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– Sí -no tenía sentido negarlo-. Sospechaban que Fitz quería comprometerse con tu hermana y estaban ansiosos por evitarlo.

Vio que Dev apretaba de tal manera los puños que sus nudillos palidecieron.

– Porque era pobre y no tenía relaciones influyentes.

– Supongo que sí -confirmó Susanna avergonzada.

– Y ahora has arruinado las esperanzas de futuro de Chessie -explícito Dev con ardiente enfado-. ¿Qué piensas hacer a continuación? ¿Ascender hasta la familia real? En ese campo hay muchas relaciones poco convenientes en las que podrías interponerte. Incluso podrías conseguir un duque real. Seguro que también ellos se dejan fascinar por una cara bonita.

– Muy gracioso -replicó Susanna. Jugueteó nerviosa con el vaso antes de mirarle a los ojos-. Supongo que tu plan es poner un brusco fin a mi carrera, ¿no es cierto, Devlin?

Dev no contestó inmediatamente y, por un instante, Susanna albergó la estúpida esperanza de que no quisiera traicionarla.

Pero podía ver su expresión. En ella se reflejaban la determinación y una suerte de extraño arrepentimiento, como si, a pesar de todo, le doliera el daño que iba a infligirle. El pánico ascendió por su garganta, atragantándola. Había rozado el éxito, estaba a punto de completar su trabajo, reclamar sus honorarios, pagar con ellos a los prestamistas y emplear el resto en compartir su vida con Rory y con Rose.

Si Dev la denunciaba en aquel momento, estaría perdida. Sintió un intenso dolor en el pecho y la presión de sus temores más oscuros. Recordó el hospicio, el hedor de la muerte, la pérdida de su hija…

– Sí -contestó Dev con voz muy queda-. Desenmascararé a la farsante que eres, Susanna. Es posible que hayas arruinado el futuro de Chessie, pero por lo menos podré evitar que hagas añicos los sueños de nadie más.

Así que aquél era el momento. Susanna sabía que tenía que detenerle, pero tenía muy pocas cartas con las que jugar.

– No puedes desenmascararme -percibía la angustia en su propia voz-. Estuvimos de acuerdo desde el primer momento, ¿recuerdas? Yo conozco tus secretos y tú conoces los míos. Si lo cuentas… -enmudeció y Dev sacudió ligeramente la cabeza.

– Mutuo chantaje -musitó torciendo los labios-. No es muy agradable, ¿verdad? Pues bien, yo ya he tenido más que suficiente, Susanna. Esto tiene que terminar.

A Susanna se le cayó el corazón a los pies. Le miró con expresión incrédula.

– Pero lady Emma… -comenzó a decir.

Vio que Dev sonreía.

– Llevo tres días intentando ver a Emma para comunicarle que regreso a la Marina. Le he escrito una carta -la miró a los ojos-. En ella le hablo de nosotros, Susanna. Le digo que le he sido infiel. Espero que ahora rompa nuestro compromiso. Así que… -profundizó su sonrisa-, me temo que ya no te queda nada con lo que chantajearme.

Susanna sentía que todo se derrumbaba a su alrededor. El miedo le atenazaba la garganta.

– No lo comprendo. Tienes deudas muy cuantiosas… Y tienes que pensar en tu hermana.

Dev la miró con profundo desprecio.

– Mi hermana jamás te ha importado, así que no finjas ahora lo contrario.

Susanna se le quedó mirando fijamente. Había algo en su serenidad, en su queda determinación, que le indicaba que no tenía sentido discutir. Dev había tomado una decisión y no vacilaría. Siempre había tenido un corazón de hierro, pensó. No siempre se adivinaba, tras su aparente despreocupación y su encanto, pero allí estaba. Le había subestimado y en ese momento, ya no tenía nada con lo que defenderse. Dev iría a ver a Fitz, le contaría la verdad, ella se quedaría sin dinero y no podría mantener a Rose y a Rory. Comenzaría entonces un nuevo ciclo de deudas y desesperación. Estaba tan asustada que apenas era capaz de respirar.

