– No los colecciono -respondió Susanna.
Bebió un sorbo de brandy. Era sorprendentemente bueno para tratarse de una taberna tan infame.
– No. Y eso es lo más interesante. Al final, resulta que no eres una cazafortunas. Me tenías completamente engañado -apoyó los codos en la mesa y la miró-. La Susanna Burney que yo conocía jamás se habría mostrado dispuesta a destrozar el corazón de un joven a cambio de dinero. Jamás habría arruinado las esperanzas del amor de su infancia simplemente porque le pagaban para que lo hicieran -bajó la mirada hacia el brandy y la miró después a los ojos. A Susanna se le aceleró el corazón-. ¿Qué te pasó Susanna? ¿Qué te hizo convertirte en lo que eres ahora?
Susanna estuvo a punto de confesarlo.
«Perdí a tu hija Devlin. Estaba sola, enferma, vivía en un hospicio. Habría hecho cualquier cosa para sobrevivir». Pensó en el cuerpo diminuto de su hija envuelto en un chal, enterrado en una mísera tumba. Un dolor oscuro y atroz la desgarró por dentro. Agarró el vaso de brandy con mano temblorosa y bebió un sorbo.
– ¿Susanna?
Dev la miró con los ojos entrecerrados. Era demasiado rápido, demasiado perspicaz, pensó Susanna. Tendría que tener cuidado. Y tenía que protegerse, porque hablar de la muerte de Maura la destrozaría.
Se encogió de hombros y volvió el rostro para evitar la luz de la vela, que de pronto le parecía demasiado brillante.
– No me pasó nada -respondió con aparente ligereza-. Descubrí que soy buena para un negocio que me resulta rentable, eso es todo.
Vio que Dev torcía el gesto y la miraba con antipatía, con desaprobación, con desdén. Pero ella estaba acostumbrada a aquellos sentimientos. Los había visto en los rostros de los hombres a los que había abandonado. Y en los de las personas que le pagaban por mentir.
– John Denham encontrará otra mujer con la que casarse -se defendió-. A los veinte años, todo el mundo tiende a pensar que le han destrozado la vida, pero eso no es cierto.
Intentó, y casi lo consiguió, evitar cualquier deje de amargura en su voz. La vida continuaba después del fracaso, ella lo sabía por experiencia propia. Y uno debía aprender a renacer de las cenizas.
– Quizá -respondió Dev. Hizo una mueca-. Pero en realidad, ésa no es la cuestión, ¿verdad, Susanna? La cuestión es que hace falta ser muy cruel para jugar con los sentimientos de alguien como Denham.
– No creo que se me pueda culpar a mí de la veleidad de Denham -le espetó Susanna con vehemencia-. Si de verdad hubiera estado enamorado del amor de su infancia, no habría habido nada en el mundo capaz de separarlos. Lo único que hice yo fue demostrarles que Denham era un joven en el que no se podía confiar. No creo que fuera un buen partido.
– ¿De la misma forma que le has demostrado a Chessie que Fitz no merece la pena apartándolo de su lado y destruyendo sus esperanzas de futuro? -preguntó Dev, en tono suave, pero letal-. ¿De verdad crees que le has hecho un favor?
La corriente que llegaba desde la ventana hizo temblar la vela. Susanna alzó la mirada y vio su reflejo en los ojos de Dev. Y vio también su odio por lo que le había hecho a su hermana. Su rostro estaba tenso por el desprecio.
– No -admitió Susanna-. No voy a decir que le he hecho un favor a la señorita Devlin. Eso sería concederme demasiados méritos.
Vio que los hombros de Dev perdían parte de la tensión.
– Me alegro de que lo veas de ese modo. A lo mejor todavía te quedan escrúpulos.
– Pero Fitz no es suficientemente bueno para ella -continuó diciendo Susanna-. No es un buen partido para ninguna mujer. Es un hombre mimado y arrogante que solo piensa en complacerse a sí mismo.
– Estoy de acuerdo contigo, pero eso no justifica lo que has hecho.
– ¡Ya lo sé! -estalló Susanna-. ¿De verdad crees que no lo sé? -pensó en Chessie, pálida y con el corazón roto-. Le he hecho mucho daño -continuó con voz más queda-, y me avergüenzo de ello.
