– Es bueno para la circulación -dijo Stone.
– Exactamente -dijo Flower-. Engrasa un poco el viejo mecanismo.
En ese momento llamaron a la puerta con los nudillos y la doncella entró empujando un carrito de bebidas heladas y sandwiches. Flower detuvo su relato mientras distribuían la merienda, pero en cuanto los cuatro estuvieron de nuevo instalados en sus sillones, lo reanudó inmediatamente.
– Willie y yo siempre comprábamos a medias un solo billete -dijo-. Era más agradable así, ya que no entrábamos en competencia. ¡Figúrense si hubiese ganado uno solo! Para él hubiera sido impensable no compartir el premio con el otro, así que en lugar de tener ese lío, sencillamente íbamos a medias. Uno de nosotros elegía el primer número, el otro el segundo y así hasta que habíamos perforado todos los agujeros. Nos acercamos bastante unas cuantas veces, no sacamos el gordo solamente por un número o dos. Una pérdida es una pérdida, pero debo decir que encontrábamos esos casis muy emocionantes.
– Nos animaban a continuar -dijo Stone-. Nos hacían creer que todo era posible.
– El día en cuestión -continuó Flower-, el cuatro de octubre de hará siete años, Willie y yo hicimos los agujeros pensándolo un poco más que de costumbre. No sé por qué sería, pero por alguna razón incluso discutimos los números que íbamos a elegir. Yo he trabajado con números toda mi vida, claro está, y al cabo de algún tiempo empiezas a pensar que cada número tiene su propia personalidad. Un doce es muy diferente de un trece, por ejemplo. El doce es honrado, concienzudo, inteligente, mientras que el trece es un solitario, un tipo turbio que no se lo pensaría dos veces si tuviera que infringir la ley para conseguir lo que quiere. El once es duro, deportivo, le gusta caminar por los bosques y escalar montañas; el diez es bastante bobo, un blando que siempre hace lo que le mandan; el nueve es profundo y místico, un Buda de la contemplación. No quiero aburrirles con esto, pero estoy seguro de que entenderán lo que quiero decir. Es todo muy privado, pero todos los contables con los que he hablado me han dicho siempre lo mismo. Los números tienen alma, y uno no puede evitar relacionarse con ellos de una forma personal.
– Así que allí estábamos -dijo Stone-, con el billete de lotería en las manos, tratando de decidir qué números elegir.
– Y miré a Willie -dijo Flower- y dije: “Primos.” Y Willie me miró a mí y contestó: “Por supuesto.” Porque eso era precisamente lo que me iba a decir. Yo pronuncié la palabra una fracción de segundo antes que él, pero a él se le había ocurrido la misma idea. Números primos. Era tan limpio y elegante… Números que se niegan a cooperar, que no cambian ni se dividen, números que permanecen inalterables para toda la eternidad. Así que escogimos una secuencia de números primos y luego cruzamos la calle y nos tomamos nuestros bocadillos.
– Tres, siete, trece, diecinueve, veintitrés y treinta y uno -dijo Stone.
– Nunca lo olvidaré -dijo Flower-. Fue la combinación mágica, la llave de las puertas del cielo.
– Pero nos dejó aturdidos de todas formas -dijo Stone-. Durante las dos primeras semanas no sabíamos qué pensar.
– Fue el caos -dijo Flower-. Televisión, periódicos, revistas. Todo el mundo quería hablar con nosotros y hacernos fotos. Aquello tardó un tiempo en pasar.
– Éramos famosos -dijo Stone-. Verdaderos héroes populares.
– Pero nunca diJimos ninguna de esas tonterías que dicen otros ganadores -comentó Flower-. Las secretarias que dicen que conservarán su empleo, los fontaneros que juran que seguirán viviendo en sus diminutos apartamentos. No, Willie y yo nunca fuimos tan estúpidos. El dinero cambia las cosas, y cuanto más dinero tengas, mayores serán esos cambios. Además, nosotros ya sabíamos lo que íbamos a hacer con las ganancias. Habíamos hablado tanto de ello que ciertamente no era ningún misterio para nosotros. Una vez que se acabó el barullo, vendí mi parte de la firma y Willie hizo otro tanto con su negocio. En ese momento ni siquiera tuvimos que pensarlo. Era un resultado inevitable.
– Pero eso fue sólo el principio -dijo Stone.
– Efectivamente -dijo Flower-. No nos dormimos en los laureles. Ingresando más de un millón al año, podíamos hacer prácticamente lo que nos diera la gana. Incluso después de comprar esta casa, nada nos impedía usar el dinero para hacer más dinero.
– ¡El país de los pavos! -exclamó Stone, soltando una breve risotada.
– Bingo, una diana perfecta -dijo Flower-. En cuanto nos hicimos ricos empezamos a hacernos más ricos. Y una vez que fuimos muy ricos, llegamos a ser fabulosamente ricos. Yo entendía de inversiones, después de todo. Habíamos estado tantos años manejando el dinero de tras personas que, como es natural, había aprendido algún que otro truco. Pero, para ser sinceros con ustedes, nunca supusimos que las cosas saldrían tan bien como salieron. Primero fue la plata. Luego los eurodólares. Después el mercado de artículos de consumo. Bonos basura, superconductores, bienes raíces. Cualquier sector que se les ocurra, seguro que hemos obtenido beneficios en él.
– Bill iene el toque de Midas -dijo Stone-. Una mano que deja pequeñas a todas las demás.
– Ganar la lotería fue una cosa -dijo Flower-, pero uno pensaría que ahí se acababa la historia. Un milagro que sólo ocurre una vez en la vida. Pero nuestra racha de buena suerte ha continuado. Hagamos lo que hagamos, todo parece salirnos bien. Ahora nos llueve tanto dinero que la mitad lo damos para fines benéficos, y así y todo tenemos tanto que ya no sabemos qué hacer con él. Es como si Dios nos hubiera escogido. Nos ha colmado de fortuna y nos ha elevado a las cimas de la felicidad. Sé que esto puede sonar presuntuoso, pero a veces siento que nos hemos vuelto inmortales.
– Puede que estéis nadando en pasta -dijo Pozzi, entrando al fin en la conversación-, pero no se os dio tan bien cuando jugasteis conmigo al póquer.
– Es cierto -dijo Flower-. Muy cierto. En los últimos siete años es la única vez que nos ha fallado la suerte. Willie y yo metimos mucho la pata aquella noche, y tú nos diste una soberana paliza. Por eso teníamos tantas ganas de organizar la revancha.
– ¿Qué os hace pensar que esta vez va a ser diferente? preguntó Pozzi.
– Me alegro de que hagas esa pregunta -contestó Flower-. Después de que nos derrotaras el mes pasado, Willie y yo nos sentimos humillados. Siempre nos habíamos considerado unos jugadores bastante respetables, pero tú nos demostraste que estábamos equivocados. Así que, en lugar de renunciar, decidimos mejorar. Hemos estado practicando día y noche. Hasta hemos recibido lecciones de alguien.
– ¿Lecciones? -dijo Pozzi.
– De un hombre que se llama Sid Zeno -contestó Flower-. ¿Has oído hablar de él?