– Chantaje. Eso no está bien, Susanna.
– En ese caso, llámalo prevención -le propuso ella-. Tú no quieres perder a tu rica heredera, ¿verdad? En ese caso…
A los labios de Dev asomó una sonrisa.
– Eres increíble -musitó-. Podría decir que casi te admiro.
– Sin embargo, tú, eres una florecilla inocente, ¿verdad?
Devlin soltó entonces una carcajada.
– Oh, Susanna -susurró-. Estoy deseando sacarte de este salón de baile y hacer el amor contigo hasta hacerte gemir de placer.
Susanna se sintió repentinamente envuelta en una oleada de tórrida sensualidad. Contuvo la respiración. Dev lo advirtió y el brillo pícaro de sus ojos se intensificó.
– Ven conmigo. Sabes que lo estás deseando. Por lo menos eso no es mentira.
El bolso de Susanna resbaló de entre sus dedos, cayó al suelo y se abrió, mostrando su contenido. Con una maldición amortiguada, Susanna se arrodilló e intentó guardarlo todo antes de que Dev pudiera verlo. Pero ya era demasiado tarde. Mientras intentaba guardar el último pastel de nata con manos temblorosas, se dio cuenta de que Dev la había visto.
– Qué demonios…
Había cambiado completamente su tono de voz. Y también la expresión de sus ojos. La miraba con absoluto desconcierto y con algo que Susanna temió pudiera ser compasión.
– Así que también robas comida. Es posible que tengas serios problemas.
– No es nada -le espetó Susanna.
– Susanna, tienes el bolso lleno de pasteles de nata.
Susanna se ruborizó intensamente.
– Tengo hambre.
– Para eso está el salón en el que sirven la cena -señaló Dev.
Susanna apretó con fuerza el bolso, que se había manchado de nata.
– Tendrás que lamer eso.
Susanna alzó la mirada. Y de pronto, se sintió a punto de llorar, como si aquel comentario de Dev hubiera sido la gota que había colmado el vaso.
– No lo comprendes -le reprochó. Y oyó que le temblaba la voz-. ¿Acaso no recuerdas lo que es no tener nunca suficiente para comer y sentir tanta hambre durante tanto tiempo que apenas puedes aguantarte en pie?
Vio que Dev fruncía el ceño.
– Sí -contestó suavemente al cabo de unos segundos con voz emocionada-. Sí lo recuerdo.
Se miraron a los ojos.
– Entonces… -comenzó a decir Susanna.
– Esto es condenadamente aburrido -se oyó decir a Fitz con evidente disgusto.
Se había cansado de coquetear con la condesa y estaba buscándola. Susanna, sobresaltada, escondió el bolso tras su espalda. Dev se enderezó y saludó a Fitz con una reverencia. Fitz profundizó su ceño al ver que estaba con Susanna.
– ¿Cómo estás, Devlin? -preguntó con una grosería que hizo pensar a Susanna en lo maleducado que era-. ¿Tu hermana no vendrá esta noche?
– Francesca vendrá con lady Grant. Si quieres reservar un baile…
– Creo que prefiero no tomarme la molestia -le interrumpió Fitz con dureza-. Malditos bailes de debutantes -se volvió hacia Susanna-. Vamos, querida, vayámonos a Vauxhall. Creo que me apetece más disfrutar de un poco de música al aire libre, un baile y un paseo nocturno -sonrió con evidente intención.
