La brutalidad de sus palabras hizo que Susanna se encogiera. Obviamente, Dev pensaba que su compromiso con Fitz era real, cuando ella sabía que era una estafa. Pero eso no cambiaba el hecho de que se estaba jugando su futuro en aquella operación.
– Creo en la fidelidad -proclamó con firmeza.
Vio la incredulidad en los ojos de Dev. Este se apartó el pelo de la frente con impaciencia.
– ¿Y se supone que tengo que creérmelo?
Le dolía que no la creyera, pero Susanna no esperaba menos.
– ¿Y qué me dices de ti? ¿Puedes decir que siempre has sido fiel a la mujer con la que estás comprometido?
Dev la miró con el semblante totalmente inexpresivo.
– Hasta la noche que estuve contigo, no le había sido infiel a Emma en dos años de compromiso.
Entonces le tocó a Susanna sorprenderse. Pero no lo hizo. El James Devlin al que había conocido, a pesar de sus aires de libertino, siempre se había dejado guiar por la integridad y el honor. Ése era uno de los motivos por los que le había amado.
– Entonces entenderás por qué esto tiene que terminar, Devlin.
Devlin no contestó inmediatamente. Se acercó a ella y la atrajo suavemente hacia él. Por un instante, rozó su mejilla con la suya, haciéndole sentir la sutil aspereza de su barba contra la suavidad de su piel.
– Maldita sea, Susanna -parecía estremecido, pesaroso.
Susanna posó la mano en su pecho.
– Sabes lo que tienes que hacer, Devlin. Eres un buen hombre. Demuéstralo poniendo fin a todo esto.
En cuanto tocó a Dev, éste se quedó paralizado. Susanna notaba el latido de su corazón bajo su mano. Había perplejidad y una nueva conciencia en su mirada. Todas las provocaciones, los fingimientos, habían desaparecido. Entre ellos ya solo quedaba la verdad. Aquel instante se prolongó en el tiempo, envolviéndolos como una delicada telaraña, hasta que Dev posó la mano sobre la de Susanna, que continuaba apoyada en su corazón.
– Gracias -le dijo. Sacudió ligeramente la cabeza, con desconcierto, pero también con un nuevo sentimiento-. Eres una mujer sorprendente, Susanna.
– No sabes hasta qué punto -respondió Susanna con sinceridad.
Dev le brindó una sonrisa desprovista por una vez de toda burla, después retrocedió y Susanna se sintió más fría y sola de lo que jamás se había sentido en su vida.
Dev tomó la chaqueta y se la colgó al hombro. Se dirigió hacia la puerta.
– ¡Por el balcón! -le pidió Susanna-. Tienes que irte por donde has venido.
Dev esbozó una mueca.
– Podría hacerme daño…
Susanna le bloqueó el camino a la puerta.
– Tendrás que correr ese riesgo. Prefiero que sufra tu salud a que sufra mi reputación.
Dev le dirigió entonces una sonrisa tan deslumbrante que le aceleró nuevamente el pulso.
– En ese caso, buenas noches, lady Carew -se despidió de ella-. Y buena suerte.
Un segundo después, saltó por el balcón y desapareció. Susanna contuvo la respiración horrorizada. Cuando había sugerido que se fuera por donde había llegado, sospechaba que descendería por la fachada, no que saltaría desde un primer piso. Corrió al balcón y se asomó a la barandilla. Los primeros rayos del amanecer cruzaban el cielo, tiñéndolo de rosa y oro. Bajo aquella luz, pudo ver a Dev en el jardín, completamente ileso, sacudiéndose el polvo de la chaqueta. Alzó la mirada hacia ella y la descubrió observándole. Susanna vio entonces el resplandor de sus dientes, que asomaban tras una radiante sonrisa.
– Sabía que querrías asegurarte de que estaba a salvo -se burló Devlin.
– Maldito seas -respondió Susanna, furiosa por haberle demostrado que tenía razón.
Devlin soltó una carcajada.
– Dulces sueños -le deseó.
