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– Devlin, ¿a qué viene todo esto? -continuaba pareciendo asustada y nerviosa, cuando lo que ella quería era mostrarse valiente y tranquila.

– Aquí no, todavía no -respondió con voz tensa-. A no ser que no te importe que tus sirvientes sepan a lo que te dedicas.

– No os preocupéis por mí -Margery dio un paso adelante para acudir en ayuda de Susanna-. Ya sabéis que podéis confiar en mí -se volvió hacia Dev-. Mi señora os ha pedido que esperéis fuera.

Susanna desvió la mirada del rostro desafiante de la doncella al semblante sorprendido de Devlin y estuvo a punto de abrazar a Margery. Dev se encogió de hombros, pero hizo lo que la joven le pedía.

– Dos minutos -advirtió desde el marco de la puerta.

– Es un hombre muy guapo -comentó Margery en cuanto Devlin salió-. Pero lo sabe. Y esos caballeros…-sacudió la cabeza, como si hubiera visto a un buen número de nobles obstinados comportarse a su capricho.

– Devlin es tan caballero como yo dama -replicó Susanna.

– En ese caso, hacéis una buena pareja -sugirió la doncella mientras trabajaba con destreza con los lazos y los corchetes-. Algo fácil de imaginar, puesto que pasó una noche en vuestra cama.

– ¡Margery! -Susanna estaba escandalizada-. ¡Así que lo sabías!

La doncella le dirigió una de esas miradas que no necesitaban ser acompañadas por palabra alguna. Susanna se sintió justamente reprendida.

– ¿Le amáis? -preguntó la doncella al tiempo que le tendía su capa.

Susanna vaciló y se preguntó por qué no había contestado inmediatamente esa pregunta.

– No lo sé -contestó al cabo de unos segundos.

– He visto cómo le mirabais -dijo Margery-. Y cómo os mira él a vos. Como si quisiera…

– ¡Margery! -la interrumpió Susanna-. Eso no tiene nada que ver con el amor -añadió.

– No, señora -la doncella cambió de tono de voz-. Parecéis triste -señaló.

– Estoy asustada -reconoció Susanna con franqueza-. No sé lo que sabe.

La puerta se abrió.

– Susanna, ¿voy a tener que sacarte de ahí a la fuerza?

Margery y Susanna intercambiaron una mirada. Margery irguió la cabeza con dignidad.

– Mi señora ya está preparada para acompañaros.

Dev inclinó la cabeza en una irónica reverencia.

– Gracias.

– Aseguraos de tratarla con cortesía -le advirtió Margery.

Un amago de sonrisa aclaró el ceño de Devlin.

– Jovencita, tu lealtad hacia tu señora es admirable, pero está completamente fuera de lugar.

Agarró a Susanna del brazo mientras bajaban las escaleras, no para guiarla, pensó Susanna, sino para evitar que huyera. Una precaución sensata. Si hubiera tenido un lugar al que escapar, no habría vacilado.

Dev abrió la puerta principal y Susanna salió a la calle. A pesar del calor de la noche, se estremeció y se cerró la capa con fuerza.

– ¿A qué viene todo esto, Devlin? -volvió a preguntarle.

Dev la miró durante largo rato.

– Estoy seguro de que sabías que antes o después, lo descubriría.

Aunque le hubiera ido en ello la vida, Susanna no habría sido capaz de dominar el escalofrío de aprensión que recorrió su cuerpo. Supo que Devlin lo había notado porque le vio sonreír bajo la luz de la luna. Fue una sonrisa gélida. Susanna dudaba que volviera a mirarla nunca más con calor después de haber desvelado sus secretos.

– Ya es demasiado tarde para fingir, Susanna -había desprecio en su voz.

– ¿Quién ha sido? ¿Quién me ha delatado?

– Ah, así que lo admites -preguntó satisfecho.

– Todavía no estoy segura de qué tengo que admitir -replicó Susanna secamente-. ¿Qué te han contado de mí?

