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El miedo de Emma se intensificó, sofocando el placer del momento.

– Me casaría con Devlin, y te mandaría al infierno.

Tom se echó a reír.

– Otra de las cosas que me gustan de ti es tu sentido práctico -deslizó la mano por su vientre y Emma se arqueó inmediatamente contra él-. Tú no quieres a Devlin -no era un pregunta.

– No -contestó Emma.

Alargó los brazos hacia Tom, pero él se apartó sin dejar de mover las manos sobre su piel en la más insidiosa de las caricias que Emma podía haber imaginado.

– ¿A mí me quieres? -preguntó Tom con voz queda.

Continuó deslizando las manos por la delicada piel del interior de sus muslos y Emma abrió las piernas indefensa a su contacto mientras intentaba concentrarse en la pregunta. Tenía la sensación de que era una pregunta importante. Pero le resultaba casi imposible pensar, estando los dedos de Tom tan cerca del centro de su feminidad.

– No te conozco lo suficientemente bien, pero…

– ¿Sí? -preguntó Tom muy serio, pero ya había deslizado un dedo en su interior y estaba regalándole las más increíbles y tentadoras caricias.

Emma pensó que iba a morir de placer.

– Pero me encanta todo lo que me haces… -suspiró, reclamando que continuara.

Tom se detuvo. Emma se retorcía, agonizando de impaciencia.

– Ésa -continuó diciendo Tom mientras comenzaba a acariciarla otra vez con suaves y sigilosos círculos-, es una respuesta muy sincera. Pero entonces, ¿por qué quieres casarte conmigo? -interrumpió sus caricias y Emma estuvo a punto de gemir.

– Te quiero porque… -se detuvo al borde del éxtasis, mientras el placer y la culpa se sumaban en el interior de su cuerpo-, porque eres como yo.

Tom soltó una carcajada.

– Soy un hombre egoísta y avaricioso, y no me preocupo de nadie más que de mí mismo.

– La gente dice que soy una joven mimada -replicó Emma-. Y es cierto. Siempre consigo lo que quiero.

Tom se colocó sobre ella y se hundió en su interior, dándole exactamente lo que quería.

– Lo que va a suceder a continuación -le dijo mientras comenzaba a moverse-, es que vas a fugarte conmigo esta noche. Nos iremos a Gretna -retrocedió y le acarició la mejilla-. ¿Es eso lo que quieres?

– Sí, sí -contestó Emma, tan feliz y excitada que quería llorar-. Pero todavía no…

– No, todavía no -se mostró de acuerdo Tom. Volvió a deslizarse en su interior y Emma se arqueó para salir a su encuentro-. Todavía quedan varias horas antes del amanecer.

Capítulo 14

Susanna se había alegrado inmensamente cuando Fitz la había llevado por fin a casa, le había besado la mano con corrección y la había dejado en la puerta sin intentar persuadirla de que compartiera su cama. De hecho, pensó Susanna, era como si, una vez se había asegurado de que podría acceder tanto a ella como a su supuesta fortuna, ya hubiera perdido todo el interés. O bien, había decidido que cortejarla requería demasiado esfuerzo y estaba disfrutando todavía de su relación con la adorable señorita Kingston. La actitud de Fitz hacia ella había cambiado. La trataba con una autocomplacencia y una posesividad que sugería que cuando Susanna fuera su esposa, tendría que aceptar su autoridad y aceptar el turno que le correspondiera en su lecho. Era un reflejo de la supina arrogancia de Fitz, pensó Susanna. De modo que iba a disfrutar inmensamente al rechazarlo.

Por fin estaba segura de que sería capaz de llevar aquella farsa hasta el final. El señor Churchward se había mostrado de lo más servicial cuando le había confiado sus problemas. Había aceptado adelantarle una suma de dinero para aplazar las demandas de los prestamistas y también había prometido ayudarla a descubrir la identidad del chantajista. A cambio, ella había tenido que prometer que le confesaría a Devlin toda la verdad de aquella farsa. En eso había sido muy insistente el abogado. La sinceridad, le había dicho con los ojos resplandecientes tras sus lentes polvorientas, era la única política posible hacia su marido.

