Eso, pensó Dev con pesar, era cierto. Admiraba la belleza de Emma y la quería por su dinero, pero no sentía nada más por ella. El compromiso que le había ofrecido era un compromiso vacío que ninguno de los dos merecía.
Se inclinó hacia delante.
– No he venido aquí para hablar de mis problemas sentimentales. Vengo a pedirte ayuda -se interrumpió-. En realidad, tengo que pedirte un enorme favor.
– Adelante.
– Voy a elevar una petición al Almirantazgo para recuperar mi cargo en la Marina -alzó la mirada-. He pensado que tú podrías ayudarme.
Alex estuvo a punto de atragantarse con el café.
– Devlin, vendiste tu cargo para financiar la búsqueda de un tesoro en México. Dudo que los lores del Almirantazgo te tengan ninguna simpatía después de aquello -dejó la taza suavemente sobre el plato-. Después, está ese asunto del palo mayor, lo que ocurrió con la hija del almirante a la que desfloraste cuando abordamos una fragata en el Ártico… -se interrumpió y sacudió la cabeza-. Tienes que estar loco para considerarlo siquiera.
– No fui el primer hombre que había estado con la hija del almirante -protestó Dev.
– Eso es precisamente lo que el almirante no quiso aceptar.
– A ti te aceptaron después del incidente de la fragata. Y se negaron a formarte un consejo de guerra cuando ayudaste a escapar a Ethan Ryer.
– Eso fue un accidente -respondió Alex-. El Almirantazgo aceptó que había tropezado y, accidentalmente, había dificultado la labor del guarda que estaba intentando dispararle.
Dev soltó un bufido burlón.
– Tonterías. ¿Y el incidente con Hallows?
– Argüí que estaba bajo la influencia de una pasión extrema. Estaba intentando recuperar a mi esposa.
– ¿Y se lo tragaron? -preguntó Dev con desdén.
– Era cierto -cambió el tono de voz. Habría hecho cualquier cosa para recuperar a Joanna. Suspiró hondo-. ¿Por qué quieres volver al mar, Devlin?
Dev pensó en lo que le había dicho Susanna unas horas atrás. Sus palabras solo habían confirmado las sensaciones que llevaban persiguiéndole durante semanas: estaba aburrido, estaba desperdiciando su vida. Susanna le había asegurado que era mejor hombre que aquel ocioso cazafortunas en el que se había convertido. Sabía que Susanna estaba hablando entonces de la fidelidad y el honor, pero lo que había dicho podía aplicarse a toda su vida. No podía continuar allí sentado, pendiente de los antojos de Emma, por el mero hecho de ambicionar dinero y estatus. Cuando se había unido a la Marina, se había labrado su propia fama y se había ganado holgadamente la vida. El mar se había convertido en una amante muy exigente, pero él había respondido a su llamada. Tras hablar con Susanna, había comprendido que debía volver.
Tenía que agradecerle a su exesposa aquella revelación. Había sido Susanna la que le había desafiado a ser mejor hombre y la que le había hecho enfrentarse a la verdad. Le había devuelto el respeto por sí mismo. Le había mostrado el camino. Por un momento, sintió una inmensa gratitud y una sensación igualmente intensa de pérdida. Jamás habría imaginado que Susanna pudiera darle algo tan precioso. Pero tenía que intentar dejar de pensar en Susanna. Muy pronto se convertiría en la marquesa de Alton, y cuanto más lejos estuviera de ella, mejor. Un barco en el otro extremo del mundo podía ser un lugar tan bueno como cualquier otro.
Advirtió que Alex todavía estaba esperando una respuesta.
– Son muchas las razones que tengo para ello. Me he cansado de ser el perrito faldero de Emma. Creo que estoy desperdiciando mi vida.
A los labios de Alex asomó una sonrisa.
– Yo pensaba que querías dinero y un lugar en la alta sociedad -musitó.
– Y es cierto. Pero el precio a pagar es demasiado alto.
– Es posible que lady Emma no quiera casarse con el teniente más viejo de la Marina -comentó Alex secamente-. Porque puedes estar seguro de que es poco probable que te ofrezcan otro cargo, Devlin. Te harán comenzar desde abajo para castigarte por tu pasado.
– Aun así, estoy seguro de que algún día llegaré a ser almirante -respondió Dev con una sonrisa-. Sabes que puedo hacerlo -la sonrisa desapareció-. Además, es posible que a Emma no le gusten muchas de las cosas que tengo que decirle. Lo mejor será aceptar que nuestro compromiso ha terminado.
