– Y el amor de su infancia -comenzó a decir lentamente-, ¿tenía dinero?
– Ni un penique -contestó Purchase divertido-. Se llamaba Cassie Jennings. Una joven bonita, pero sin dinero y sin relaciones influyentes. Conocía a Denham desde que era una niña. Pero el fideicomisario del muchacho no aprobaba aquel compromiso. Y tampoco su madre.
Dev tomó aire. Pensó en Fitz, cortejando a Chessie, una joven sin dinero y sin título. Era una relación que los duques de Alton desaprobaban. Pensó después en Susanna, que había abandonado en Bristol a un joven adinerado. Un hombre que antes de conocerla, estaba a punto de casarse con el amor de su vida, una joven sin recursos. Apretó los dedos de tal manera sobre el delicado cristal de la copa que estuvo a punto de romperla.
– Solo una cosa más, Purchase -dijo con fingida naturalidad-. ¿Sabes cómo conoció la señorita Ivés al señor Dehnam?
– La verdad es que no soy capaz de recordarlo -respondió Purchase-. No… -se aclaró la garganta-. En realidad, sí que me acuerdo. Los presentó la madre de Denham. Al parecer, era la hija de una amiga suya.
La hija de una amiga. La viuda de un amigo de la familia… La historia cambiaba ligeramente, pensó Dev, pero no en exceso. Devlin siempre se había preguntado por qué los duques de Alton decían haber conocido a sir Edwin Carew, un hombre que en realidad no existía. Tampoco comprendía que estuvieran dispuestos a aceptar a Susanna como esposa de Fitz siendo tan exigentes y careciendo ella de título.
Pues bien, acababa de averiguar la respuesta. Había subestimado a Susanna. Susanna ni siquiera era una honesta aventurera. Ni siquiera quería a Fitz para ella. Había destrozado las ilusiones de Chessie, la esperanza de un futuro con Fitz, por dinero. A cambio de la cantidad que le habían pagado los duques. Se dedicaba a destrozar corazones y a arruinar vidas ajenas. La rabia que sintió fue más violenta que la anterior. Una cólera sobrecogedora que parecía subirle por la garganta y le obligaba a romper algo, cualquier cosa. Preferiblemente, el cuello de Susanna.
– ¿Estás seguro de todo lo que me has contado, Purchase? -preguntó, aunque sabía de antemano la respuesta.
– Claro que sí -contestó Purchase mientras vaciaba su copa-. De hecho, creo que ni siquiera me acercaré a presentar mis respetos. No quiero poner a la novia en un compromiso.
– Eres demasiado bueno -dijo Dev sombrío.
El tenía intención de hacer mucho más que poner a Susanna en una situación comprometida. Se merecía algo peor. Jamás en su vida se había encontrado con una mujer tan fría y despiadada.
– Supongo que es consciente de que algún día podría aparecer alguien que pusiera fin a sus maquinaciones.
Purchase se encogió de hombros.
– Se mueve en un terreno bastante seguro. Las personas como los Denham no suelen acceder a estos círculos. Si yo no la hubiera visto…
– Sí, no habría corrido ningún riesgo.
Pensó en Chessie, en sus esperanzas rotas, en su reputación dañada. Susanna lo había hecho con cruel intencionalidad. Le pagaban para arruinar la vida, las expectativas de los demás. Estaba seguro de que no se equivocaba. Susanna había echado por tierra la posibilidad de que Cassandra Jenning compartiera su futuro con John Denham y había hecho lo mismo con Chessie. Tenía que ser más que una coincidencia.
– Pobre Denham -comentó mientras Susanna desaparecía en el salón de baile, dulce y etérea, suficientemente seductora como para enloquecer a cualquier hombre-. No tenía ninguna posibilidad.
Sintió un frío y violento enfado apoderándose de él. Por fin sabía la verdad. Había llegado el momento de que Susanna y él tuvieran el enfrentamiento final.