Pero, pensó Susanna, no podría hacerlo aquella noche. Aquella noche estaba demasiado cansada para pensar en ello siquiera. Había visto a Chessie en el baile, pálida y triste, y el corazón se le había roto al ver la valentía con la que se había enfrentado a cotilleos y habladurías. Le habían entrado ganas de acercarse a ella y ofrecerle su ayuda, porque su situación le recordaba mucho a la suya, una joven que en otro tiempo había estado muy enamorada y en aquel momento era desgraciada. Sabía que había arruinado el futuro de Chessie y no se lo perdonaba a sí misma. También había sido testigo del desprecio y la furia de Devlin, que le habían hecho temblar de terror.

Margery la ayudó a quitarse aquel vestido rojo fuego y fue a preparar el baño mientras Susanna caminaba por su dormitorio con extraña inquietud. Intentaba no mirar hacia el enorme y ancho lecho, porque cada vez que lo hacía, pensaba en Devlin y en aquellas horas durante las que había hecho el amor con ella de forma tan exquisita que, de alguna manera, había conseguido dejar huella en su alma, además de en su cuerpo. Con un suspiro, cruzó el vestidor y se deslizó en el baño. Permaneció allí durante largo rato, intentando desprenderse de parte de su culpa y su tristeza, además de su cansancio. Cuando por fin salió, Margery protestó diciendo que estaba tan rosa y arrugada como un bebé, pero a Susanna no le importó. Abrió una novela, Leonora, de María Edgeworth, e intentó concentrarse en la lectura y por fin consiguió encontrar consuelo entre sus páginas. Una hora después, estaba a punto de apagar la vela cuando oyó una brusca llamada a la puerta. Se oyeron voces en el vestíbulo y, en cuestión de segundos, la puerta de su dormitorio se abrió con un golpe que reverberó en toda la casa.

Allí estaba Dev, mirándola desde el marco de la puerta. Había algo en sus ojos, una combinación de furia controlada y desprecio, que hizo que a Susanna le diera un vuelco el corazón.

– Devlin, esto se está convirtiendo en una mala costumbre.

Pero Dev ignoró sus palabras. Susanna ni siquiera estaba segura de que las hubiera oído. Tras la elaborada inexpresividad de su rostro, avistó una frialdad que la heló hasta los huesos.

– Levántate, por favor -le ordenó-. Vístete. Quiero que vayamos a hablar a algún lugar en el que nadie pueda oírnos. Quiero hablar contigo.

El frío de Susanna se intensificó. Se le quedó mirando fijamente. No podía moverse, era incapaz. Dev cruzó la habitación. Susanna veía la turbulenta cólera de su mirada, y también algo más. Un calor tan fiero y abrasador que la escaldaba.

– ¡Levántate!

Devlin olvidó entonces cualquier pretensión de educación. Se cernía sobre ella y Susanna tenía la certeza de que si no hacía lo que le estaba pidiendo o, mejor dicho, lo que le estaba ordenando, la sacaría a rastras de la cama.

– Muy bien -dejó el libro a un lado. Las manos le temblaban-. Pero tendrás que esperar fuera -intentaba parecer confiada, pero apenas era capaz de emitir un hilo de voz-. No voy a vestirme delante de ti.

El fogonazo de desprecio que brilló en la mirada de Devlin pareció abrasarla.

– Oh, por favor. ¿Cómo es posible que pueda tener ninguna vergüenza una aventurera como tú? -La miró con insolencia-. ¿Has olvidado ya que he visto hasta el último milímetro de tu cuerpo?

Susanna pudo ver el estupefacto rostro de Margery asomando por la puerta. Irguió la espalda y se sentó con dignidad en la cama.

– O sales ahora mismo, Devlin, o no me moveré de aquí. Tú eliges.

Dev le dio la espalda con un suspiro de irritación y Susanna se levantó de la cama.

Las manos le temblaban de tal manera que tuvo la sensación de tardar horas en recoger su ropa, y más todavía en vestirse.

Su mente giraba a la misma velocidad que una rata encerrada en una trampa. ¿De qué quería hablar Dev? ¿Qué habría descubierto? Supo entonces que el consejo que le había dado el señor Churchward había llegado demasiado tarde, porque era obvio que Dev sabía algo, aunque no estaba segura de que fuera toda la verdad. No era capaz de imaginar qué habría averiguado. Eran tantos los secretos que guardaba… ¿Habría descubierto que no había anulado su matrimonio? Se estremeció. Esperaba que no fuera al menos lo de su hija… Rezó para que no supiera nada de ella.