Susanna cerró la puerta quedamente, corrió las cortinas y se sentó en el borde de la cama. Todavía estaba temblando. Sabía que había hecho bien al echar a Dev. Y sabía que también él lo sabía. Aun así, se sentía más sola y vacía de lo que había estado jamás en su vida.
Se abrazó a sí misma, intentando reconfortarse a pesar del calor de la noche. Devlin. Su marido. Eran muchas las cosas que Devlin no sabía, y que jamás debería saber. Se estremeció. Si era capaz de guardar sus secretos, si era capaz de mantener a los prestamistas a raya y de mantenerse a salvo, pronto podría comprar la anulación de su matrimonio y escapar a una nueva vida. Solo tenía que aguantar un poco más. Después, no volvería a ver a James Devlin nunca más. Eso era lo mejor para todos, además de la única opción. Ella ya había perdido demasiado y sabía que perder de nuevo el amor la destrozaría.
Capítulo 12
– Te levantas temprano -comentó Alex Grant. Dejó a un lado el periódico mientras el mayordomo urgía a Devlin a pasar al desayunador de Bedford Street. Observó a su primo, vestido todavía con la indumentaria de la noche anterior-. ¿O es que todavía no te has acostado?
– Todavía no he dormido -confirmó Dev. Aceptó agradecido la taza de café que Alex sirvió y empujó en su dirección-. No hace falta que me mires así. No ha sido lo que estás pensando.
Alex arqueó una ceja.
– Yo no juzgo a nadie -dijo con amabilidad.
Dev se encogió de hombros, malhumorado. Advirtió que su primo le estaba observando y en ese preciso momento supo que Alex pondría inmediatamente el dedo en la llaga. Su primo siempre había sabido leer en él como si fuera un libro abierto. Cuando era más joven y Alex era su tutor, le resultaba muy embarazoso. Jamás había podido ocultarle nada. Los nueve años en los que Alex le superaba siempre le habían proporcionado aquella ventaja. A eso había que añadir que Alex había sido un famoso explorador, un héroe, y no había nada que Dev deseara más que seguir sus pasos y complacerle. Un sentimiento que perduraba incluso ahora.
– Pareces un hombre al que le habría gustado disfrutar de una noche de desinhibida disipación, pero que, sabiendo que no le convenía, no lo ha hecho y, sin embargo, se arrepiente de todo lo que no ha sucedido -aventuró Alex al cabo de un momento mirándolo con expresión seria.
Dev se rio casi a su pesar.
– No puedo menos que felicitarte, Alex. Me conoces muy bien -miró a su alrededor para asegurarse de que la puerta estaba cerrada-. ¿Debo deducir que las damas no van a reunirse con nosotros?
Alex miró el reloj que descansaba en la repisa de la chimenea.
– ¿A las siete y media? ¿Todavía no conoces a las mujeres? -asomó a sus labios una sonrisa-. Estás a salvo, Devlin. Aunque si estás a punto de contar algo escandaloso, supongo que Joanna lamentará habérselo perdido.
Dev bebió un sorbo de café y se reclinó cómodamente en la silla.
– Hay una mujer -admitió.
No sabía por qué estaba contándole aquello a su primo. En realidad, no tenía intención de hablar de Susanna.
Alex asintió.
– Sabía que la habría, antes o después -alzó la mano para detener la protesta casi refleja de Dev-. Perdona, no estaba insinuando que daba por sentado que le serías infiel a tu prometida. Solamente… -se interrumpió y jugueteó con la taza-, que cuando uno opta por un matrimonio sin amor, siempre corre el peligro de que surja una persona de la que se enamore.
– No estoy enamorado -respondió Dev automáticamente.
No amaba a Susanna. No podía amarla. Había salido suficientemente escaldado de aquella relación como para caer de nuevo en la trampa. Pero no podía negar el deseo que sentía por ella, ni el fuerte vínculo que los unía. Sintió tensarse su cuerpo, cambió incómodo de postura y se preguntó si alguna vez se liberaría del fiero deseo que lo apresaba.
Alex sonrió.
– En ese caso, perdóname otra vez, pero, sea quien sea esa mujer, es obvio que lo que sientes por ella es mucho más fuerte que cualquier cosa que hayas sentido nunca por lady Emma.