Susanna sintió la mirada de Dev sobre ella, y también la tensión que emanaba de él. Vio el semblante decidido y sonrojado de Fitz. Sabía que en el poco tiempo que llevaban allí, había bebido varias copas de champán como si fueran agua, además del brandy que ya había consumido previamente. El corazón se le cayó a los pies. Aquél era un momento crítico. Tenía que seguir la corriente a Fitz. Si le rechazaba en aquel momento, podía despedirse para siempre de la misión que le habían encargado los duques de Alton. No podía seguir frustrando eternamente las tentativas de Fitz. Por otra parte, le bastaba pensar en que la tocara para sentir repugnancia. Días atrás, la idea de compartir con él algún beso no le había parecido tan terrible. En aquel momento, se le hacía imposible. Y si Fitz pretendía tomarse más libertades… Reprimió un escalofrío. Dev continuaba observándola, esperando la respuesta con la misma expectación que Fitz. Susanna era consciente de que la reacción de Dev era mucho más importante para ella que la del segundo. El corazón le latía con fuerza contra las costillas. Quería rechazar a Fitz, odiaba la idea de someterse a él, pero aun así, sabía que no tenía otra opción. Aquello era lo que había acordado cuando los duques le habían pagado para alejar a Fitz de Francesca Devlin. Aquella noche, si era inteligente y jugaba bien sus cartas, podía sellar el trato. Pero se sentía enferma con solo pensarlo. La idea de besar a Fitz, cuando recordaba los besos de Devlin, o de sentir la mano de Fitz sobre ella, cuando en lo único en lo que podía pensar era en las caricias de Dev…
Alzó la barbilla. La verdad era que no tenía ningún motivo para rechazar a Fitz, porque su relación con Dev no tenía futuro. Después de haber hecho el amor con él, sus sentidos continuaban recordándole, eso era todo. Se había dejado cautivar por algo que solo era placer físico. Si rechazaba a Fitz en aquel momento, estaría saboteando todo aquello por lo que había trabajado. Aquél solo era un trabajo, igual a otros muchos que había realizado.
Sonrió.
– ¿Vauxhall? Me parece una estupenda elección, milord.
Fitz sonrió de buen humor y la agarró del brazo con un gesto de ostentosa posesión. Susanna se arriesgó a mirar a Dev e inmediatamente deseó no haberlo hecho. El breve instante durante el que habían compartido los recuerdos del pasado se había desvanecido. En aquel momento, lo único que vio en los ojos de Dev fue un desprecio que le hirió en el alma. Dev creía que era una prostituta, algo que no podía sorprenderle. Tampoco debería importarle la opinión de Dev, por supuesto. Era lo último que le concernía. Además, Dev no era mejor que ella.
– Disfrutad de la velada -se despidió educadamente Dev.
– Lo mismo os deseo, sir James. Y estoy segura de que encontraréis a alguien con quien divertiros.
Dev sonrió con ironía, inclinó la cabeza y se alejó. Fitz condujo a Susanna hacia la puerta, con una mano en su espalda que deslizó brevemente hacia su trasero, indicándole con aquel gesto cómo pretendía que terminara la noche. Susanna consiguió mantener la sonrisa, a pesar de que su mente corría a toda velocidad. Aquella noche, no solo iba a tener que actuar de forma muy inteligente, sino que iba a tener que ser extremadamente precavida. Por un breve e intenso momento, deseó con todo su corazón no haber ido nunca a Londres y no haber aceptado aquel trabajo. Pero ya era demasiado tarde. Estaba metida hasta el cuello en aquella turbia misión.
Capítulo 11
La señorita Francesca Devlin salió de la casa de Hemming Row y fijó la mirada en la luna creciente que asomaba entre las ramas del cerezo de la plaza de enfrente. Llevaba allí tres horas, esperando a su amante. Era una noche cálida, hermosa, una noche hecha para el romanticismo. Se apreciaba la fragancia de las flores en el aire. Daba la sensación de que hasta iba a comenzar a cantar un ruiseñor. Sin lugar a dudas, debía de haber muchos amantes prometiéndose amor eterno bajo la luna, pero Francesca tenía la sensación de que para ella no habría un final feliz. Llevaba tiempo sospechándolo, sabía que había sido una insensata al arriesgarlo todo a una partida de dados, al entregarse a un hombre con la esperanza de que él pudiera amarla. El amor no funcionaba de aquella forma. Él había tomado todo lo que le había ofrecido, pero no le había dado nada a cambio, y el frío y creciente pavor que invadía su corazón le decía que jamás lo haría. Había jugado y había perdido.
Recordó de nuevo su infancia y cómo el juego siempre le había arrebatado la felicidad. Pensó en Devlin, que siempre había intentado protegerla del peligro y la desesperación que los había amenazado. Dev sufriría una enorme decepción.
Chessie ahogó un sollozo. Dev no debía enterarse nunca de lo que había hecho, de los riesgos que había corrido, de todo lo que había perdido en el juego. No soportaría mirarle a los ojos y ver en ellos el horror y la vergüenza.