Alex se sirvió una segunda taza de café y le tendió la cafetera a su primo.
– Una vez más, estoy a punto de preguntarte que si te has vuelto loco. Estoy seguro de que debes miles de libras. Si lady Emma rompe el compromiso, los prestamistas querrán saldar sus deudas y terminarás arruinado.
– Lo sé -contestó Dev. Miró a su primo con semblante serio-. Pero también sé que podré hacer frente a mis deudas. Si logro acceder a un cargo en la Marina, comenzaré a tener ingresos regulares y si gano alguna recompensa económica, saldaré todas mis deudas -se le quebró la voz-. Y recuperaré el respeto por mí mismo. Odio al hombre en el que me he convertido -añadió con repentina fiereza-. La única manera que tengo de redimirme ante mí mismo es volver al mar.
Alex soltó entonces una carcajada.
– Maldita sea, Devlin. Es una locura tirar por la borda todo lo que has conseguido, pero te admiro. Llevas demasiado tiempo malgastando tu vida y lamentaba verte así. Pero aun así, hay algo que me preocupa: Chessie.
– Sí -Dev esbozó una mueca-. Soy consciente de que estoy en deuda contigo, Alex. Le has proporcionado a Chessie un hogar y has prometido una dote, cuando eso debería ser responsabilidad mía… -se interrumpió cuando Alex alzó la mano.
– Yo era tanto tu tutor como el de Chessie. Durante mucho tiempo, estuve ausente de vuestras vidas y tuvisteis que arreglároslas solos. Ya hiciste mucho entonces para proteger a tu hermana. Permíteme redimir ahora mi culpa -frunció el ceño-. Durante algún tiempo, pensé que Chessie podría casarse con Fitzwilliam Alton, pero ahora parece que no va a ser así.
– No. Alton va a casarse con lady Carew. Hoy mismo anunciarán su compromiso.
Dejó la taza bruscamente sobre la mesa. El café se había enfriado y de pronto lo encontraba excesivamente amargo.
– Es una pena. Chessie debía de estar muy enamorada de él. Últimamente parece triste. Joanna me lo comentó hace varios días.
– Fitz no es un hombre suficientemente bueno para ella -respondió Dev cortante-. Pensaba que sería una buena pareja para mi hermana, pero estaba equivocado.
– Nos enfrentamos de nuevo a la cuestión del dinero y el estatus -se estiró y dejó la servilleta en la mesa-. Así que la misteriosa viuda ha terminado atrapando al marqués. ¿Sabes? Cuando la vi, tuve la extraña sensación de que la conocía.
– Lo dudo -respondió Dev, más seco todavía-. Tengo entendido que es la primera vez que visita Londres.
No entendía qué le impulsaba a proteger a Susanna, pero había algo en su interior que le empujaba a guardarle el secreto. No iba a decirle a Alex que había conocido a Susanna cuando ésta solo era la sobrina del maestro de Balvenie.
– Es escocesa, ¿no es cierto? He pensado que quizá…
– Te ruego que me perdones -le interrumpió al tiempo que se levantaba-. Tengo que ir al Almirantazgo y después me gustaría ir a ver a Emma y ponerle al corriente de mis planes. Gracias por el café, Alex. Y por tus consejos.
– Ha sido un placer -respondió Alex. Se levantó y le estrechó la mano-. Buena suerte, Devlin. Escribiré para apoyar tu petición. Hace falta mucho valor para hacer lo que estás haciendo. Te mereces que todo salga bien.
– Gracias -contestó Dev.
Salió entonces al sol del verano. La brisa era fresca y el cielo resplandecía sobre su cabeza. Era el día ideal para estar en la proa de un barco.
Un repartidor de periódicos le tendió un ejemplar y Devlin bajó la mirada hacia él sin prestarle demasiada atención. Pero vio entonces un dibujo escabroso en el que aparecía una mujer medio desnuda de larga melena negra sentada a horcajadas sobre una corona ducal mientras un hombre que podía ser reconocible como Fitzwilliam Alton contaba monedas con expresión lasciva. Dinero a cambio de un título, rezaba el titular. Por un momento, Dev fue presa de una rabia tan ciega que se quedó paralizado donde estaba. Ver a Susanna expuesta de forma tan flagrante y en una actitud tan irreverente le produjo una sensación nauseabunda. Después, con un frío escalofrío, recordó que era eso precisamente lo que ella pretendía, comprar un título para asegurarse el futuro. Hasta hacía muy poco, también había sido ése su objetivo. De modo que aquello solo era el precio a pagar.