Dev sacudió la cabeza como si no la hubiera oído. Era obvio que no la creía.
– Habría sido capaz de soportar ver a mi hermana casarse con un hombre indigno de ella, por mucho que me doliera, porque lo único que quiero es que sea feliz -alzó la mirada y a Susanna se le hundió el corazón al ver su expresión-. No sé si puedo perdonarte lo que le has hecho, Susanna.
– Añádelo a mi lista de agravios -replicó Susanna con amargura-. Ahora, si eso es todo lo que tenías que decirme.
Devlin la agarró por la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo en aquella destartalada silla, que chirrió como si estuviera protestando.
– Ni siquiera he empezado todavía -le advirtió con falsa amabilidad-. Quiero saberlo todo. No creo que Denham sea tu primera víctima. ¿En qué otros lugares has estado trabajando, Susanna?
– ¿Por qué tengo que decírtelo?
– ¿Por qué no vas a decírmelo? Ya sé la mitad de la historia. Considéralo como una especie de confesión.
No, no sabía la mitad de la historia. No sabía nada. Pero Susanna se sintió peligrosamente tentada a confesar la verdad. Nadie conocía la verdadera historia de Susanna Burney y la estela de corazones rotos que había dejado a lo largo y ancho de Gran Bretaña. Casi sería un alivio poder contárselo a alguien.
Se inclinó hacia delante. El bullicio de las conversaciones retumbaba en sus oídos.
– Primero trabajé en Edimburgo. Después en Manchester, en Leeds, en Birmingham…
Dev se echó a reír.
– Tienes suerte de que todavía te queden ciudades sin explotar.
– Esta será la última vez.
– Por supuesto -respondió Dev con incredulidad-. ¿No es eso lo que dicen todos los delincuentes?
– No he hecho nada ilegal.
– No, solo algo profundamente inmoral.
– Bonitas palabras, viniendo de un cazafortunas, un pirata y un ladrón.
Hubo una ligera vacilación.
– ¿Por qué dices que soy un ladrón? -preguntó Dev con falsa delicadeza.
– Me temo que no has conseguido tu fama y tu fortuna de la manera más honrada.
– Creo que eso ya está cubierto con la acusación de piratería -se defendió Dev. Alargó la mano y acarició la muñeca de Susanna-. Muy bien. Admito que ninguno de nosotros es un santo, Susanna -sonrió y el corazón traicionero de Susanna dio un vuelco-. Háblame de Edimburgo, y de Birmingham, y de Leeds -le pidió.
Susanna vaciló. Era agudamente consciente de la caricia insistente y ligera de su mano en la muñeca.
– No tienes nada que perder -añadió Dev-. Decidas lo que decidas, iré a ver a Fitz para contarle que sus queridos padres te pagaron para engañarle.
– ¿Para vengar a Chessie, o para vengarte tú?
Dev sonrió con expresión astuta.
– Para vengarnos a ambos, quizá.
La soltó, tomó la botella y llenó de nuevo los vasos.
– Cuando acepté este encargo -comenzó a decir Susanna lentamente, con la mirada fija en el líquido ambarino-, no sabía que Chessie era tu hermana. Los duques no mencionaron su nombre.
– No me sorprende. La consideraban inferior a ellos, era un problema del que necesitaban deshacerse -la miró-. Siempre pagan a otros para que hagan el trabajo sucio, ya sea limpiar una chimenea o seducir a su hijo. Para ellos, todo es igual -dejó el vaso sobre la mesa-. ¿Cómo empezó todo?
Por un instante, Susanna se quedó mirando fijamente el brandy. Todo había comenzado por desesperación, y por la necesidad de mantener unida a su familia.
– Empecé en esto de forma accidental.
– ¿De modo que no fue una elección consciente lo de dedicarte a romper corazones? -preguntó con cinismo-. ¿Y esperas que eso te redima de alguna manera?
– Has sido tú el que ha preguntado, Devlin -le espetó Susanna enfadada-. Pensaba que estábamos de acuerdo en que tú no eres quién para juzgarme moralmente.
Devlin sonrió con pesar.
– Touché.
– Estaba trabajando en una tienda de ropa en Edimburgo -le explicó Susanna y le miró con expresión desafiante-. Ya te dije que había tenido que ponerme a trabajar al no conseguir un marido noble y rico.