– Eso ahora no importa.

Susanna pensó en los anónimos que había recibido. Pero seguramente, el informante de Devlin era otra persona. No era el hombre, o la mujer, quizá, que la había amenazado a ella. Ningún chantajista ofrecía información a cambio de nada. Eso significaba que había más de una persona en Londres que conocía su identidad. Sentía cómo iba cerrándose lentamente la trampa. No podía volverse hacia ninguna parte. No podía confiar en nadie.

– A mí me importa -replicó.

– Ha sido Owen Purchase -contestó Dev-. Te ha visto en el baile de compromiso de esta noche. Creo que te conoció en Bristol.

Susanna sonrió. No pudo evitarlo. Era toda una ironía que aquel capitán americano, un superviviente y un oportunista como ella, la hubiera delatado. Le había gustado Purchase. A todas las mujeres les gustaba. No solo por su atractivo, sino también por un encanto indefinible con el que parecía capaz de seducir a cualquier mujer. Sin embargo, con ella no lo había conseguido. Susanna se había resistido fácilmente a su atractivo. Ella le habría preferido como amigo. Era una pena que se hubiera mostrado dispuesto a traicionarla.

Dev la estaba mirando fijamente.

– Te gusta Purchase -afirmó con un deje extraño en la voz.

– Es cierto.

– Él también te admira.

– No lo suficiente como para mantener mi secreto.

Llevaban un rato caminando en la dirección que Devlin había elegido. Susanna no reconoció aquel camino. Al cabo de un rato, Dev abrió la puerta de una taberna y la invitó a entrar. Aquél no era un lugar frecuentado por los miembros de la alta sociedad. Las paredes estaban toscamente enyesadas y el suelo desnudo. El ambiente estaba cargado de vapores de cerveza y humo. Había una docena de hombres que parecían capaces de clavar una navaja en las costillas antes de hacer pregunta alguna. Aun así, era un lugar mucho más limpio y salubre que muchas de las tabernas en las que Susanna había trabajado en Edimburgo. Como tabernera, Susanna había tenido que servir en lugares que Devlin ni siquiera pisaría, por lo menos desarmado. La clase de lugares en los que no era difícil terminar apuñalado si uno cruzaba una palabra equivocada con el hombre equivocado.

– ¿Es una de tus tabernas favoritas? -preguntó con desdén, mirando alrededor del abarrotado y ruidoso establecimiento.

Dev sonrió.

– ¿Estás asustada? -se burló.

Susanna alzó la barbilla.

– Si lo que pretendes es asustarme, tendrás que esforzarte más.

Dev le sostuvo la mirada.

– Lo haré.

Susanna sabía que era cierto y sintió un escalofrío al oírle. Había una mesa en una esquina. Dev se dirigió hacia ella, le sostuvo la silla para que se sentara y le hizo un gesto al tabernero. Pidió un brandy y miró a Susanna arqueando una ceja.

– ¿Qué quieres tomar?

En aquel momento, ninguna de las bebidas que se consideraban femeninas le pareció suficientemente fuerte.

– Yo también tomaré un brandy, gracias.

– ¿Lo necesitas para darte valor?

– Digamos que en este momento me apetece olvidar.

Dev se echó a reír. Susanna notó su mirada sobre ella y tuvo la sensación de que continuaba existiendo aquella extraña conexión entre ellos, desafiando su enemistad, desafiándolo todo. Habían llegado a estar tan unidos que nada parecía capaz de romper aquella atadura. Pero de pronto, la expresión de Devlin se tornó fría y Susanna supo que la afinidad que había sentido era solamente una ilusión.

– Háblame de John Denham -le ordenó Dev.

Llegó el brandy. Dev sirvió una generosa cantidad a Susanna.

– Denham -repitió-. ¿Tengo que recordarte quién es? -su tono era sarcástico-. Tu último prometido, antes de Fitz, por supuesto -acercó su vaso al suyo, con un gesto burlón-. Tienes toda una colección, Susanna.