Dev no se movió. Quería volver a besarla. Quería volver a hacer el amor. Lo deseaba con una violencia que resultaba apabullante. Jamás había deseado hacer el amor con una mujer que no le gustara. Afortunadamente, aquello no había representado ningún problema, puesto que eran muchas las mujeres que le gustaban. Sin embargo, Susanna… La despreciaba por su carácter calculador y su falta de principios. Pero aun así, la había deseado con tanta fiereza que el deseo había estado devorándole durante semanas. Y una vez satisfecho aquel deseo, había vuelto a nacer con una potencia cien, mil veces mayor. Quizá el celibato de los dos años anteriores había afilado su deseo. Pero aunque le habría gustado justificarlo con una explicación tan simple, sabía que no era tan sencillo. El deseo por Susanna era tan complicado como imposible de apagar. Y también ella lo sentía. Dev estaba seguro. Ésa era la razón por la que había respondido a sus avances contra todo sentido y razón. Ninguno de ellos podía explicarlo y en aquel momento, Dev ni siquiera pretendía intentarlo.
– Por supuesto, debería marcharme -pero no hizo ningún movimiento.
Susanna le miró con aquellos ojos desbordantes de inquietud. Se oyó en la lejanía el retumbar de un trueno. La luz de la luna ya casi se había desvanecido, pero la noche continuaba siendo calurosa, pesada. El aire parecía haberse detenido, como si estuviera esperando algo.
Dev alzó la mano para rozar los mechones de pelo que acariciaban el cuello de Susanna. Sintió su piel fría y delicada bajo la yema de los dedos. Deslizó la mano por su nuca y presionó ligeramente para atraerla hacia él. Susanna dio un paso adelante y posó las manos en su pecho.
– Devlin…
Había una advertencia en su voz. Dev la oyó, pero difería hasta tal punto de lo que decían sus ojos que decidió ignorarla. Le parecía increíble que Susanna, toda una aventurera, pudiera parecer tan inocente. Tan confundida, incluso. Pero recordó la honestidad con la que había hecho el amor. Ni la más consumada actriz podría haber fingido tal sinceridad. Seguramente se le habría escapado algún gesto artificial. No, no había habido fingimiento alguno cuando se habían unido en el más íntimo de los abrazos.
De modo que aquello era real. Ninguno de ellos lo comprendía. A ninguno le resultaba cómoda la situación. Pero ambos habían disfrutado.
Dev se inclinó para besarla, muy delicadamente en aquella ocasión. La sintió tensarse, como si estuviera intentando erigir sus barreras contra él, pero al cabo de unos segundos de rigidez, se derritió en sus brazos y suavizó los labios bajo los suyos. En el interior de Dev rugió un primitivo sentimiento de posesión que le urgía a levantarla en brazos y a llevarla al interior, a la cama. Consiguió dominarlo y la besó de nuevo suavemente, con dulzura, acariciando la línea de su mandíbula y la comisura de sus labios antes de volver a tomar sus labios en un beso profundo y apasionado.
– Lo que me dijiste en el carruaje era cierto -musitó Susanna cuando la soltó. Parecía perdida, como si hubiera bebido en exceso. Suspiró-. Eres un mujeriego.
La tormenta estaba cada vez más cerca. Dev sintió las primeras gotas cayendo con lenta pesadez. Sonrió y estrechó a Susanna de nuevo entre sus brazos. Sentía sus senos presionando su pecho y el latido de su corazón contra el suyo. Las gotas comenzaron a deslizarse por su cuello.
– ¿Qué quieres decir? -musitó mientras posaba los labios en el punto en el que su cuello se encontraba con su hombro. Lamió una gota, haciéndola estremecerse.
– Que el cielo me ayude -susurró Susanna-. Aun sabiendo que estás intentando seducirme…
– No quieres que me detenga.
El silencio de Susanna fue más que elocuente.
– No podemos hacerlo otra vez -susurró.
Pero Dev percibió el anhelo en su voz, un anhelo que alimentaba su deseo. Buscó con los labios el valle de sus senos e inhaló con fuerza.
– Sí, claro que podemos -posó la mano en su seno.