Lady Emma Brooke yacía en su enorme cama con dosel, observando cómo se mecían las cortinas al capricho de la brisa. Era tarde, pero no podía dormir. Llevaba más de un día esperando. A medida que había ido acercándose la hora de su cita con Tom, había ido sintiendo una mezcla de terror y excitación, pero las horas habían continuado pasando y Tom no había llegado. El placer había comenzado a marchitarse, dejándola enfada y frustrada. Estaba ocurriendo lo mismo que la vez anterior. Tom aparecía y desaparecía a su antojo. Le gustaba tenerla pendiente de sus caprichos. Emma dio media vuelta en la cama y golpeó el colchón con los puños, pero nada parecía aliviar su frustración. Maldijo a Tom Bradshaw y sus dotes de seducción. Ojalá se fuera al infierno.
Con un gemido, volvió a dar media vuelta en la cama, pero se quedó paralizada al oír que la puerta se cerraba suavemente. Abrió los ojos, pero no era capaz de ver nada en la oscuridad del dormitorio. Después, advirtió que una sombra se movía, oyó una pisada y vio que la sombra la acechaba.
Se sentó rápidamente en la cama.
– No podéis estar aquí -le advirtió.
Se cubrió con las sábanas hasta la barbilla, con un gesto de dama ultrajada. Horas antes, había estado esperándole en el jardín. No imaginaba que pudiera tener la audacia de entrar en su habitación. El corazón comenzó a latirle erráticamente al pensar en lo que había hecho.
– Pues aquí estoy -respondió Bradshaw, extendiendo las manos.
– Gritaré -le amenazó Emma.
Pero no tenía ninguna intención de hacerlo.
Bradshaw soltó una carcajada.
– Adelante.
Por un instante, que a Emma se le antojó una eternidad, el tiempo pareció detenerse. Pero después, Tom la abrazó y la besó. Su sabor era tan dulce y tentador como la primera noche en el jardín, y Emma pensó que iba a explotar de pura excitación. Olvidó la indignación y el enfado y alargó los brazos hacia él en un gesto de pura desesperación.
A medida que profundizaba el beso, Tom comenzó a acariciarla, apartando el camisón y accediendo a las más vergonzosas intimidades de su cuerpo. La sensación era maravillosa y Emma comprendió, con una mezcla de euforia y asombro, que fuera lo que fuera lo que Tom estuviera haciendo, no era suficiente. Ella quería más, y lo quería en ese preciso instante. El tenso anhelo que la embargaba era tan afilado que estuvo a punto de gritar. Casi inmediatamente, Tom no solo estaba con Emma en la cama, sino que estaba dentro de ella. Y Emma habría gritado de placer si Tom no hubiera cubierto sus labios con un beso en el momento en el que le robaba la virginidad.
Minutos después, Emma permanecía en la cama, presa de aquel oscuro calor, exultante y perpleja por la facilidad con la que había olvidado lo que habría sido la conducta propia de una dama para entregarse a un hombre al que apenas conocía. Le parecía increíble y, al mismo tiempo, tan emocionante, que se sentía iluminada por dentro. Y, lo que era más, aquel deseo febril no había disminuido por lo indigno de su conducta. De hecho, era un deseo más fiero todavía. Quería hacerlo otra vez, inmediatamente. Y probablemente otra después.
Cambió de postura, intentando ver el rostro de Tom en la oscuridad. Podía sentir su cuerpo musculoso al lado del suyo. Aquella sensación desconocida de estar tumbada junto a un hombre era infinitamente estimulante, pero aun así, comenzaba a sentir un escalofrío de miedo en medio de su lujuria.
– ¿Qué va a pasar ahora? -pregunto, esforzándose en disimular la ansiedad de su voz.
Tom se echó a reír. Posó la mano en su seno y Emma se estremeció.
– Ésa es una de las muchas cosas que me gustan de ti -contestó, arrastrando la voz. Se inclinó para lamerle un pezón-. Te gusta ir directamente al grano.
– Quiero casarme contigo -dijo Emma, retorciéndose bajo sus caricias-. Soy un buen partido, Tom. Soy guapa, y muy rica…
La interrumpió un jadeo en el instante en el que Tom le mordisqueó ligeramente el pezón, provocando una agradable sensación que descendió como un rayo hasta su vientre.
– Lo sé -contestó Tom. Parecía estar riéndose. Le lamió el pezón-. Además, eres deliciosa.
Alzó la cabeza bruscamente y cambió de tono de voz.
– ¿Qué ocurriría si te dijera que no quiero casarme contigo?