien Dimitrios había descubierto su talento de falsificador, o bien había conocido a alguien que lo poseyera y que lo había puesto a su servicio.

¡Irana Preveza! Una verdadera clave, que debía seguir y estudiar con especial cuidado. Si esa mujer vivía aún, sin duda le resultaría posible hallarla. Sin embargo, de momento, esa tarea quedaba encomendada a Marukakis. También era curioso el hecho de que se tratara de una persona de origen griego: quizá Dimitrios no hablara búlgaro.

«Se sabe que D.M. está relacionado con criminales extranjeros», le parecía, con todo, una frase vaga. ¿Qué clase de criminales? ¿De qué nacionalidad?¿Hasta dónde había llegado aquella asociación?¿Y por qué se había intentado deportarlo precisamente dos días antes del coup d'état de Zankoff?¿Habría sido Dimitrios uno de los asesinos de cuya presencia sospechaba la policía de la capital y a los que había buscado durante aquella crítica semana? El coronel Haki había desdeñado la idea de que Dimitrios fuera un asesino. «No es de esa clase de individuos dispuestos a arriesgar su pellejo por eso.» Pero el coronel Haki no lo sabía todo acerca de Dimitrios. ¿Y qué motivos habrían movido a A. Vazoff?¿Por qué había intervenido con tanta presteza y eficacia en favor de Dimitrios? Las respuestas a estas preguntas estarían, sin duda, en aquel segundo dossier, el de los archivos de la policía secreta. ¡Qué fastidio!

Latimer había enviado una nota al periodista, quien a la mañana siguiente le telefoneó. Acordaron que esa noche volverían a cenar juntos.

– ¿Ha logrado sonsacarle algo más a la policía?

– Sí, se lo diré todo esta noche, cuando vayamos a cenar. Hasta entonces.

A eso del anochecer, Latimer se encontraba tal como en sus tiempos de estudiante, mientras esperaba los resultados de los exámenes: un poco excitado, un tanto aprensivo y considerablemente irritado ante la formal demora en la presentación de unas notas que ya se conocían desde varios días antes. De modo que la sonrisa con que recibió a Marukakis escondía un rictus agrio.

– Es muy amable de su parte que se haya encargado de todo ese ajetreo.

Marukakis hizo florecer su mano:

– Tonterías, mi querido amigo. Ya le he dicho que me interesa el asunto. ¿Quiere que vayamos a la tienda de comestibles otra vez? Allí podremos hablar con tranquilidad.

A partir de ese momento y hasta el instante en que llegaron al restaurante, el griego habló sin parar sobre la posición de los países escandinavos ante la eventualidad de una guerra entre todos los países europeos. Latimer comenzaba a sentirse tan inclinado a la perversidad como cualquiera de los asesinos de sus novelas.

– Ahora bien -dijo, por fin, el griego-, en cuanto a aquello de Dimitrios, esta noche hemos de realizar un pequeño viaje.

– ¿Cómo?

– Ya le he dicho que me haría amigo de algún policía y así lo he hecho. En consecuencia, he podido averiguar dónde está ahora Irana Preveza. No me ha sido demasiado difíciclass="underline" sucede que es muy conocida… por la policía.

Latimer sintió que su corazón aceleraba sus latidos.

– ¿Dónde está?-preguntó.

– A unos cinco minutos de camino de aquí. Es la propietaria de un Nachtlokal llamado La Vierge St. Marie.

– Nachtlokal?

Marukakis dejó que sus labios esbozaran una sonrisa.

– Oh, es lo que ustedes llamarían un club nocturno.

– Ya comprendo.

– No siempre ha tenido un negocio propio. Durante muchos años ha trabajado en casa de otros o en la suya propia. Pero ha envejecido. Tenía algún dinero ahorrado y se ha decidido a abrir su propio club. Frisa los cincuenta, pero aparenta menos años. La policía no aparta el ojo de ella. Al parecer, no se levanta hasta las diez de la noche, de modo que tendremos que esperar un poco antes de acercarnos al club para probar suerte.

»¿Ha leído la descripción de Dimitrios? "Marcas de identificación: ninguna." Eso me ha hecho gracia.

– ¿Ha pensado usted en que cómo es posible que la Preveza supiera con exactitud la estatura de Dimitrios? Ha dicho ciento ochenta y dos centímetros.

Marukakis le miró sin comprender.

– ¿Y qué?

– Poca es la gente que conoce con exactitud su propia estatura.

– ¿Y usted qué piensa al respecto?

– Creo que esa descripción proviene del segundo dossier que ha mencionado usted y no de esa mujer.

– ¿Y qué, entonces?

– Espere un momento. ¿Sabe usted quién es A. Vazoff?

– Oh, sí, quería hablarle de eso. También yo me he hecho la misma pregunta. Era un abogado.

– ¿Era?

– Murió hace tres años. Ha dejado mucho dinero, que fue reclamado por un sobrino que vive en Bucarest. Aquí no tenía familiares -Marukakis hizo una pausa antes de agregar con el más elaborado tono ingenuo-: era uno de los directores gerentes del Banco de Crédito Eurasiático. Le había reservado esta pequeña sorpresa para más tarde, pero creo que ya puede usted recibirla. Esto lo he averiguado en ciertos archivos. El Banco de Crédito Eurasiático no estuvo registrado en Mónaco hasta el año 1926. La lista de los directores en ejercicio antes de esa fecha todavía existe y puede ser revisada si el interesado sabe dónde hallarla.

– ¡Pero eso tiene una importancia increíble! -exclamó Latimer-. Comprenda usted que…

Marukakis le interrumpió para pedir la cuenta al camarero. Después echó una mirada socarrona a Latimer.

– Sabe usted -dijo-, ustedes los ingleses son sublimes. Son la única nación del mundo que cree tener el monopolio del sentido común.

6. Tarjeta postal

La Vierge St. Marie estaba situado, con algo de misteriosa lógica, en una calle de casas particulares detrás de la iglesia de Sveta Nedelja. Era una callejuela estrecha, que descendía en un empinado declive, pobremente iluminada.

En un primer momento el lugar parecía extrañamente silencioso. Pero por debajo de aquel silencio se oían susurros de música y de risas: susurros que se elevaban de improviso, cuando se abría alguna puerta, para volver a apagarse de inmediato. Los pasos de algún peatón se aproximaron para detenerse cuando el hombre se metió dentro de una casa.

– No se ve demasiada gente por aquí a estas horas -comentó Marukakis-; es temprano todavía.

Por detrás de sus paneles de cristal translúcido, la mayoría de las puertas dejaban ver algunas lánguidas luces. En algunos paneles había sido pintado el número de la casa, con unos adornos mucho más elaborados de lo que cabía esperar en una casa normal. En otras puertas había nombres escritos en ellos: Wonderbar, O.K. Jymmies Bar, Stambul, Torquemada, Vitocha, Le Viol de Lucrèce y, en parte superior de la pendiente, La Vierge St. Marie.