– Joanna y Alex se harán cargo de Chessie -le explicó Dev-. Alex no es un hombre rico, pero siempre ha hecho todo lo que ha podido por nosotros. Cuidará a Chessie cuando yo no pueda hacerlo -por un instante, Susanna advirtió el odio hacia sí mismo en su tono y supo que Dev sentía que había fracasado-. Mientras tanto, haré todo lo posible para recuperar mi honor.

Aquellas palabras tenían la cualidad de una declaración definitiva y Susanna supo que estaba hablando muy en serio. Enmudecida por el terror, le miró en silencio. Dev le sostuvo con firmeza la mirada y ella supo entonces que había perdido.

– Devlin -oía la desesperación en su propia voz-, por favor…

Dev alzó su vaso.

– ¿Vas a suplicarme que no te descubra? -le preguntó-. Sería muy divertido, pero voy a ahorrarte la humillación diciéndote que no te serviría para nada. Llevo demasiado tiempo actuando por conveniencia. Empezaba a correr el peligro de perder mis principios.

Susanna cerró los ojos, pensando en los mellizos y en su desesperada lucha por la supervivencia. Dev no tenía la menor idea de lo que era estar sola y en la indigencia, pensó. Había tenido una infancia dura, pero la había superado. Era un hombre y los hombres siempre tenían más oportunidades que las mujeres. Se consideraba pobre porque solo tenía el título de sir y un castillo en ruinas. Pero no tenía la menor idea de lo que era vivir hacinado con más de veinte personas en una casa de vecinos, sin ropa, sin lecho, sin ninguna privacidad y sin tener dinero siquiera para pagar el entierro de un bebé. La condenaba por las decisiones que había tomado a lo largo de su vida y estaba a punto de condenarla de nuevo a la pobreza, todo para salvar su honor y sus principios. Se sentía enferma, asustada y sola.

– Puesto que es obvio que estás desesperadamente necesitada de dinero -dijo Dev de pronto-, podrías intentar comprar mi silencio con tu cuerpo.

Susanna contuvo la respiración cuando Dev comenzó a recorrerla con la mirada, deteniéndose en la línea de su boca y descendiendo con explícita lentitud hasta la curva de los senos que se adivinaban bajo la muselina del vestido. La miró de nuevo a los ojos. Susanna distinguió algo tan carnal en ellos que fue incapaz de contener un gemido. Devlin lo oyó y sonrió.

– Yo pensaba -se obligó a decir Susanna-, que ahora estabas hablando de principios.

¿Sería capaz de hacerlo?, se preguntó. La esperanza y el miedo batallaban en su interior. Temblaba solo de pensarlo. Era una locura, pero aun así, sentía arder un reconfortante calor bajo su piel, un calor que anidaba también en la boca de su estómago, diciéndole que lo deseaba. Deseaba a Devlin. Le deseaba desvergonzadamente, sin reservas, y si de esa forma podía comprar un futuro que tan desesperadamente necesitaba, no habría nada de inmoral en ello. Sin embargo, estaba temblando ante aquel pensamiento.

Dev la agarró por la barbilla y le hizo volver el rostro hacia la llama. Susanna se sintió entonces desnuda.

– Al parecer, en lo que a ti concierne, mis principios son muy flexibles -musitó-. Me gustaría que no lo fueran y, sin embargo… -se interrumpió-. Una parte de mí no puede lamentarlo, porque te deseo.

La besó. Sabía a brandy, a calor, a Devlin, un sabor que estaba comenzando a convertirse en algo tan excitante y familiar para Susanna que era como una droga. Su lengua jugueteaba con la suya, hundiéndose en las profundidades de su boca, buscando y exigiendo una respuesta. Las luces se mecieron, la habitación se inclinó y Susanna cerró los ojos para abandonarse a aquella embriagadora sensación.

– ¿Y bien?

Dev se separó de ella y la miró con unos ojos brillantes e intensamente azules.

– Sí -susurró-, lo haré.

Dev se quedó paralizado. Por un instante, Susanna se preguntó si le habría sorprendido, si, en realidad, no tendría una mejor opinión de ella de la que imaginaba y pensaba que se negaría a ofrecer su cuerpo a cambio de su silencio. Era amarga la idea de que la supiera sobornable tras aquella aceptación, pero no podía hacer otra cosa. Una noche con Devlin bastaría para que guardara sus secretos y para mantener a salvo su futuro…