La lluvia comenzaba a caer con fuerza y el vestido se pegaba a su cuerpo. Bastó que Devlin le rozara el pezón con el pulgar para que Susanna se estremeciera. Dev se deleitó en su capacidad para provocar una reacción como aquélla.
– Con pleno conocimiento, y no al calor del momento… -musitó Susanna sin aliento.
– ¿Por qué no? Al menos, es más sincero.
Susanna volvió a enmudecer. Dev la oía respirar bajo el repiqueteo de la lluvia. Podía entender la batalla que se libraba dentro de ella. Una tentación, pesada y dulce como el vino los envolvía, embriagando sus sentidos. Susanna gimió suavemente y Devlin advirtió que la resistencia cedía.
– No sé por qué te deseo -parecía desconcertada. Y también rendida a su deseo.
Devlin la levantó entonces en brazos, se acercó a grandes zancadas hasta los escalones de la terraza, entró en la casa y cerró la puerta de una patada. La habitación que había tras las puertas estaba iluminada por la luz de una vela. Era un salón elegante, pero falto de personalidad. Sobre la mesa de mármol se amontonaban las revistas de moda. Un harpa descansaba en una esquina. La brisa arrancaba notas casi inaudibles de sus cuerdas.
– ¿Y tus sirvientes?
No tenía sentido ser indiscretos. Los rumores podían hacerle tanto daño a él como a ella. Aquél era un encuentro clandestino. Debía permanecer en secreto.
Susanna rozó sus labios en una fugaz caricia que Dev sintió hasta en el último músculo de su pecaminoso cuerpo.
La casa estaba en completo silencio. Dev subió con ella las escaleras que conducían al dormitorio. Estaba excitado, pensando en lo que le esperaba, en aquel total y absoluto placer, en la dulce indulgencia de tumbarse junto a ella para complacerse mutuamente, para hacer el amor hora tras hora durante la noche. Era extraordinariamente excitante. Tanto que estuvo a punto de tropezar en su precipitación.
– ¿Dónde está tu habitación? -susurró.
Sintió la caricia de su pelo contra sus labios cuando Susanna volvió la cabeza.
– Allí -susurró, y señaló hacia la derecha.
A los pocos segundos, Dev la dejó sobre la cama y se volvió para asegurar la puerta. La habitación estaba a oscuras, iluminada únicamente por el reflejo de la luna en el espejo. Susanna se acercó a las cortinas, pero Devlin la agarró por la muñeca, la estrechó contra él y comenzó a quitarle el vestido empapado, con mano mucho más segura en aquella ocasión. Lo tiró a un lado y se desprendió de su propia ropa, quedando completamente desnudo, piel contra piel. La sintió temblar mientras se acariciaban y atrapó con un beso el jadeo de placer de sus labios.
– Shhh -musitó contra sus labios-. Acuérdate de los sirvientes. Tendrás que estar muy, muy callada.
La sintió estremecerse en respuesta a sus palabras. Susanna alargó el brazo hacia él, hambrienta y ansiosa, pero Devlin le hizo girarse sobre la cama y se tumbó a horcajadas sobre ella. Susanna intentó alzarse, pero él la obligó a mantenerse tumbada y descendió sobre la piel satinada de sus hombros, que cubrió de besos, para deslizar después la lengua a lo largo de su espalda. Susanna ardía y jadeaba bajo sus caricias. Dev era consciente de que estaba deseando volverse hacia él, pero la retuvo presionando con los muslos sobre sus piernas. Cuando Susanna sintió su miembro contra su trasero, soltó un grito ahogado. Devlin descendió y le entreabrió las piernas, dejando que la punta de su erección reposara en el corazón de su feminidad. Presionó entonces con delicadeza. Susanna intentó arquearse para salir a su encuentro. Devlin se retiró y advirtió divertido la frustración de Susanna.
– Más adelante -se inclinó para darle un beso en la nuca-. Todavía no.
Susanna musitó algo que sonó parecido a una maldición y Devlin soltó una carcajada. Una parte de él deseaba castigarla por todo lo que le había hecho, pero su enfado ya se había transmutado en placer y jamás un castigo le había parecido más dulce, ni una víctima más voluntariosa.